Construir el paisaje

Andrés Plager

jueves, 17 de noviembre de 2022  |   

Tengo abierto el mail con la invitación a escribir en este número de la revista del CPAU. Desde hace días me siento trabado, “colapsado”; pero estas palabras me permiten una analogía entre mi estado y la temática de suelo, territorio y ambiente sobre la que me proponen escribir.

La replicabilidad del espacio público: macetones en la plaza de San Javier delimitando la calle. Traslasierra, provincia de Córdoba.

Para comenzar a describir lo que sucede actualmente en torno al paisaje, debemos previamente realizar una diferenciación, como la hacen Ramón Folch y Josepa Bru: “Al contrario del paisaje, que a pesar de su complejidad constituye una realidad tangible, al ambiente no lo ha visto nunca nadie. Ni siquiera hay consenso a propósito de cuáles son los elementos que lo constituyen” (2017).

Entonces, todos somos constructores del paisaje, y el punto de partida es la construcción social de ese paisaje, que se encuentra en permanente transformación y es percibido de acuerdo a los valores de la población. Podemos decir que el campo (o la idea del campo) es un tipo de paisaje y que la ciudad es otro, su máxima transformación. Cabría entonces preguntarse si esa denominada tensión entre campo y ciudad es real o solo consiste en grados de transformación en donde las concentraciones y la forma de desarrollo actual juegan –y siempre han jugado– un papel importante. Pero, sobre todo, si esa “naturaleza” (sí, entre comillas), no se trata de la naturaleza de artificio que describe Robert Smithson, como un paisaje dialéctico nunca concluso (2010).

“Palermización” de ciudades: locales con luces de neón en plena ciudad serrana. San Javier, Traslasierra, provincia de Córdoba.

Este continuo diálogo, que se traduce en ocupación del territorio y que además se convierte en diferentes formas de aprovechamiento de los bienes naturales, nos sitúa ante varios aspectos sobre los que quisiera volcar unas breves reflexiones.

Tendemos a pensar en los paisajes productivos como grandes extensiones de plantaciones. Existe allí una idea de paisaje ideal, una idea que se contrapone a la imagen que queda, por ejemplo, luego de un desmonte en la provincia de Chaco; o como lo podrían ser también los paisajes en las actividades de la mega minería. Insisto: no es una mera postal, sino un sistema en donde los humanos tenemos un rol. Y por eso debemos entender las complejas relaciones que son necesarias para seguir teniendo ciertos estándares de vida que se dan, sobre todo, en las ciudades. Ah, y por cierto, esos paisajes productivos secundarios o que no queremos ver, dan paso a esas grandes plantaciones, algo que se denomina corrimiento de la frontera agrícola.

Durante la pandemia, he leído, asistido y escuchado el pensamiento de que “deberíamos cambiar”, así como también el de “las ganas de dejar la ciudad”. Entre las formas de avance sobre el suelo medianamente rural, hay un modelo que se repite en casi todo nuestro suelo, por lo general cerca de una pequeña ciudad, que es el loteo, en muchas de sus diversas formas: los regulares, los irregulares, los barrios eco sustentables, los de muchas hectáreas y los de pocas. Y también se pueden encontrar ahora las réplicas de los barrios cerrados cercanos a la Ciudad de Buenos Aires: es posible tropezar con un portal de acceso en los lugares más insospechados, que además tenga un cartel que lo nombre como “Altos de las sierras”. 

Estas migraciones urbanas rurales presentan muchas facetas, pero no es mi deseo juzgarlas, sino exponerlas. Hace un tiempo, en un asado en una chacra que produce verduras agroecológicas, se encontraba un referente mundial de esa forma productiva (una persona que admiro), y en la conversación me preguntó qué hacía ahí. Le dije que, por un lado, estaba aprendiendo, y que además me dedicaba a temas de planificación de paisaje y temas urbanos. Giró su cara hacia la de Domingo, uno de los productores de la huerta, hombre curtido por los soles y los años de trabajo, y le preguntó si era dueño de la tierra u alquilaba: “Alquilo”, asintió Domingo. “Ves”, me dijo entonces, “Ahí tenés una de las consecuencias de tu habitar acá, que es la fijación del valor del suelo, y que por lo tanto a muchas personas locales les es muy difícil el acceso a la tierra”.

Por otro lado, en consonancia con lo planteado inicialmente sobre la construcción del paisaje y el ideal de “naturaleza”, vemos que muchas de las migraciones se dan hacia lugares de atracción turística. En otras palabras: cuando dejamos la ciudad estamos empapados de imágenes y conceptos preestablecidos de cuál paisaje es lindo y cuál no lo es, y muchas de estas migraciones se dan hacia paisajes considerados de “alta calidad”, o mejor dicho, en paisajes productivos, ya que el turismo es una forma de producción; pero no se dan en otro tipo de sitios, como podría ser un pueblo en la estepa patagónica.

Es importante agregar que, además, de esta manera se van perdiendo pequeñas producciones, por los loteos, la ausencia de normas y la falta de una dimensión política, ya sea por desconocimiento u omisión. Las escasas posibilidades de acceso a la vivienda comienza a dar forma a un perfil urbano de “mamushka”: la casita de los hijos delante de la de los padres, o la cabaña para alquilar a los turistas. Se da también un fenómeno que coloquialmente suele denominarse como “palermización”: esa imagen urbana del barrio de la Ciudad de Buenos Aires que se fue transformando con un perfil específico, y que se repite como un espejismo exitoso, mutando identidades. Y, en la misma línea, se observa la repetición del tipo de soluciones para mejoras en el espacio público, como las macetas para delimitar el espacio vehicular.

La forma de habitar, es decir, la ordenación del territorio, presenta y conforma secuelas, por la ausencia de instrumentos de gestión acordes a las disímiles realidades. Ejemplo de esto puede ser la pérdida de playas en la costa bonaerense, debido a los procesos de urbanización sobre las zonas de recarga de arena y las infraestructuras, entre otras cuestiones, atentando no solo contra los servicios ecosistémicos, sino también contra un recurso económico que se termina perdiendo. La tríada de medioambiente, suelo y territorio podemos comprenderla en casos tangibles, tal como está especificado en el trabajo “Análisis regional de las islas de calor urbano en la Argentina”, donde se muestra el aumento de calor en diferentes ciudades del país, como por ejemplo en la ciudad de Oberá donde ese aumento es consecuencia de remover la cobertura vegetal densa para dar paso a un proceso de urbanización con materiales como chapa y asfalto (Casadei, Semmartin y Garbulsky, 2021).

El panorama es complejo, entramado, e interrelacionado permanentemente. Pero podemos entenderlo desde nuestra posición, ya sea como profesionales, o en el debate dentro y fuera de las instituciones o de la organización civil. Y, sobre todo, debemos avanzar desde la educación en reafirmar nuestra posición dentro de este sistema, que no es ni arriba, ni al costado, sino a la par de lo que sucede.

Referencias

Casadei, P., Semmartin, M. y Garbulsky, M. (2021). Análisis regional de las islas de calor urbano en la Argentina. Ecología Austral, 31(1), pp.1-203.

Folch, R. y Bru, Josepa (2017). Ambiente, territorio y paisaje. Valor y valoraciones. Madrid: Barcino.

Smithson, R. (1973). Frederick Law Olmsted y el paisaje dialéctico. En: Iñaki Ábalos (ed.) (2010). Naturaleza y artificio: el ideal pintoresco en la arquitectura y el paisajismo contemporáneos. Barcelona: Gustavo Gili.