Superdigitalismos

Ciro Najle

lunes, 1 de abril de 2019  |   

La arquitectura de la era de la hiperculturalidad digital.

"El proceso de globalización, acelerado a través de las nuevas tecnologías, elimina la distancia en el espacio cultural. La cercanía surgida de dicho proceso crea un cúmulo, un caudal de prácticas culturales y formas de expresión. El proceso de globalización tiene un efecto acumulativo y genera densidad. Los contenidos culturales heterogéneos se amontonan unos con otros. Los espacios culturales se superponen y se atraviesan. La pérdida de los límites también rige el tiempo. En la yuxtaposición de lo diferente se acercan no solo diferentes lugares, sino también diferentes períodos de tiempo. La sensación de lo híper, y no de lo trans, inter o multi, refleja de modo exacto la espacialidad de la cultura actual. Las culturas implosionan, es decir, se aproximan hacia una hipercultura."

—Byung-Chul Han, Hiperculturalidad, Herder Editorial, Barcelona, 2018, Página 22.

La cultura digital en arquitectura, esa fuerza inédita y arrolladora que operó como paradigma y como medio para la superación radical de la cultura representacional e indeterminista de la posmodernidad de los años sesenta a los años ochenta, tomó la forma de un bloque en apariencia ideológicamente unificado para luego adoptar una serie de planos de acción que cristalizaron en líneas operativas, perfiles intelectuales o nichos de práctica. Estos incluyeron, entre otros, el control de las organizaciones a nivel de la programación, la exploración de la variación continua como recurso para la modelación de la forma, la configuración de sistemas no-lineales de diferenciación, la definición de mecanismos de evaluación y retroalimentación, el replanteo metodológico de los procedimientos arquitectónicos como procesos abiertos, la customización de los materiales y el desarrollo de sistemas constructivos no estandarizados de producción masiva. Estos planos, si bien diferenciados, operaron dentro de una única virtualidad continua, cuya ética y operatividad ocuparon el centro del debate sobre la especificidad disciplinar, funcionando como un sustrato pre-arquitectónico común, cuyo desarrollo, en principio tentativo y laminar, se ramificó y desplegó luego en prácticas crecientemente novedosas. Esta virtualidad y dichas prácticas, movilizadas por la puesta en crisis de la idea de arquitectura como representación, sobrepasaron en buena medida los límites de los paradigmas clásicos de universalidad, idealidad, permanencia, atemporalidad, reemplazándolos por modelos ubicuos, anexactos, abiertos y trans-temporales, e integrando a su paso influencias provenientes de campos tan disímiles como la teoría de la complejidad, la teoría de los sistemas no-lineales, las teorías de la evolución, y toda una serie de linajes filosóficos materialistas-vitalistas, en un medio arquitectónico diversificado pero internamente consistente.

En el corto lapso de los doce años que separaron la caída del Muro de Berlín y de las Torres Gemelas, y coincidiendo con el advenimiento y la consolidación de la globalización, la cultura digital se estableció y sentó las bases para la constitución de un nuevo núcleo duro disciplinar, instalando sus razones, sus métodos, sus imaginarios y sus objetos en la cultura arquitectónica contemporánea, dando de ese modo forma acabada a un proceso de mayor extensión que se despliega hacia atrás hasta la posguerra, y que reclama hoy uno a uno los espacios de las tradiciones materiales, estratégicas, organizativas, formales y figurativas, mientras absorbe formas de pensamiento, campos de conocimiento, técnicas y tecnologías en principio distantes de la arquitectura, desde la cosmética hasta la ecología. Sin embargo, esa misma ubicuidad, que se expande sobre todos los medios de proyecto, producción, construcción y comunicación arquitectónicos actuales y se nutre de la disponibilidad absoluta de los recursos que la cultura digital fue capaz de introducir en la arquitectura de las últimas décadas (con la eficacia de un salto que aparece como instantáneo), se corresponde, tanto en la creatividad de sus efectos como en la radicalidad de sus alcances, con la subterránea e inexorable desculturización de ambas. Las ideas que históricamente sujetaban a la arquitectura al suelo de sus tradiciones y la aferraban a las demandas de lo mundano (como las ideas de lugar, contexto, terreno, programa, función, usuario, cliente, materialidad, estructura, construcción, escala, sitio, región, territorio, ciudad, urbanidad, naturaleza, clima o geografía), que hasta hace solo tres décadas se encontraban embebidas naturalmente en la definición disciplinar misma, hoy se han desvanecido o han tomado unas formas tan indeterminadas, abstractas, emancipadas e inestables que pueden (y posiblemente deben) literalmente redefinirse cada vez que se hace arquitectura.

"La hipercultura (...) pone a disposición, por medio de una conexión globalizada y de la desfactifización, un caudal de formas y prácticas de vida diferentes, que se transforma, se expande y se renueva, y en el que también son incluidas formas de vida de tiempos pasados en modo hipercultural, es decir, deshistorizadas."
—Byung-Chul Han, Hiperculturalidad, Herder Editorial, Barcelona, 2018, Página 29.

PanPatagonia, archipiélago de torres y mesetas. Universidad Torcuato Di Tella, Escuela de Arquitectura y Estudios Urbanos, Tesis proyectual 2018, Atlas de Genéricos Sublimes Argentinos 3.0. Director: Ciro Najle. Tutr: Anna Font. Alumnos: Camila Arretche, Michela Conti, Melissa Pomsztein.Se puede pensar, en este contexto de libertad e incertidumbre estructurales, en un fenómeno de vaporización o sublimación cultural de la disciplina, tan fascinante como temible, caracterizado por la superación y la emancipación respecto de los marcos tradicionales y por la expansión y la diversificación de las prácticas. Liberada irreversiblemente de las sujeciones de la representación, y habiendo neutralizado sus mitos asociados, el devenir hipercultural de la arquitectura, avivado por la fascinación creciente que ofrecen las capacidades de la revolución digital, ha mutado, en su vertiginoso proceso, de una fase de emergencia ingenua (ligada a la incorporación, aprendizaje y manejo de la información), a una de revolución y novedad (ligada a la manifestación formal de la complejidad resultante de dicho manejo y al desarrollo de técnicas para su gobierno diestro), a una de sistematización y consolidación metodológica e ideológica (ligada a la programación de dichas técnicas y a la crítica interna de las estructuras naturalizadas presentes en ellas), a una de racionalización y difusión (ligada a su conceptualización y despliegue teórico, y a la construcción de formatos, jergas y meta-discursos nuevos), a una de popularización y praxis pura (ligada a la fertilidad, variedad y precisión de campos nuevos de aplicación y experticia, y a su difusión y naturalización), y finalmente a una de proliferación y absolutización (ligada a la propagación de competencias, a la multiplicación de recursos y a la disipación paralela de la tensión disciplinar), apareciendo, en la actualidad, ya no como aquel plano de consistencia desde el que muchas arquitecturas parecían insinuar, contener o desplegar potenciales desconocidos, sino como un medioambiente caleidoscópico que nutre invisiblemente las prácticas imperceptiblemente desde dentro, y que redefine a cada paso la idea misma de disciplina y su estatuto de contemporaneidad.

En paralelo al despliegue de dicho fenómeno, sus efectos se han también multiplicado de un modo enmarañado: la especificidad de los medios se ha diversificado, expandiéndose técnicamente y transformándose en campos de experticia definidos; la ubicuidad de sus técnicas se ha ramificado y sigue haciéndolo, configurando prácticas estables para luego entretejerlas en nudos indefinibles en su estatuto y en su linaje; la proliferación de los fines se ha dispersado, y en definitiva ha vuelto vanas las ambiciones multivalentes de la disciplina, mutándolas en operatividades directas, para luego enrarecerlas; la diversidad de las aplicaciones ha invadido todas las rutinas y las jergas del trabajo arquitectónico, diluyendo las ideas de oficio y de saber para luego radicalizar dichas nociones según formas nuevas; la sistematización de la ética y la expansión de la estética se han abierto a nuevos paradigmas, para luego diseminar sus subproductos y diluir sus fuerzas en un único magma inclusivo. El devenir digital de la arquitectura puede decirse que ha diferenciado las estructuras y los fundamentos mismos de la disciplina, y con ello su fertilidad y su sentido. Pero además su compacidad ha cambiado su estatuto, de modo que ya no se puede hablar de emergencia sin irradiar un tono arcaizante, de revolución sin recurrir a la nostalgia, de sistematicidad sin esconderse en una extravagante forma de tradicionalismo, de propagación sin caer en una nueva versión de la vieja positividad moderna de la racionalización y la optimización, ni de popularización sin que la relación entre teoría y práctica devenga una nueva forma de cinismo o de auto-celebración de la praxis. Ninguno de estos procesos, aun si vitales y prolíficos, conservan el sentido que tenían hace solo tres décadas. La cultura digital se ha multiplicado hasta tal punto que su proyecto heroico se ha vuelto una forma particular de segunda naturaleza.

"¿Debería uno lamentar la pérdida del aura, del lugar, del origen, del 'aquí y ahora' que brinda un aura? ¿O se anuncia, a través de la pérdida múltiple, un nuevo aquí y ahora carente de aura que, a pesar de esto, tendría su propio resplandor, un estar-aquí hipercultural que coincide con el estar en todos lados
—Byung-Chul Han, Hiperculturalidad, Herder Editorial, Barcelona, 2018, Página 57

No sería preciso, en este contexto de naturalización de la transformación estructural de la disciplina, hablar de vanguardias, escuelas, posiciones o movimientos, ya que las prácticas digitales, inestables por definición, no logran constituirse como sujetos formados, territorios distinguibles, discursos absolutos, o sentidos externos a su proceso, tanto como que generan, por saturación, lo contrario: radicalidad impersonal, fluidez operativa, extenuación discursiva y singularidades abstractas. Lo que previamente parecía constituir tendencias divergentes que abrían nuevos caminos, se ha vuelto, por su entrecruzamiento y por la promiscuidad derivada, una serie de fragmentos pequeños que producen hoy un ruido continuo, tan ensordecedor como vacío, que, a diferencia de los años posmodernos con los que se los suele relacionar, no evidencian tanto una crisis o una ruptura históricamente consciente respecto de una modernidad positivada y vuelta genérica, sino, por el contrario, configuran el material positivo (los innumerables bits) y el efecto generalizado (la redundancia informativa) de un fenómeno que, producto de la reverberación y la ubicuidad, se manifiesta hoy como un horizonte escurridizo. Tal dilución de aura constituye una forma de libertad superadora de la moderna, dotada esta vez de la capacidad sin precedentes de definir artificialmente sentidos, referencias, razones y motivos junto con y mediante la técnica, ahora vuelta natural. No se trata entonces de formular proyectos distinguibles ni construcciones autorales tanto como de navegar un medio gaseoso cuya lógica intrínseca es la promiscuidad, y singularizarlo. Estamos frente a un modelo donde la vieja épica del heroísmo discursivo recortado sobre el fondo de un contexto culturalmente desolador cede su paso a operar vehementemente y con renovada irresponsabilidad en un campo superpoblado de información.

La dispersión resultante de los entrecruzamientos entre técnicas y procedimientos, entre formas y figuras, entre jergas nuevas y lenguajes viejos, entre conceptos agudos y categorías difusas, entre aplicaciones concretas y efectos intangibles, entre éticas y destrezas, propia de la hiperculturalidad digital, no hace sino intensificarse a medida que éstos se multiplican, y es tarea del arquitecto contemporáneo hacer de dichas multiplicaciones una disciplina nueva mediante la síntesis de sus procesos. No sería realista, ni astuto, simplemente lamentar la pérdida de sentido que resulta de ellos. Tampoco construiría un proyecto a mediano plazo celebrar alegremente sus evidencias, en un acto juvenil. Menos aún se trata de resistir dicha pérdida con fundamentalismos forzados, o de reaccionar con resentimiento a la fuerza inagotable de sus acciones y de sus efectos. En cambio, se nos presenta hoy la posibilidad de abrazar, amablemente, la inmoderada proliferación en movimiento, para desplegarla libremente con un humor, tan agudo como ligero, que ordene sus potencialidades aún no desveladas e internalice profundamente los atributos del fenómeno y las características de sus formas. La superación del desarraigo mediante la fragmentación y la saturación extremas no reside en convocar a los dioses muertos ni en renunciar ante su pérdida, sino en reconocer los patrones de su dilución como cultura en sí, en apreciar sus ritmos desordenados, sus formas escurridizas y sus sinsentidos como ritmos, formas y sentidos de una clase nueva cuyo foráneo lenguaje se encuentra aún indefinido, adoptando sus enajenantes inclinaciones como si fueran exactamente las deseadas. En un contexto donde la idea de valor se desdibuja ante nuestros ojos como consecuencia de la extrema heterogeneidad, nos encontramos con el reto y la oportunidad de asumir la invención de valores justamente desde ella.

"La heterogeneidad en sí no crea ningún 'espíritu griego hermoso y libre': para ello es necesario también una 'superación' de la heterogeneidad. No obstante, la necesidad de esa superación no la convierte en algo negativo, que podría haber estado ausente sin más, ya que la heterogeneidad en sí misma es un elemento [constitutivo] del espíritu griego."
—Byung-Chul Han, Hiperculturalidad, Herder Editorial, Barcelona, 2018, Página 14

Superdigitalismos dispone sobre la mesa, como quien arroja simultáneamente muchos dados para echarlos a su suerte, una serie de prácticas digitales que, dada su confluencia de recursos, formatos, contenidos, materiales, técnicas, tecnologías, procedimientos y campos de experticia, asumen el desafío de constituir modelos arquitectónicos sintéticos y superadores en el mosaico de la hiperculturalidad contemporánea. Trascendiendo la praxis pura y eludiendo la idea trivial de pluralidad, sus construcciones singulares abordan propuestas teóricas de manera más o menos consciente, se extienden sobre el campo de la experticia de manera más o menos generalista, y toman formas más o menos mixtas de proyecto y obra edilicia en el sentido clásico, de instalación, de prototipo, de teoría, de texto, de proyecto editorial o curatorial, de plan de investigación o de programa académico, precisando las aún extrañas características de su arquitectura para pronunciarlas en forma de ismos y proyectarlas como fuerzas en estado de disputa por apoderarse del espacio del debate contemporáneo. El formato de cada intervención es el spread: una doble página ocupada por un texto corto y una imagen de proporción libre, editados como una sola proposición.