Un barrio | Villa Santa Rita
Leonardo Valtuille
De pasajes, patios y terrazas
En los pasajes mismos había cielo bastante
para toda una dicha
y las tapias tenían el color de las tardes.
—Jorge Luis Borges
Desprovista de esa belleza abrumadora de juventud, Villa Santa Rita es lo que fue. Su modesta belleza transita impávida los descompuestos caminos del desarrollo. Calles y pasajes se pueblan de infinidad de casas bajas. Patios y terrazas se multiplican, se funden en una ambigua armonía.
Villa Santa Rita no tiene plaza. No tiene centro. No tiene estación de tren ni vías. No tiene esa “plaza rodeada de edificación” que evidencie la génesis y el centro de la vida social y comercial del barrio. Carece totalmente de elementos clásicos de reconocimiento. Es más, pocos están al tanto de su existencia, menos aún, de sus límites. Hasta sus propiedades se comercializan bajo el nombre de algún prestigioso barrio vecino. No ha de sorprender atravesar sus calles sin siquiera saberlo. No existe aviso. No existe hito. No existen trepadoras Santa Rita.
Sin embargo, el encanto de sus pasajes obliga a detenerse. A bajar de amplias y congestionadas avenidas comerciales que actúan a la vez de contención del barrio y de conexión con el resto de la ciudad. Se llegan a identificar hasta tres tipos de pasaje: el peatonal o semi-peatonal, el generador de las “manzanas tallarín” y el que recorta la trama regular que, continua, traspasa los límites del barrio. El pasaje Julio S. Dantas es un notable ejemplo del primer caso; su estrecha calzada adoquinada, sus farolas y canteros, lo convierten en un paseo obligado. Los pasajes con nombres de flora y fauna autóctona (El Ñandú, El Delta, etc.), que conforman los antiguos barrios obreros, se han constituido en verdaderos reservorios de identidad barrial. El pasaje Tokio, flanqueado por su mítico y porteño bar homónimo -que seduce con sus pisos graníticos originales, sus mesas de patas torneadas, e imperdibles figazzas de crudo y queso- ejemplifica el último y más convencional de los casos.
La biblioteca Rafael Obligado, tesoro y monumento de la antigua planificación del barrio Nazca, fue consignada originalmente a lo que aún es: biblioteca municipal y pública. Ahí permanece, inerte al paso del tiempo, brindando la gran oportunidad de disfrutar de su patio, igual que hace 80 años.
El mural “El trabajo”, de Quinquela Martín; constituye un magnífico e impresionante ejemplar del prestigioso pintor. La obra se atesora en un impecable colegio estatal, sobre un segundo piso, rematando un patio cubierto. La ignorancia y la poca difusión lo han convertido en un placer para pocos, tanto que ni sus propios vecinos lo conocen.
El Hospital Israelita, quizás la más importante joya arquitectónica del barrio, se distingue por su impronta, por sus revoques grises de antaño y sus arbitrarias palmeras. La obra, originalmente creada como un Hospital de Inmigrantes, fue finalizada en 1921 por los arquitectos Joselevich y Braginsky. Aún hoy es un centro de gran importancia para la comunidad y el barrio.
La vivienda reina en Santa Rita. Los niños juegan entre veredas, frente al encanto de sus casas originales, de herrería y viejos revoques. Todavía podemos sorprendernos con sus farolas, con sus antepatios con verjas, parras y frutales; en Santa Rita, aún hoy, tenemos la sensación de estar fuera de la ciudad, dentro de ella.