Modernidad, decadencia y misterio

Ezequiel Hilbert

domingo, 26 de marzo de 2017  |   

Cine con intención urbana

Cada imagen de la ciudad que vemos en una película está acompañada de una intención, de un sentido narrativo y estético. Muchas veces la elección de una locación, de un recorte urbano, puede ser tan ardua como la de un protagonista, y en algunos casos los actores son seleccionados en relación a las formas o estilos arquitectónicos del film (según Caio Sambi y algunos manuales de cine extensamente utilizados, la forma de la cabeza orienta la búsqueda).

Combinando espacios y texturas con el punto de vista de la cámara se pueden transmitir ideas, emociones, e incluso épocas presentes y futuras, como es el caso de Código 46, la película con Tim Robbins que transcurre en un futuro enteramente construido a través de locaciones reales.

Nuestra ciudad de Buenos Aires también ha sido retratada con notable intención narrativa en un sinnúmero de films, empezando en los albores del cine sonoro con una fascinación por la modernidad que va en paralelo al auge de esta tendencia arquitectónica. Mientras surgían el Kavanagh, el Gran Rex, el Obelisco, y Le Corbusier visitaba la ciudad, muchas historias del cine argentino plantean la dicotomía entre un lado luminoso (moderno) y otro oscuro y miserable que muchas veces no estaba exento de nostalgia y simpatía, porque el tango estiliza el arrabal: Mañana es Domingo (1934), El canillita y la Dama (1938), Gardel cantándole a la ciudad, y tantas películas que llevan a la ciudad en el título: Calles de Buenos Aires (1934), Mi Buenos Aires querido (1936), Un muchacho de Buenos Aires (1944), La canción de Buenos Aires (1945), etc… La irrupción del peronismo, con su impronta tectónica y monumental, vino acompañada de un cine que proclamaba un nuevo orden, ciertamente moderno, que venía a modificar la mirada sobre el espacio, las relaciones sociales y la cuestión de género (tal como lo tratan Sonia Sasiaín y Clara Kriger en sus investigaciones).

El documental Tire Dié (1960) de Fernando Birri, comienza con una vista aérea de la ciudad de Santa Fe que finaliza mostrando los rancheríos, mientras escuchamos todo tipo de estadísticas, este film retrata la pobreza urbana extrema, un tema que ya no abandonará las temáticas de nuestro cine, que hasta en la comedia Esperando la Carroza (1985) muestra un asentamiento precario.

En paralelo existe un cine europeizado, de fuerte raigambre literaria, que narra una Buenos Aires que podría ser París, como sucede en el cine de Antin, tan nuestro como la literatura de Cortázar o de Borges. Un caso singular es el de Invasión (1969) en el que se compone una nueva ciudad, Aquilea, con fragmentos seleccionados de Buenos Aires. El film tiene una escena en la que el director logra algo único: transmitir la sensación de una ciudad que “observa” desde sus fachadas el ingreso de un camión que lleva una misteriosa carga.

Pero también existe un cine que cuenta una ciudad banal, despreocupada e impersonal, como el de las películas del actor/director Palito Ortega, las de Porcel, Sandro y otros personajes que recorren la calle Corrientes, la avenida de Mayo o los bosques de Palermo ocupados en sus desopilantes peripecias.

Retomando esta cuestión del enfoque futurista basado en locaciones reales quisiera mencionar el caso de Clon (2001) en la que Alejandro Hartmann transmite una sensación de futuro cercano filmando la Ciudad Universitaria, las autopistas y otros lugares con impronta moderna; y el caso fallido de Zenitram, en el que se utilizaron las obras de Salamone y paisajes ficticios con la intención de construir una ciudad con impronta gótico-peronista.