Zaha

Jaime Grinberg, Elena Acquarone

martes, 21 de marzo de 2017  |   

Ilustración, Elena Boccoli

Arq. Jaime Grinberg
La conocí a comienzos del 87, hace 30 años, en la universidad. Luego del curso, y en una cena en su apartamento de NY donde invitó a todos sus alumnos a comer un típico arroz con yogurt, le dije que me había inscripto en un concurso en West Hollywood. Así fue como llegué a Londres, para ir todos los días a su estudio en Farringdon road, una vieja escuela donde ella y 4 arquitectos más ocupaban un aula-taller. Hoy, toda la escuela es su estudio. Siempre llegaba al mediodía, y nos dejaba una pila de calcos tamaño postal. Se trataba de una serie interminable de diagramas, de líneas, puntos, curvas, todos de distintos espesores. Y nuestro trabajo era traducirlo en maquetas, tratando de interpretar lo que querían decir, ya que no le parecía inteligente explicarlos. Siempre hablaba de su formación en Beirut, cuando era la Suiza de Oriente.

Todas las noches nos invitaba a cenar con diversos compañeros de trabajo y terminábamos tomando té de frutos iraquíes en su casa de Kynancy Mews. Zaha en la intimidad era muy cálida, con un gran corazón, casi lo opuesto a esa personalidad avasallante que supo conquistar el mundo.

Años después, Jorge Glusberg la invitó a la bienal, y nos volvimos a ver, oportunidad donde la conoció mi hija y dejaría una huella imborrable. Dio una conferencia magistral, con
una producción avasallante de solo 5 años. En el 2004 la vi en la bienal de Venecia, donde era casi imposible acercarse por la cantidad de paparazzi que la rodeaban.

Unos años atrás, comimos en Londres en una peatonal y ya su estudio era un mundo de gente. No estaba más la mesa larga de 6 metros, donde producíamos dibujos pintados a mano, a la manera de su primer concurso en Hong Kong, The Peak. Nunca imaginé que ese almuerzo, donde ella ordenó la totalidad de los platos, sería nuestro último encuentro.

Arq. Elena Acquarone
Era una gran amiga. Recuerdo que le predije su primer premio, en 1980, cuando la conocí en el Architectural Association en Londres. Llegué a ella porque fui hacerle una entrevista a su estudio, como corresponsal de Summa y Abitare: en ese momento estaba terminando el concurso Peack para Hong Kong, que fue su primer premio.

Fue la primera vez que vi la gestación de un nuevo movimiento en arquitectura: el deconstructivismo. Más adelante otros arquitectos la acompañaron: era una gran maestra, formadora de arquitectos y arquitectas; ella fue la que formó al padre de mi hija Victoria, en el Architectural Association, en aquellos años que estuve en Inglaterra.

En aquel entonces Zaha recién comenzaba con este nuevo estilo: recuerdo cuando vi sus geniales diseños arquitectónicos, los muebles, su ropa, las carteras, los zapatos. Yo la
admiraba por su elegancia, personalidad, fuerza y valentía. Y por su vanguardismo, una palabra casi prohibida en el mundo real. Por suerte la entendieron.

Cuando el empresario Jorge Glusberg la convocó para la Bienal de Arquitectura del 91, trajo sus proyectos y maquetas, y me “ordenó” que la atendiera: como me conocía, pidió por mí como su arquitecta traductora. Recuerdo que ese año me entregó con sus propias manos un diploma. 

El estilo que ella creaba entonces, está todavía vigente. Zaha decía que “la forma y el programa no pueden separarse entre sí. La topografía los mantiene unidos. Como  arquitectos, es importante pensar en el modo en que la forma se relaciona con el programa. Por esto es que la grilla resulta tan importante. La grilla permite que existen cosas a diferentes alturas; es una especie de red que puede ser interpretada de muchas maneras”. 

Ilustración, Elena Boccoli