Buenos Aires Metrópolis

Fermín Labaqui

lunes, 6 de noviembre de 2017  |   

Los primeros días de julio del año 2008, los principales diarios argentinos -y del mundo- anunciaban el hallazgo en el Museo del Cine de Buenos Aires de la única copia completa del film “Metrópolis”, obra maestra del director Fritz Lang. El hecho había sido confirmado en Berlín por tres especialistas en historia del cine alemán, expertos en el período expresionista, que consideraron a este descubrimiento como “sensacional”. La película estrenada en Alemania en 1927, fue luego reeditada en una versión menos extensa, y varias copias fueron distribuidas alrededor del mundo, sin embargo Buenos Aires atesoró durante más de 80 años la única copia de la versión original.

Corrientes y Libertad (1935)Sin duda alguna el ícono más sobresaliente de la modernidad en términos cinematográficos, “Metrópolis” excede lo propiamente audiovisual y plantea, en la complejidad de disciplinas que implican el lenguaje de una película, una concepción de la modernidad que atraviesa el urbanismo, la arquitectura, la música, la estética, la narrativa, etc.

¿Por qué Buenos Aires fue el custodio de la única copia sobreviviente de semejante hecho artístico? ¿Es esta anécdota un indicio relevante para descifrar la modernidad porteña? ¿Acaso la profunda transformación que experimentó Buenos Aires en las décadas de 1930 y 1940 encuentra en referentes de la modernidad un punto desde donde proyectarse?

Antecedentes
Buenos Aires siempre tuvo una vocación moderna. A partir de su capitalización en 1880 la ciudad comenzó a importar algunos gestos de modernidad con la mirada puesta en la París de Haussmann, que se materializaron en dos grandes intervenciones urbanas: el desarrollo del Parque 3 de Febrero –ideado algunos años antes por Sarmiento- y la apertura de la Avenida de Mayo, el primer boulevard porteño. Al mismo tiempo su arquitectura iba incorporando el lenguaje academicista italiano, ya consolidado desde mediados del siglo XIX, la vertiente francesa y más tarde el antiacademicismo. 

Avenida Corrientes (1938)La idea de trazar un eje simbólico que uniera los poderes del Estado, el ejecutivo expresado por la Casa Rosada y el legislativo por el Congreso Nacional, fue una iniciativa del intendente Torcuato de Alvear, inaugurándose el primer tramo en 1894. El proyecto preveía a futuro la apertura de dos diagonales que, partiendo de la Plaza de Mayo, vincularían la misma con el Poder Judicial (Palacio de Justicia en Plaza Lavalle) y la sede de la Intendencia Municipal, que nunca llegó a trasladarse desde su sitio original. 

Estas transformaciones imprimieron a la ciudad un aire cosmopolita que se profundizaría tres décadas más tarde con la apertura de las dos diagonales, pero sobre todo con la traza de la avenida norte-sur (9 de Julio) que, junto con el Obelisco, fueron adoptados como íconos de la modernidad en el imaginario porteño.

Moderna Buenos Aires
En el período comprendido entre los años 1930 y 1950, Buenos Aires experimentó una serie de transformaciones a nivel urbano, también reflejadas en su arquitectura, que la convirtieron en una verdadera metrópolis internacional. Este proceso puede encontrar una explicación en referencia a múltiples variables, entre las que podríamos citar la explosión demográfica y una impresionante producción cultural.  

Jorge Kálnay, Edificio Barrancas (1933)El incremento poblacional se potenció desde principios de siglo alimentado principalmente por la inmigración europea, entre 1914 y 1936 casi llega a duplicarse la población de la ciudad, pasando de algo más de un millón y medio de habitantes a 2.415.142 [1].

Paradójicamente el campo cultural vive una expansión significativa bajo dos gobiernos de rasgos autoritarios: la dictadura de José Félix Uriburu (1930-1932) quien ejecuta el primer golpe de estado del siglo derrocando al presidente Hipólito Yrigoyen, y la presidencia del General Agustín P. Justo (1932-1938) quien llega al poder de manera irregular, con la Unión Cívica Radical proscripta. 

En estos años se destacan el crecimiento del mercado editorial y el fortalecimiento de la industria cinematográfica. La edición de libros no sólo satisfacía al mercado interno sino que además los mismos se exportaban a todos los países de habla hispana; paralelamente en el campo de la cinematografía -sobre todo en los años 40- Buenos Aires llega a tener funcionando de manera simultanea más de 60 salas de proyección y las películas argentinas se distribuyen por toda Latinoamérica. 

Desde la década de 1920 la vida cultural de Buenos Aires se vio enriquecida por algunos grupos de artistas nucleados en dos importantes colectivos: las escuelas de Florida y Boedo, que a través de influyentes publicaciones orientaron -con mayor o menor compromiso social- el camino hacia la vanguardia en las diferentes expresiones del arte. Pero sin dudas, fue la revista Sur, fundada en 1931, la que marcaría con fuerza el rumbo hacia una modernidad más cosmopolita, con la intención de colocar a Buenos Aires a la altura de las grandes capitales del mundo. Victoria Ocampo, fundadora de la revista, junto a la Asociación Amigos del Arte, propician la llegada de Le Corbusier a la Argentina en 1929, con el fin de dictar diez conferencias magistrales. Este hecho, considerado por muchos como un hito en el desarrollo de la modernidad local, daría frutos casi una década más tarde cuando la influencia del maestro suizo-francés comience a hacerse presente en las obras del grupo “Austral”, entre los que se destacan algunos de sus discípulos como Antonio Bonet, Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy, quienes levantaron en la ciudad un puñado de edificios icónicos de la modernidad corbusierana como los Ateliers de Paraguay y Suipacha (1939) y Los Eucaliptus (1942) en el barrio de Belgrano.

En realidad, la arquitectura moderna de los años 30 estuvo signada por la influencia de diferentes corrientes de vanguardia, principalmente las alemanas, que dieron por resultado una producción muy heterogénea -y hasta ecléctica- donde se pueden leer rasgos del funcionalismo, del expresionismo, el neoplasticismo, el art déco, del estilo náutico y claro, del racionalismo. Todas estas vertientes a menudo se vieron condicionadas por una estructura académica en el planteo general de las obras (plantas y fachadas) e incluso con pocas innovaciones en cuanto al desarrollo de los espacios arquitectónicos, más allá de la racionalización de alturas y el mejoramiento de las condiciones de ventilación y asoleamiento. Esto nos da una pauta respecto de los profesionales actuantes por aquellos años formados en la Escuela de Arquitectura de Buenos Aires, o bien en las academias de Bellas Artes de Europa, principalmente en la de París. 

Alberto Bourdon, Cine Teatro Ópera (1936)La arquitecta Cocó de Larrañaga, quien investigó y conceptualizó sistemáticamente este periodo, destaca una tipología característica de la modernidad porteña: la casa de renta, el típico edificio de departamentos de “estilo moderno” que se expandió por barrios enteros de la ciudad, creando un nuevo perfil urbano en el que convive junto a expresiones tanto del academicismo italiano como del francés. Entre la casa chorizo y el petit hôtel surgen estas novedosas propuestas que incorporaban muros blancos desornamentados, balcones curvos, ventanas horizontales corridas y hasta ojos de buey. Respecto de la cuestión estilística escribió Larrañaga:

“…convendría precisar qué denominación corresponde dar al reflejo local del Racionalismo. Naturalmente, no cabe hablar aquí de Movimiento Moderno. Un movimiento supone la posesión de principios ideológicos perfectamente definidos, la permanente interacción de experiencias y, sobre todo, un marco social referencial para la enunciación de su teoría y el desarrollo de su práctica. Pues bien, nada de eso sucedió en la Argentina. No hubo entre nosotros más que una adscripción estilística, patrimonio exclusivo de una élite informada de las novedades internacionales por medio de sus periplos europeos o de las páginas de (revistas como) Moderne Bauformen. Sólo cabe entonces hablar de estilo o, mejor aun, de ‘Estilo Moderno’.” [2]

Otra tipología que irrumpe en el tejido de la ciudad a principios de la década de 1930 es el rascacielos que, inspirado en la arquitectura norteamericana, dio muestras de una absoluta libertad formal y estética con rasgos más vinculados al funcionalismo alemán que al art decó neoyorquino. En casos emblemáticos como el Kavanagh (1934), el SAFICO (1934) y el COMEGA (1933), nos encontramos con una clara intención de generar un volumen central de carácter “exento”, de mayor altura que el cuerpo bajo del edificio que se toma de la línea municipal, algo que permitía el Reglamento General de la Construcción (1925), propuesto por la Comisión de Estética Edilicia y la posterior Ordenanza Municipal (1928). Esta normativa habilitaba el crecimiento de un volumen edificado  hacia el centro de la manzana, por sobre la línea de fachada que según las zonas iba de los 20 a los 33 metros máximo. [3]  

Pero hay un rascacielos porteño que nos dice algo más sobre el impacto de la modernidad en la Argentina, y ese es el antiguo Ministerio de Obras Públicas de la Nación (1937), un símbolo del impulso que se diera en este campo a las realizaciones del Estado durante la presidencia del Gral. Agustín P. Justo, que tuvo su correlato en la Municipalidad de Buenos Aires a través de quien él designara como intendente  para el periodo 1932-1938, Mariano de Vedia y Mitre. Entre estos años se llevaron a cabo las obras de infraestructura más importantes que, de algún modo, definieron el aspecto de la ciudad hasta nuestros días. Entre las más destacadas podemos mencionar: la finalización de obras del trazado y construcción de la avenida Diagonal Norte; el ensanche de antiguas calles para convertirlas en avenidas, como Corrientes y Belgrano;  la apertura de la Avenida 9 de Julio en su primer tramo (entre las calles Tucumán y Bartolomé Mitre); la construcción del Obelisco, monumento que conmemora el 4° Centenario de la primera fundación de Buenos Aires; el trazado y construcción de las líneas B, C y D del subterráneo; la finalización del entubado del Arroyo Maldonado (comenzado en 1929) y la construcción de la Avenida Juan B. Justo; el trazado e inicio de obras de la primera autovía de Sudamérica, la Avenida General Paz; y múltiples edificios para las áreas de educación y salud pública que fueron proyectados por estos años y concluidos en la siguiente década, como el complejo de edificios de la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA (1936-1944), y el hospital Juan A. Fernández (1938-1943). [4]

Ministerio de Obras Públicas (1937)

Catedrales de la modernidad

“En la calle, la buena gente derrocha
sus guarangos decires más lisonjeros,
porque al compás de un tango, 
que es ‘La morocha’
lucen ágiles ‘cortes’ dos orilleros.”

Evaristo Carriego, “El alma del Suburbio”

En cada modelo social la arquitectura da respuestas a las diferentes problemáticas humanas, en términos urbanísticos se plantea una ciudad de grandes avenidas con la intención de incorporar al automóvil como medio de transporte; en el plano de lo habitacional aparece la casa de renta como una solución racional a las condiciones deficientes de ventilación o asoleamiento, propias de tipologías previas. La arquitectura para la salud, la educación o la industria encuentran en la modernidad formas acordes a la lógica y la razón de un modelo que hace de la ciencia y la tecnología su esencia.

Alberto Prebisch Cine Teatro Gran Rex (1937)En términos simbólicos, agotado un sistema social que explicaba sus verdades apelando a Dios, la modernidad constituye en el cinematógrafo su principal institución cultural propaladora de los valores que la definen. Lo que en un principio se originó como un simple desarrollo técnico de simulación del movimiento en las imágenes, en pocos años se transformó en un aparato de reproducción simbólica. Los cinematógrafos emergen en cada pueblo y en cada barrio de las grandes ciudades, y se constituyen así en un nuevo hito urbano. El cine como espectáculo de masas propone otro modelo de vida, en términos aspiracionales el deber ser de la sociedad se determina por la moraleja del relato cinematográfico. Así como desde el púlpito la parábola remitía a un conjunto de valores que expresaban cierta religiosidad, del clímax de cada película brotan los ideales de la nueva cosmovisión.

Como tipología arquitectónica, la sala de cine nace a escala de un entretenimiento masivo. En una primera etapa hereda la forma del teatro a la italiana y luego se adecua a la lógica que propone la relación entre el espectador y la pantalla. Se consolida una planta con dos espacios bien definidos: un imponente hall de acceso con pretensiones de foyer y una sala –por lo general de forma rectangular- y de gran altura, acorde a la superficie de proyección; esa altura se aprovecha para la incorporación de una o dos bandejas (pullman y súper pullman) lo que permite en algunos casos llegar a una capacidad mayor a las 2.500 localidades.   

Buenos Aires ostenta, entre múltiples ejemplos, dos salas referentes cada una en su estilo. Construidas casi simultáneamente, se ubican una frente a la otra y dialogan en dos lenguajes diferentes aunque propios de la modernidad: el Ópera, ícono del art déco, y el Gran Rex, cuya fachada es un claro exponente del funcionalismo alemán.

Aquella ciudad con aspiraciones de metrópolis moderna, atesora la última copia completa de la obra de Fritz Lang. Probablemente porque la historia que en ella se narra, no sólo la explica estéticamente a partir de la adopción de un estilo arquitectónico, sino también en términos dramáticos en lo que hace a una trama de desigualdad social. Una sociedad que en la superficie se muestra moderna, pero bajo la cual subyacen grandes masas sometidas.  La modernidad porteña de los años 30 construye un centro urbano a imagen de una metrópolis cinematográfica y relega en los puertos a multitudes de inmigrantes hacinados en conventillos, y en la periferia a un incipiente conurbano poblado de aquellos orilleros que inspiraran a Evaristo Carriego. 


[1] Fuente: Dirección  General de Estadística y Censos (GCBA) sobre la base de Recchini de Lattes, Zulma, "La población de Buenos Aires, componentes demográficos del crecimiento entre 1855 y 1960", Editorial del Instituto - 1971.
[2] Larrañaga, María Isabel de: “La arquitectura ‘racional’ no ortodoxa en Buenos Aires. 1930-1940”; en Revista de Arquitectura N° 143, Sociedad Central de Arquitectos, Buenos Aires, diciembre 1988.
[3] Larrañaga, María Isabel de: “Las normativas edilicias como marco de la arquitectura moderna en Buenos Aires (1930-1940)”; en Anales N° 27/28, Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario J. Buschiazzo”, FAU-UBA, Buenos Aires, 1989/1991. 
[4] Petrina, Alberto: “La arquitectura de la restauración conservadora”; en Siglo XX Argentino. Arte y Cultura, Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, diciembre 1999.