Arquitectos de familia, especialistas en habilitaciones

Lorena Obiol

viernes, 4 de octubre de 2019  |   

El estudio Felice - Gittelman desarrolla habilitaciones en el rubro gastronómico. Se reconocen como discípulos de Rodolfo Livingston. El nuevo Código y una propuesta disruptiva: romper el prejuicio de los honorarios altos.


Entrar en la calidez del pequeño estudio de Felice-Gittelman el día más frío del año —hasta ahora— fue reparador. Todo, o casi todo, estaba expuesto en el monoambiente: una mesa de madera en el centro, repisas con libros, carpetas y biblioratos sobre las paredes, tres puestos de trabajo y un gran corcho con fotos. Sumergirnos tan pronto en la charla, todo el tiempo a tono con la temperatura del estudio, hizo olvidar ciertas formalidades.

Gittelman y Felice en su estudio. Foto: Pepe MateosJuntos, Víctor Gittelman y Néstor Felice, rememoran los inicios del estudio y marcan como gran hito el trabajo con Rodolfo Livingston. «Es a partir de ahí que nuestro estudio tomó un perfil un tanto diferente al tradicional. Un poco por influencia de él y otro porque nuestra forma de pensar coincidía en muchos aspectos con la suya», cuenta Felice.

Una tarea importante para ellos, hoy, es atender las consultas de compra. «Cuando vamos a una propiedad, hacemos un relevamiento y también tratamos de llevarnos otros datos: saber cómo funciona la familia, cómo se compone y cuáles son sus deseos. Lo documentamos fotográficamente y nos volvemos a juntar para hacer un cierre de ese encuentro. Esto nos lleva un ratito más de lo que están acostumbrados los inmobiliarios. Nos llama mucho la atención que ellos, que en realidad están ganando más de lo que gana un arquitecto, estén apurados por sacar a la gente del lugar y no dispongan de tiempo», explica, y cuestiona a la vez, Gittelman. «Muchas veces se trata de inversiones que implican los ahorros de toda una vida, las personas se endeudan para comprar su casa y es esperable que exista un asesoramiento como corresponde y que esté encarado como una tarea profesional de alguien que no sea el que tiene el interés comercial. Como una trabajo concreto que empieza y termina y que se cobra en ese mismo encuadre sin que eso comprometa las etapas que puedan venir sucesivamente», añade Felice. Ambos hacen hincapié en el prejuicio que los inmobiliarios tienen con ellos. «Nos ven como algo molesto, podemos llegar a pincharles un globo pero no es la intención. Y también puede suceder al revés: que vemos potencialidades que el cliente no y reflotamos algo que iba a descartar», sigue Felice antes de dar el ejemplo de una empresa familiar de sanitarios ubicada en Floresta que los convocó en 2011 a una consulta de compra de un edificio emblemático con protección histórica. «De esa consulta surgió el paso siguiente y luego, el siguiente y así llegamos a la dirección de obra. Sin estar atado el cliente a seguir con nosotros cada vez».

Expertos en habilitaciones
«Con la tarea de arquitectos de familia tenemos una base pero necesitamos ampliarla con otras actividades. Nosotros hacíamos algunas gestiones propias de nuestras obras, como habilitarlas. Y ahí comenzó, entre 1994 y 1995. Nos fuimos capacitando todo este tiempo y tendemos a especializarnos en gastronomía. Por lo cual, tenemos bastante efectividad en ese rubro. En otros no nos metemos. No por desconocimiento sino porque el camino de la habilitación es intrincado: como en sanidad o educación», cuenta Gittelman.

El corcho con fotos del estudio. Foto: Pepe MateosEl estudio lleva adelante entre 5 y 6 habilitaciones mensuales, aunque recuerdan épocas de haber tenido más de cien por año. Hoy trabajan para Tea Connection y Green Eat, entre otros clientes. «Las habilitaciones empezaron a funcionar otra vez los primeros días de mayo, Los primeros cuatro meses del año no se presentó prácticamente ninguna, salvo una declaración responsable del profesional que les permitía trabajar hasta determinada fecha en los comercios. Se fue prorrogando y después no sirvió para nada porque hubo que hacerlo a través del apoderamiento del titular de la actividad. Hoy están saliendo nuevamente», detalla Felice en relación al freno de la actividad con el cambio de Código.

Respecto de la nueva normativa, los arquitectos observan que «el Código nuevo se presta a mayores interpretaciones porque están tomando usos y costumbres del Código viejo. Por momentos, da la sensación de que son discrecionales las observaciones y resulta un ida y vuelta interminable», dice Felice. «Pero todos los días alguna aprueban. Después de eso, se pide un turno y se retiran los libros y se los entregamos al cliente», completa Gittelman.

El día de la entrevista no estaba Lucila López Gay, colaboradora del estudio que se encarga de los trámites y de visitar clientes. «Algo que hacíamos nosotros antes. Hice pasillos de Carlos Pellegrini y del CPAU durante 15 años pero uno se va cansando. Al Consejo voy cada tanto, si hay que registrar algo, porque tengo muy buena relación con todos los chicos que atienden en el primer piso, también con Esteban López, Javier Larretape, Noemí González y Federico Carrasco. Eso me parece lo más valioso del CPAU, su gente», precisa Gittelman.

Ante la pregunta por las dificultades, la complejidad de la tarea en sí misma es lo que los socios responden casi al unísono. «Tratamos de evitar espacios demasiados grandes porque ahí juegan otros condicionantes: prevenciones contra incendios, impacto ambiental, que antes también hacíamos y ahora lo tercerizamos, igual que otras asesorías.»

Las formas de darse a conocer
Cuando los arquitectos van a un cliente por una habilitación le entregan el folleto del estudio, que describe el sistema de trabajo. «Tenemos clientes de 20 o 25 años, hicimos casas a padres e hijos y casas que después nos tocó reformar porque los chicos crecieron. También, obras que surgieron de una habilitación o una consulta de compra. Para nosotros el cliente es muy importante y ganar uno es ganar un montón. Porque más allá de la página no hacemos publicidad», dice Felice. «Nos recomiendan y nos conocen por el boca a boca y por nuestra web. Es un mito que un cartel de obra atrae a un cliente. Nunca un cartel atrajo a uno. Un gran maestro, Eduardo Gordin, con quien hice el curso de Patologías de la Construcción en el CPAU, siempre decía que el cartel de obra no servía para esto y que debía ser lo más chiquito posible», agrega Gittelman.

«Lo que pretendemos es, básicamente, ampliar los servicios del arquitecto: que no sea solamente la ejecución de una obra o, en el mejor de los casos, el proyecto y la ejecución de la obra», concluye Felice. Ofrece un café y se queda charlando, ya con el grabador apagado. 


Juntos, desde el secundario
Néstor Felice y Víctor Gittelman cursaron la escuela secundaria en el Otto Krause. Fueron primero maestros mayores de obra y casi naturalmente siguieron la carrera de arquitectura. Sólo se separaron el tiempo en el que a uno de ellos le tocó hacer el servicio militar. Y por ese motivo, no compartieron demasiadas materias en la Facultad. Pero hacia el final de la cursada volvieron a coincidir y comenzaron a trabajar juntos. Desde entonces, nunca más se separaron.

«Nos recibimos en distintos momentos de 1989. Cuando salimos del secundario hicimos trabajos como MMO con otros dos compañeros pero, más tarde o más temprano, se terminaron yendo y para 1987 ya estábamos solos», comenta Gittelman.

«Al poco tiempo de recibirnos entré en contacto con Rodolfo (Livingston), fui a sus talleres, atendí clientes y terminé como formador de arquitectos de familia. Trabajamos en distintas provincias y desde hace unos años participo de un taller en la Facultad de Arquitectura de Buenos Aires los sábados, que no tiene una condición formal de material lectiva pero cuenta con el aval de la facultad y allí también se forman arquitectos de familia», agrega Felice. 


El trabajo de habilitador
Luego de un asesoramiento telefónico y de un presupuesto, los arquitectos van al local a relevarlo.

A veces, también realizan una consulta —similar a la de compra— para evaluar si está todo de acuerdo a lo que establece el Código.

Luego del relevamiento en el lugar, se arma la documentación y se hace la presentación (hoy vía TAD). Se sigue el trámite hasta que está listo y se retira el Libro de Habilitación que luego se entrega la cliente que «prácticamente no tiene que moverse», dicen.

Desde el relevamiento y una vez acordado el trabajo, suele demorar entre 10 o 15 días, momento en que se obtiene la oblea con la cual el titular del comercio puede empezar a trabajar. «Después, el libro definitivo depende del momento. El año pasado salían enseguida, hoy están demorando un poco más por los nuevos Códigos».

Justamente, lo que requiere la tarea de habilitador es conocer muy bien el Código y los procesos que requieren las habilitaciones. Y un cambio importante que surgió hace poco tiempo es que la habilitación ya no requiere de un escribano, como antes.