Totalidades dicotómicas
Marcelo Spina, Georgina Huljich
Obsesionada con el control y la perfección tecnológica, la cultura digital se ha vuelto tan ubicua y determinista que lo que alguna vez se vio como refinado y sofisticado ahora se ha vuelto no solo algo común sino muchas veces un cliché. La dependencia en un único sistema con un ritmo predominante o en un principio organizador subyacente que regula la totalidad de la forma, sin importar cuál sea su complejidad, su sinuosidad o su fluidez, se ha convertido en las directivas de una tiranía cultural y en un reduccionismo estético que no hacen sino disipar la tensión formal suprimiendo el desacuerdo.
En la actualidad, frente a un mundo sumamente cambiante, cualquier vestigio de lo puramente digital parece retrógrado. Más aún, siempre nos hemos sentido un poco incómodos con el mal uso del término, como si la sola categoría implicara una forma instantánea de subcultura (a la que aparentemente pertenecíamos), algo así como un club privado con un código secreto. Hoy en día, y durante los últimos siete años, en el contexto de nuestros talleres de diseño en SCI-Arc, en UCLA, y en otras instituciones, pero sin duda en PATTERNS, nuestra oficina de arquitectura, hemos usado el término para referirnos a la debilidad y a la obstinación de una única idea de diseño. Si un proyecto es solamente digital, significa que aún no ha entrado en relación con otros, sea con un material, con una imagen, con un contexto o con una estética amplia, o que no ha sido todavía corrompido o silenciado —es decir, quebrado— con suficiente eficacia a través de otros medios, de modo de ocultar cualquier relación directa con su constitución original. Este acto de quebrar y silenciar involucra un abordaje dialéctico.
Actualmente, observamos un salto importante en el discurso del proyecto arquitectónico. Centrado en la vaga idea de lo posdigital, aunque no limitado por ella, este despliegue despierta un renovado interés en la indeterminación, la incongruencia, el extrañamiento y el distanciamiento, en el que una idea dialéctica de la dicotomía (posdigital) reemplaza y sustituye una forma de complejidad (digital). Ahora, más que nunca, habitamos un campo propenso a los dualismos, en el que las oposiciones, las simetrías y las categorizaciones férreas perduran y se convierten en normas. Un abordaje dicotómico de la arquitectura implica abrazar algunos de estos dualismos que fueron contenidos durante largo tiempo, aceptando las contradicciones y trabajando sobre las incongruencias constructivas. Guillermo Martínez, escritor argentino y experto en Borges, sugiere, en el contexto de su literatura, que, mediante el enfrentamiento de opuestos, los contrastes no necesariamente se disuelven sino que se vuelven borrosos y, por lo tanto, el texto (para nosotros, el objeto) entra en un estado más complejo de holismo. En una conversación con él, los describe como momentos de atención concentrada que llevan a cambios fundamentales en la narrativa e incluso en el estilo.
Al implicar tanto el mantenimiento como la subversión de los géneros existentes, nuestro interés actual en las dicotomías constructivas proviene de la posibilidad de desafiar ideas estéticas y estilísticas previamente inmutables acerca de la relación de las partes con el todo. Este abordaje especulativo puede generar nuevas formas de autenticidad, así como un público capaz de evolucionar y cuestionar el rol y el estatus de la idea de ícono en la cultura actual y, lo que es más importante, de su imagen arquitectónica. Esto no debería confundirse con la idea deconstructiva de collage, o con una versión renovada de la idea del «todo complejo» de Robert Venturi, en el que un repertorio múltiple de partes dispares coexiste en una composición. Por el contrario, un proyecto dicotómico tiende inequívocamente a formar un todo unificado. Sin embargo, ya no sigue siendo una totalidad intensamente cohesiva, intrincada tectónicamente o digitalmente paramétrica, sino un todo indeterminado, vago, quebrado, y aun así coherente.