Valles metropolitanos
Fernando Williams
Desde lejos Buenos Aires parece tener un frente sobre el río de la Plata y un fondo ilimitado hacia la amplitud de la pampa, con la cuadrícula como sistema que garantiza esa extensión. Pero los terrenos inundables de dos grandes ríos que desembocan en aquel frente costero han oficiado históricamente de obstáculo para la naturalizada reproducción de la cuadrícula.
En el caso del río Reconquista, las periódicas inundaciones afectaron a varios partidos del conurbano norte hasta bien entrada la década de 1960. A comienzos de la década siguiente, la construcción de la presa Roggero y la virtual “infraestructuralización” del río determinaron un punto de inflexión. La menor ocurrencia de inundaciones y la creciente presión sobre la tierra desataron una carrera por el control y apropiación de esta área disponible, cuya ocupación implicó casi siempre su relleno con residuos de distinto tipo. Se establecieron, por un lado, numerosos asentamientos informales que en partidos como San Martín formaron un frente que avanzó sostenidamente hacia el río, y, por otro, grandes piezas urbanas que por sus dimensiones no podían ser alojadas dentro de la cuadrícula. Así, complejos penitenciarios, depósitos, clubes y plantas de procesamiento de basura conformaron un ensamble infraestructural que aún no ha terminado de definirse. De hecho, el área fue sede de una de las operaciones territoriales más importantes del último medio siglo en la RMBA: la que enlazó la construcción del denominado Camino del Buen Ayre con la creación del CEAMSE.
Hoy el área constituye desde el punto socio-ambiental una de las áreas más críticas de la RMBA y es por ello que se ha convertido en objeto de indagación para un grupo de investigadores que en la Unidad de Arquitectura de la UNSAM ha conformado el proyecto “Ríos Urbanos”. En sintonía con la complejidad de esa problemática, cada uno de ellos asume enfoques diferentes (ambientales, morfológicos, históricos) pero todos comparten una visión heterotópica del área que en última instancia deriva de sus características hidrológicas y topográficas. Si, históricamente, la extensión de la cuadrícula ha sido justificada a partir de la ilimitada llanura, desmentir a esta última supone poner a la cuadrícula en suspenso y reparar en modos alternativos, disruptivos, transversales de usar y ocupar la ciudad. Como la del Matanza-Riachuelo, la cuenca del Reconquista intersecta los anillos y cordones a partir de los cuales tiende a pensarse la ciudad más allá de la General Paz. Así, estos territorios “otros” desbaratan una forma de entender el suburbio como gradual disolución de los atributos de la ciudad central. Ni urbanos ni suburbanos, estos amplios valles colonizados por asentamientos informales, atravesados por puentes ferroviarios y autopistas, jalonados por plantas que procesan gran parte del residuo que produce la ciudad, y modificados por rellenos capaces de modelar nuevas topografías, son paisajes metropolitanos por definición.