Arquitectura, urbanismo y neurociencia
Mercedes Acuña
Reflexiones sobre la creación de espacios saludables y equitativos.
La tarea ética de la arquitectura es velar por la salud emocional de sus habitantes.
—Ana Mombiedro, Neuroarquitectura: aprendiendo a través del espacio
La arquitectura, como toda disciplina creativa, es un reflejo de quiénes somos y de las experiencias que nos forman. En mi caso, descubrir que mi hijo Alfonso es autista ha sido un punto de inflexión en mi vida, una inspiración que ha reorientado mi manera de ver y entender el mundo.
Desde siempre, me he preocupado profundamente por cómo vivimos y cómo podemos hacer para que las personas vivan mejor. Esta preocupación ha sido una de las razones principales por las que elegí mi profesión: soy arquitecta. A lo largo de mi formación académica, conforme pasaban los años y las materias, este interés no solo creció, sino que se fue enriqueciendo con preguntas cada vez más complejas, a las cuales no terminaba de encontrar respuestas satisfactorias. Al iniciar mi carrera profesional, el aspecto humano de cada proyecto se volvió una prioridad. Estoy convencida de que considerar a las personas y sus necesidades específicas y únicas en cada proyecto resulta en un éxito. Los arquitectos y urbanistas somos uno de los actores principales y responsables en la creación de los espacios donde las personas desarrollan su día a día. Por eso, es fundamental diseñar teniendo en cuenta las necesidades y características específicas de los usuarios. Incluir a las personas en el proceso de planificación, consultarles sobre los espacios en los que desean vivir, cómo se sienten y cómo se comportan, resulta crucial. Planificar y diseñar para potenciar el bienestar, la felicidad y la productividad implica crear entornos que favorezcan y potencien emociones y sensaciones agradables, en definitiva, proyectar para sentirnos y vivir mejor.
Actualmente, la creciente preocupación por el bienestar y la calidad de vida en las ciudades ha llevado a explorar nuevas disciplinas. Uno de estos enfoques emergentes es la integración de la neurociencia en la arquitectura y el urbanismo, lo cual promete abrir nuevas oportunidades para diseñar entornos más saludables y equitativos. A través del estudio del autismo, descubrí la neurociencia aplicada a la arquitectura y el urbanismo. Esta disciplina ofrece nuevas oportunidades para diseñar entornos urbanos que consideren las diversas formas en que los individuos habitan, perciben y procesan la información sensorial del espacio.
El interés personal y profesional en este tema nace de mi experiencia como mamá de un niño autista. A través de esta experiencia, he observado de primera mano cómo el entorno urbano puede impactar significativamente en su bienestar diario. La neurociencia aplicada a la arquitectura y el urbanismo ofrece herramientas valiosas para crear espacios que no solo sean funcionales, sino también sensorialmente adecuados para todos los ciudadanos. Este enfoque no solo busca mejorar la calidad de vida, sino también promover la inclusión social y el bienestar emocional de los individuos.
¿Por qué neurociencia? Cuando empecé a estudiar autismo, lo primero que me enseñaron fue el cerebro autista y cómo se diferencia del cerebro neurotípico. También aprendí sobre el procesamiento sensorial y que entre el 92% y 98% de las personas autistas tienen desorden de procesamiento sensorial (DPS), o amablemente dicho y como a mí me gusta nombrarlo, procesamiento sensorial divergente. ¿Y qué significa esto? Significa que el cerebro procesa las sensaciones de una forma distinta a las que habitualmente conocemos, de una forma especial. Esto muchas veces es un gran desafío y habitar el mundo puede volverse muy hostil, como también único. Estas diferencias y otras que fui aprendiendo me ayudaron a entender dónde estaban las fortalezas de mi hijo, entender que procesa, piensa, entiende y siente de una manera diferente, pero sobre todo entendí cómo acompañarlo.
Para poder diseñar espacios, ciudades, que nos permitan vivir mejor, que nos generen bienestar, antes tenemos que entender qué pasa en nuestro cuerpo, qué pasa en ese diálogo invisible cuerpo-espacio-entorno, al que Ana Mombiedro hace referencia y que tan exquisitamente explica.
La neurociencia es una disciplina que estudia el sistema nervioso. Explora como sus estructuras y funciones influyen en el comportamiento, en la cognición y en las emociones. Nos ayuda entender cómo percibimos, procesamos y respondemos a los estímulos del entorno. Nos ayuda a comprender cómo nuestro cuerpo recibe y emite información.
El estudio de neurociencia abarca una amplia gama de enfoques, cada área de estudio abarca distintas perspectivas. El ANFA (Academy Of Neuroscience For Architecture), que fue fundada por John Paul Eberhard en el 2003, tiene como objetivo principal promover investigaciones que ayuden a comprender las respuestas humanas al entorno construido.
El entorno tiene un impacto significativo en las personas que interactúan con él. A través de la neurociencia se está intentando entender qué pasa en la interacción entre el cuerpo humano y los distintos espacios, para empezar a tener pistas que nos ayuden a diseñarlos desde el bienestar, desde un punto de vista más humano.
¿Y por qué debemos entender qué pasa en ese diálogo invisible de cuerpo-espacio-entorno? Porque es muy importante tener en cuenta la dimensión sensorial del cuerpo humano, de cada persona. Entender qué pasa en nuestro cuerpo nos va a ayudar a pensar, imaginar, diseñar, concretar entornos que optimicen la estimulación sensorial y la repuesta emocional. Entendiendo esto podemos elegir qué estímulos queremos que estén presentes en los espacios, sabiendo qué sentidos se van a activar y qué emociones se van a generar.
Centrarnos en cómo vivimos, cómo experimentamos los distintos entornos. Y algo aún más importante, entender que el mundo está conformado por personas con características y necesidades únicas, que existen también minorías que el permanecer y habitar en este mundo puede ser muy desafiante y hostil, y que es necesario contemplarlos cuando nos imaginamos y diseñamos espacios y cuando hacemos ciudad. Está claro que si entendemos qué pasa en nuestro cuerpo, y diseñamos y construimos espacios centrados en las personas que los van a habitar, nos concentramos en el modus vivendi, y la arquitectura y el urbanismo se convierten en herramientas generadoras de bienestar y de calidad de vida.
Al final, la arquitectura y el urbanismo en esencia son, creo yo, un acto de amor hacia la humanidad. Y es en este amor donde reside su mayor fuerza para transformar, para sanar, para construir un futuro donde todos podamos habitar de una manera más plena y significativa.
Referencias
Mombiedro, A. (2022). Neuroarquitectura: Aprendiendo a través del espacio. Ediciones Khaf.