Calidad del aire y salud: la influencia de la arquitectura y el urbanismo

Horacio Bogo

martes, 10 de septiembre de 2024  |   

La calidad del aire es un factor crucial en la salud humana. La contaminación atmosférica a menudo se asocia con la emisión de gases de vehículos e industrias, aunque también con el hábitat en general. La arquitectura y el urbanismo juegan un papel significativo en su regulación. El diseño de nuestras ciudades, espacios públicos y edificios puede incidir directamente en los niveles de emisiones que enfrentamos, y por ende, en nuestra salud. Desde enfermedades respiratorias hasta muertes prematuras, la mala calidad del aire afecta de manera tangible a las personas, y es también responsabilidad de los arquitectos y urbanistas colaborar en su mitigación.

La situación actual de la contaminación del aire
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido en directrices que los niveles de contaminación del aire referidos a materia particulada (MP2,5 y MP10), ozono, dióxido de nitrógeno, dióxido de azufre y monóxido de carbono no deben superar límites de riesgo. Afirma que “La carga mundial de morbilidad asociada con la exposición a la contaminación del aire tiene un enorme impacto para la salud humana en todo el mundo: se calcula que esta exposición causa cada año millones de muertes y de años de vida saludable perdidos. Actualmente se calcula que esta carga de morbilidad es comparable a la de otros riesgos importantes para la salud a nivel mundial, como la dieta malsana y el tabaquismo; y se ha reconocido que este tipo de contaminación constituye la amenaza medioambiental más peligrosa para la salud humana”.

Más precisamente, las directivas se expresan de acuerdo al siguiente cuadro:


 
De ese modo, en dióxido de nitrógeno o NO2 no deberían superar los 10 microgramos por metro cúbico anuales para garantizar que no se generen problemas considerables de salud. Sin embargo, en muchas ciudades, incluida Buenos Aires, estos valores se exceden con frecuencia. Actualmente, se registran niveles que alcanzan las 35 partes por billón (ppb) de dióxido de nitrógeno (NO2)[1], un gas que se genera principalmente por la combustión de motores, tanto en el tráfico vehicular como en el acondicionamiento de edificios.

Así, las cifras más recientes indican que la calidad del aire en la ciudad está lejos de cumplir con los parámetros sugeridos por la OMS. Esto plantea, como en otras partes del mundo, un desafío inmenso para los responsables de planificar y diseñar el entorno urbano, quienes deben integrar soluciones innovadoras y sostenibles para mejorar la calidad de vida de los habitantes. Por otra parte, las medidas a favor del medio ambiente son medidas que en general tienden a favorecer criterios de inclusión, como la promoción de un transporte público de calidad, y no un objetivo contradictorio con las prioridades sociales.

La conexión entre calidad del aire, salud y urbanismo
La contaminación del aire no solo afecta a la salud humana, sino que también está vinculada al cambio climático, lo que agrava aún más la situación. En ciudades como Buenos Aires, los vientos ayudan a disipar parte de los contaminantes, pero esto no es suficiente para contrarrestar los efectos del cambio climático y la contaminación local.

La quema de biomasa, como la que ocurre en los humedales del Delta del Paraná, también contribuye a la contaminación atmosférica. Este tipo de prácticas agrava la situación dado que genera emisiones perjudiciales que afectan tanto la calidad del aire como la salud pública.

Desde una perspectiva arquitectónica, el acondicionamiento térmico de los edificios también es un factor determinante. Los edificios mal aislados requieren más energía para mantener una temperatura confortable, lo que a su vez aumenta la generación de gases contaminantes. Por otro lado, una buena aislación térmica –preservando siempre niveles necesarios de ventilación– reduce la necesidad de climatización y, por ende, la emisión de gases que contribuyen al deterioro de la atmósfera.

Soluciones desde la arquitectura y el urbanismo
Para mitigar estos efectos, es crucial que las ciudades apuesten por medios de transporte y prácticas de movilidad urbana más eficientes en términos energéticos, en la medida de lo posible basados en fuentes renovables. El transporte público eléctrico, así como la promoción de alternativas sostenibles como caminar o el uso de bicicletas, son esenciales para reducir las emisiones de dióxido de nitrógeno y material particulado fino. De todas maneras, ya el transporte público en general tiene un nivel de eficiencia mayor que el automóvil particular.
El Metrobus, si bien es una alternativa favorable frente al uso del automóvil particular y, en los corredores más congestionados, frente al transporte público de superficie tradicional, sigue utilizando motores a combustión interna que emiten material particulado. Optimizar este sistema de transporte, junto con la infraestructura sobre rieles y la implementación de vehículos eléctricos, podría ser una de las soluciones más efectivas.

El balance energético en el diseño de nuevas construcciones y remodelaciones ocupa un lugar igualmente importante. Lograr un equilibrio entre la eficiencia energética y la ventilación adecuada en los edificios es fundamental para minimizar el impacto ambiental y mejorar la calidad del aire interior y exterior.

En esta línea, se han realizado estudios interdisciplinarios que analizan la relación entre la contaminación del aire y la salud. Por ejemplo, en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU), se midió la posibilidad de utilizar cercos verdes en escuelas para mitigar la contaminación en patios cercanos a calles transitadas. Si bien no son una solución definitiva, estos cercos verdes pueden ofrecer un mínimo reparo contra la exposición directa a contaminantes.

El camino a seguir
Es fundamental que se tomen medidas políticas a largo plazo para la electrificación del transporte público, la potenciación del transporte ferroviario, la movilidad activa y la reducción del uso del automóvil privado. Los estudios realizados por expertos que trabajan en colaboración con investigadores de la salud, señalan la importancia de medir y comprender los niveles de contaminación para poder actuar en consecuencia. La medición de estos niveles se puede realizar mediante dispositivos simples como los tubos pasivos, que son accesibles, fáciles de transportar e instalar, tanto en interiores como en exteriores. También mediante registros atmosféricos a partir de imágenes fotográficas o de adherencia de partículas al suelo urbano y superficies de fachadas. En muchos casos queda hasta pegado el aceite de los caños de escape en las paredes. 

En síntesis, la disponibilidad de indicadores concluyentes por parte de la OMS, combinada con la posibilidad de hacer mediciones sobre los niveles actuales, es un llamado a una acción mucho más drástica de la adoptada hasta aquí. La arquitectura y la planificación urbana juegan un rol decisivo para trabajar desde ahora por un futuro donde la sostenibilidad y la salud pública sean prioridades. Para lograrlo, es importante la colaboración entre la comunidad científica, arquitectos, urbanistas y autoridades para crear conciencia en la sociedad, actuar en consecuencia, y así alcanzar ciudades más limpias, saludables y habitables para todos.

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[1] La conversión entre partes por billón (ppb) y microgramos por metro cúbico (µg/m³) depende del peso molecular del gas. A condiciones estándar, se utiliza la fórmula aproximada: 1 ppb = (peso molecular / 24.45) µg/m³. Por ejemplo, para el ozono (O3), 1 ppb equivale a 1.96 µg/m³; o en el caso del (NO2), 1 ppb equivalen a 1.89 µg/m³.