El juego del centauro

Hernán Landolfo

jueves, 7 de diciembre de 2023  |   

Para mí, las computadoras son un eslabón evolutivo anterior a los robots, y creo tener con ellas una relación especial. 

De la misma forma que muchos otros millenials, la computadora personal llegó a mi vida bastante temprano. Si bien antes de eso había tenido interacciones con consolas de videojuegos como un Family game, un Atari 2600, o una Commodore 64, esa primera computadora que llegó a mi casa era distinta: con las consolas era tan sencillo como sacar o poner un cartucho para hacerlas funcionar, soplar quizás en todo caso o mover el cable que iba al televisor. 

Este tótem en mi cuarto era un monitor completamente negro con un pequeño punto blanco titilando en la esquina superior izquierda y un teclado: eso era todo. Mis padres la acomodaron en una mesa especial y me explicaron lo importante que era aprender a usar esta herramienta para mi futuro, y también me explicaron que como ellos no sabían cómo enseñarme, iban a contratar un profesor particular. Así aprendí a escribir comandos complejos y textos en los que un punto, una coma o una barra mal puesta podían significar un obstáculo casi imposible de sobrepasar. 

Ocupé gran parte de mis sábados preadolescentes yendo y viniendo a la casa de computación del barrio con un cuaderno bajo el brazo, corrigiendo comandos para crear carpetas, copiar información, o instalar y desinstalar juegos. Hoy, más de treinta años después, entiendo que en ese momento estaba dándole órdenes a una computadora que, si bien podía hacer cálculos increíbles, no podía pensar por sí misma; pero vayan a decirle a ese niño que no estaba hablando con un robot. 

Pasé mucho tiempo jugando con mi computadora, juegos sencillos donde el objetivo era casi siempre ser más rápido que la máquina, o más inteligente, o simplemente tener paciencia para aprender sus movimientos y descifrar sus acertijos. “Hay que ganarle a la máquina”, repetíamos con mis amigos en esa época. Durante muchos años fue lo único que hice con ella: los juegos y los sistemas operativos evolucionaban, pero la base era la misma, aprender a usarla para poder jugar. 

A principio de la secundaria instalé mi primera versión de 3d Studio: ocho o diez discos 3 1/2 que estaban dando vueltas por el laboratorio de computación del colegio, una versión vieja que existió mucho antes de llamarse 3d Max y que corría en D.O.S. Recuerdo comprar mi primer mouse especialmente para usar el programa. Fue la primera vez que entendí a la computadora como algo más que solo una fuente de diversión: la vi como una herramienta de visualización

Esta primera interacción se convirtió en años de oficio, y me llevó a una secuencia de aprendizajes que aparecieron antes de lo que apareció la arquitectura para mí. Ese es mi recorrido: son los videojuegos y la visualización desde donde llego a investigar sobre inteligencias artificiales y conocer finalmente el programa Midjourney

Mi acercamiento a Midjourney fue con la intención de investigar una posible nueva herramienta que me fuera útil. Y debo decir que al principio no entendía muy bien qué uso podía tener un sistema tan salvaje. A poco de ver algunas imágenes hechas con Midjourney en Instagram, descubrí que el sistema era una inteligencia artificial de las denominadas “texto a imagen”. Una denominación que significa que para conseguir una imagen, el usuario debe describir al robot lo que quiere: puede hacerlo con palabras o con imágenes que, una vez insertadas en el cuadro de dialogo, se encuentran libres de interpretación. Mi pensamiento en el momento fue que era como tener una nave espacial que se comporta como un gato. 

Mucho parecía quedar a discreción del programa. Demasiado, para mi gusto. Pasaron los meses y yo dejé de interesarme en el tema: ya podía reconocer la mano del robot en las imágenes que veía. Esto fue en la época en que recién comenzaban las redes sociales a superpoblarse de imágenes hechas por IA, y la gente incluso posteaba sin decir que usaba inteligencia artificial. Era suficiente para no interesarme. 

El verdadero comienzo de mi viaje con Midjourney se dio en otra situación. Sucedió durante una tarde de enero bajo los árboles, en el camping los siete lagos de Villa la Angostura, donde mi amigo Julián Nuñez, a quien conozco de joven, se fue a vivir hace dos años con su familia. Sentados a la orilla del lago después de comer, hablamos del tema. Ya veníamos hablando y mostrándonos algunas cosas, pero aquella vez me mostró una serie de imágenes nuevas yo no había visto nunca, imágenes que él mismo había hecho en conversación con el robot. Eran raras y a la vez familiares. Raras en el sentido interesante de la rareza, extraña y atrapante. Y familiar porque las imágenes que me mostraba tenían algo que conocía, y que había visto muchos años atrás dibujado en birome sobre hojas a rayas en su cuaderno. Entonces entendí que mi amigo había podido de alguna manera entablar una conversación profunda con el robot, y la conversación había sido lo suficientemente profunda como para que el robot pudiera entender algo privado, algo de lo que él guarda atesorado en su mente. En ese mismo momento y con su ayuda pagué mi primera suscripción: la agoté en 24 horas. 

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Voy a intentar contarles el proceso de aprendizaje que realicé durante dos periodos de tres meses este año, en los cuales produje más de 2500 imágenes en conversación con Midjourney, tratando de extraer algo de mi mente. De esas imágenes seleccioné veinte en diez series, series de las cuales pueden haber diez o cincuenta imágenes, pero de las cuales solo seleccioné dos. Voy a intentar describir lo más sinceramente posible el proceso que me llevó a la creación estas diez series. Entiendo que las imágenes producidas en este ejercicio forman, de alguna manera, parte de mi paisaje mental, un paisaje que está también habitado por otras imágenes, cosas que he visto o con las que he soñado. Pongo estas series en algún lugar intermedio entre estas categorías. Las imágenes son el producto de una deriva, un zigzagueo donde a medida que el robot me entendía, yo iba tomándole más cariño a sus torpezas. 

Las series

Serie 1 

Lo primera serie fue producida mientras comenzaba a aprender a comunicarme con el robot. Son naves espaciales aterrizando en distintas ciudades; por algún motivo las naves espaciales parecen tomar prestadas ciertas cosas a nivel estético de lo que las rodea, como si tuvieran la voluntad de ser análogas a las ciudades donde aterrizan: eso fue interpretación del robot. 

Serie 2

En esta serie persigo una imagen que se encuentra difusa en mi memoria y totalmente contaminada de fantasía. Es un domingo en el conurbano a las cuatro de la tarde a mediados de los noventa: una casa de barrio alberga en su interior un número de Arcades, algo normal en casas de la zona, donde quioscos, almacenes, y hasta peluquerías funcionan dentro de las casas de familia, sin espacios intermedios, y donde lo doméstico se derrama en el espacio público. 

Serie 3

La tercera serie explora la idea del jardín cerrado como representación literal de nuestra voluntad de humanizar nuestro entorno, y sobre la posibilidad de fantasía dentro de esos límites. En esta serie las plantas son esculpidas en topiario hasta formar bestias mitológicas que interactúan con muros, o bancos exteriores. 

Serie 4

Esta serie es una construcción sobre la anterior. Esta vez nos encontramos extramuros, y la niebla no nos deja ver muy lejos. 

Serie 5

La quinta serie es una exploración sobre las paradas de colectivo de la ciudad de Buenos Aires, y de cómo son un elemento importante dentro de la conformación del espacio urbano. Intento darles un posible lugar también como espacios de entretenimiento, estaciones de juego a disposición de la gente que espera el transporte público. 

Serie 6

Acá toma la imagen de un tanque de agua barrial y lo mezcla con una cascada. Un objeto capaz de crear una cortina de agua donde la gente podría bañarse en los días calurosos del verano. 

Esta fue la primera etapa de mi conversación con Midjourney, que duró desde enero a marzo. Luego decidí parar: sentía que pasaba demasiado tiempo pensando en qué pedirle y en cómo hacerlo. En lugar de seguir, decidí utilizar lo producido para debatir sobre el tema con diferentes personas a quienes les mostraba las imágenes producidas, muchos de ellos/as colegas. En una de esas charlas con el arq. Ariel Jinchuk, intentando reflexionar sobre los significados y posibles usos de estas imágenes producidas, Ariel me habló de una forma existente de jugar ajedrez con computadoras llamado Ajedrez Centauro: el deporte fue creado por Garri Kasparov luego de que la computadora Deep Blue le ganara un partido, el primero en la historia donde una computadora le ganaba a un maestro. Se juega en equipos conformados por una computadora y un humano. Nos pareció que esta era una forma interesante de describir la experiencia. A mí esta hipótesis me resultó particularmente tranquilizadora: el centauro era mitad caballo y mitad humano, me hacía preocuparme menos por mi propia redundancia, el hecho de entender que sin la mitad humana, la bestia sería simplemente un caballo. Pasaron más de cuatro meses hasta que volví a pagar una subscripción. Y esta vez lo hice con el objetivo claro de experimentar con la herramienta, y mezclar. 

Midjourney, como habrán adivinado, permite combinar imágenes en una forma de collage 2.0. Esta vez, quería saber también si utilizar más imágenes en los procesos podía ayudarme a ser más preciso con el robot. 

Serie 7

Aquí mezclo una fotografía del jardín de invierno que Joseph Paxton construyó para Chatsworth house en 1832, con una litografía de John Augustus Knapp para el libro Etidorpha de 1895, una novela alucinatoria sobre el género de la tierra hueca, algo que estaba de moda en la época. Buscaba explorar la posibilidad de proliferación para estructuras de cristal y su relación tanto de observadoras como de objetos del paisaje, vidrios soplados que parecen hongos gigantes poblando las montañas. Al final decidí darle una última mezcla con El sueño de Henri Russeau. 

Serie 8

En esta serie mezclo los cuadros La batalla de Argone y El imperio de las luces de Rene Magritte, con el famoso corte de Alexander von Humboldt del Chimborazo. Me gusta particularmente el resultado de esta serie porque es una montaña que parece ser una casa gigante, como un proyecto de Junya Ishigami. 

Serie 9 

En la serie nueve mezclo otra vez El imperio de las luces de Magritte, pero ahora con cuadros de Remedios Varo. El resultado son estructuras efímeras iluminadas por la Luna. 

Serie 10

La décima serie comenzó mezclando una imagen de fachada de la Casa Uehara de Kazuo Shinohara, con una imagen genérica producida con el modo “texto a imagen” con el siguiente prompt: “Una casa en barrio inglés vista desde un jardín delimitado por topiarios”. Es una experimentación sobre la identidad urbana de una casa.

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Sé que la relación especial que tengo con las computadoras hace que me cueste pensar en ellas como el enemigo. También entiendo que gran parte de nuestros miedos frente a estas nuevas tecnologías vengan de años y años de ciencia ficción alertándonos sobre el tema. Pero el mundo en el que vivimos hoy es otro. Ahora que estas nuevas inteligencias ya están entre nosotros, nos queda pensar qué clase de relación queremos tener con ellas. Sabemos que todavía necesitan una mitad humana para tener un propósito, una voluntad, y aunque no me cabe duda de que un día con su ayuda tengamos la capacidad de mapear el universo, debo decir que no creo que a los robots les importe hacer arte, no por lo menos como lo hacía Rothko, no sé si algún día podrán entender siquiera por qué lo hacemos: ¿cómo transmitirle la ansiedad de nuestra mortalidad a un ser inmortal? Esa sensación de saber que vamos a morir y sin embargo, rehusarnos a que algo que está adentro nuestro muera con nosotros. De nuevo, creo que estas inteligencias sí pueden ser herramientas para ayudarnos a hacer arte, o a comunicarnos con otros y quizás hasta con nosotros mismos. Aún con algunas hipótesis planteadas en este artículo, yo mismo sigo tratando de entender. Lo que sí se, es que estas imágenes que compartí con ustedes ocupan un lugar en mi mente: no me queda claro si entraron o salieron, solo sé que forman parte de lo que veo cuando cierro los ojos.

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