Reajustar los fundamentos*

Gustavo Scheps

martes, 28 de agosto de 2018  |   

Hacia una formación arquitectónica en arquitectura

Si coincidimos con Tafuri en que la base de la existencia de la Arquitectura “consiste en el equilibrio inestable entre un núcleo de valores y de significados permanentes y la metamorfosis que éstos experimentan en el tiempo histórico”[1] ¿qué formación hoy colabora para darle vigencia plena?

La Arquitectura en el imaginario colectivo
La Arquitectura, disciplina del cambio, está inmersa en la Gran Transformación Global Contemporánea de la sociedad y la cultura. Crujen los viejos paradigmas -que perviven soterrados en las nuevas lógicas-. Apenas advertimos el futuro adyacente, posible hoy, en permanente e incierta expansión. La radical mutación (tecnológica-filosófica-económica-relacional-territorial-ambiental) propone nuevos desafíos a la Arquitectura, y trastoca sus nociones centrales.

Suele identificarse al arquitecto con los productos que genera (v.g. edificios, espacios urbanos). La errada sinécdoque empobrece. Si la formación preparara sólo para producir ciertas clases de objetos estaríamos hablando de la transmisión de una técnica -el oficio-. El docente que desde su experiencia (su saber-hacer) define y ejemplifica lo que está bien o está mal es el modelo pedagógico que sustenta esta enseñanza. El oficio es relevante como auxilio de la intuición para operar en el contexto de incertidumbre característico de un proceso de proyecto. Pero a la vez es limitante, en tanto camino probado para generar algo que -de antemano (más o menos)- se anticipa. Replicar con variantes marginales respuestas a problemas conocidos es poco útil en tiempos de cambio. ¿Entonces?

¿Qué define la Arquitectura como disciplina?
La formación del arquitecto entendido como productor de conocidos tipos de artefactos exige adquirir contenidos muy diversos y en permanente expansión, vinculados a las clases de objetos a generar. El problema emergente de esta lógica es la integración de conocimientos, que se remite a una suerte de caja negra confiada a las capacidades del estudiante. La Arquitectura sería la resultante de la interacción de diversas disciplinas (esas sí reconocibles) que intervienen en un mismo ámbito conceptual y físico, donde -afantasmado- se corporiza el arquitecto. Mutilada su especificidad, se le reservan roles más bien ornamentales, que resbalan a la frivolidad y el servilismo.

Sostener en cambio la noción de autonomía disciplinar, devuelve la posibilidad de una mirada específica y original. Este enfoque asume que hay alguna raíz de especificidad; el problema es definir cuál. La respuesta puede estar en el proyecto, pero debemos ponernos de acuerdo.

¿De qué hablamos cuando hablamos de proyecto?
Los arquitectos sabemos de qué hablamos cuando decimos proyecto, o proyectar. Sin embargo además de aludir a un proceso o a su producto invocamos -y esto es importante por lo específico- a un tipo particular de pensamiento, que sostiene la praxis y habilita el resultado. No son los objetos que produce, ni (sólo) el poseer algunos conocimientos lo que define al arquitecto sino -sobre todo- cómo gestiona sus saberes y destrezas.

La Arquitectura reconoce y reorganiza las coordenadas de espacio, tiempo y significado para construir los lugares de la existencia. Los propone y acondiciona. Pero no tiene por qué operar en una única especie de espacio; y mucho menos obedecer a rangos escalares recortados. La heurística arquitectónica resulta aplicable en dominios habitualmente no asociados con la disciplina, generando otro tipo de proyectos.
El pensamiento de proyecto “espacializa”. Interpreta las situaciones en términos de espacios, en los que -donde otros ven objetos- propone relaciones, mediante un manejo estratégico de la forma -entendida ya no desde lo visual sino como el diseño de las lógicas que configuran una entidad compleja, multiescalar, y que definen su autoconsistencia y su relación con el contexto-. La formación del arquitecto le permite generar los productos con los que se le identifica; pero no sólo eso: el pensamiento “proyectual” puede aportar novedad en otros campos.

El espacio del hábitat como continuo
Al avanzar en profundidad, las especializaciones fragmentan la descripción de la realidad. Cada vez sabemos más, cada vez entendemos menos. La tendencia a la especialización forma una firme alianza con la idea del arquitecto productor de objetos preconcebidos, y alienta a segmentar en ramas o escalas la disciplina. Asumiendo con pragmatismo que no hay una verdad por descubrir sino definiciones a proponer; si se busca impulsar un aporte valioso y genuino a la comunidad, más que subrayar diferencias obvias se requiere el ejercicio creativo de proponer denominadores comunes. ¡Claro que son distintos lo urbano, lo territorial, lo edilicio! Las diferencias instrumentales son indiscutibles. Pero no parece lógico definir campos de conocimiento desde sus herramientas.

El paradigma del pensamiento de proyecto, transversal a las especialidades, resuelve la cuestión desde un nivel más abstracto que el operativo. Son las mismas capacidades que aplican herramientas (operativas y conceptuales) diferentes, para operar arquitectónicamente en -por ejemplo- lo urbano, lo edilicio, en la obra, la crítica o la investigación.

Un retorno a los fundamentos
La enseñanza (y no sólo de la Arquitectura) enfrenta una contradicción: la formación de los formadores -quienes deben construir el diálogo- suele trabar la comunicación con los estudiantes de la era digital; al confundir a menudo lo sustantivo (lo que debe trasmitirse) con la herramienta (tal vez obsoleta) con la que nos lo explicaron. La consecuencia: un desperdicio de oportunidades que lentifica y distorsiona la evolución. Entre la añoranza y la fascinación, la cultura asiste a su propia mutación sin encontrar las herramientas cognitivas para comprenderla y orientarla.

¿Cómo formar en la especialización desespecializada que espacializa; que integra la sensibilidad con la razón; que maneja lo objetivable y complejidades no siempre inteligibles; que carece de un corpus único de conocimientos (como se ve al comparar planes de estudio) y cuya adquisición -en su mayor parte- no es acumulativa ni lineal? Cuando sus temáticas, procedimientos e instrumentos cambian, y los problemas que se le plantean suelen carecer de antecedentes. ¿Cómo hacerlo en espacios a menudo tan poblados, por estudiantes tan diferentes de los que fuimos?

Orientar la formación hacia el desarrollo de un tipo específico de pensamiento ampara la esencia disciplinar y cimenta la adaptabilidad al cambio. A la formación de grado le corresponde transmitir los conocimientos y destrezas que habilitan para la práctica profesional; y le es propio e ineludible consolidar la raíz epistémica: formar la “cabeza de arquitecto”, para luego, desde ese saber,  profundizar, especializar, actualizar.

El pensamiento específico no se enseña, se guía su evolución; acaso con algo de la mayéutica socrática. Peter Zumthor ha escrito que a los estudiantes de Arquitectura: “Lo primero que se les ha de explicar es que no se encontrarán con ningún maestro que plantee preguntas ante las cuales él sepa de antemano la respuesta. Hacer Arquitectura significa plantearse uno mismo preguntas, significa hallar, con el apoyo de los profesores, una respuesta propia mediante una serie de aproximaciones y movimientos circulares. Una y otra vez”. Lo que sitúa al estudiante en el eje de su propia formación.

La enseñanza del proyecto es posiblemente la única constante en todas las facultades y escuelas de Arquitectura. Más que por lo que allí se aprende, porque es donde con más naturalidad se cultiva la especificidad disciplinar. Los talleres son, pese a sus limitaciones, en la riqueza de su heterogénea complejidad y probada adaptabilidad, potentes dispositivos pedagógicos para la Arquitectura. Es en su ambiente estimulante donde al desarrollar el pensamiento de proyecto (simultáneo, integrador, multiescalar), se debate en pura clave arquitectónica el sentido contemporáneo de temas centrales: espacio, forma, composición, escala, todo y parte, complejidad, proporción.

El reajuste del núcleo disciplinar ha sido demasiado lento. Buena parte de la Arquitectura parece estancada en una zona de confort caduca, mirando su ombligo añejo. Lo que acaso sea una de las explicaciones de la pérdida de presencia e incidencia de la Arquitectura en la cultura. Urge acelerar su revisión desde los fundamentos epistémicos, con ética y rigor, para (re)formar(nos); arquitectos con capacidad de adaptarse y aportar en el cambio; que además de hacer bien lo que se espera que haga la Arquitectura, muestren a la sociedad que es más lo que de ella se puede y debe esperar, y exigir.  


* En referencia a Adjusting Foundations, de John Hejduk. The Monacelli Press (1995). 

[1] Citado por Jorge Sarquis en Itinerarios del proyecto: Ficción de lo real (2004). Nobuko (consulta online 25/6/18 )