Una obra de arte | El Miembro Fantasma
Martín Huberman
Ensayo sobre las arquitecturas ausentes.
El proyecto toma su nombre de la sintomatología que sufre, o desarrolla, una persona amputada al percibir aquel miembro ausente como si estuviese aún vinculado a su cuerpo. La fenomenología del síndrome de miembro fantasma, define la rebuscada labor cerebral por reorganizar la información sensorial que habla de aquello que ya no está pero que aún se siente.
Este crossover arquitectónico-medicinal busca poner en evidencia aquellas características difícilmente perceptibles del lenguaje arquitectónico, a la vez que plantea la discusión dentro del campo de la relación sensorial entre espacio e individuo.
Cuando uno se enfrenta a una tipología que fue acuñada en el pasado y que hoy ha dejado de existir, como es el caso del studiolo, es necesario para entenderla, remitirse a aquello que aunque ausente ha definido y, porque no, define aún a ese espacio arquitectónico. Los modos, las ideologías, las estructuras compositivas y hasta los propios usos quedan de alguna forma impregnados en el espacio, y existe en todos nosotros una búsqueda entre cerebral y epidérmica por descodificarlos.
Este trabajo se interesa especialmente en la voluntad natural del hombre por interpretar el espacio, planteando como hipótesis de investigación que esas ausencias son las que primero forjan la relación, entre sensorial e intelectual, entre individuo y espacio. Es en la naturalidad del ejercicio involuntario por desnudarlas y descubrirlas que encontramos una de las más puras interacciones el entorno y uno.
Está claro que en el ejercicio disciplinar de la arquitectura, la deformación de la mirada y de la experiencia espacial son necesarias para hacer del mismo una forma de lenguaje. Es imperativo para que el estudio devenga en disciplina, que el lenguaje no sea definido exclusivamente por estructuras sensoriales, sino además adquiera un halo gramatical factible de ser diseccionado, analizado y sobre todo proyectado. Al igual que el cerebro del amputado, el arquitecto, por deformación profesional, intenta constantemente reorganizar la estructura de una obra que estudia, una obra que visita, y porque no, una obra que ejecuta para asimilarla. En este ejercicio está la base de la educación arquitectónica.
Pero, ¿cómo se traslada este discurso al universo de aquellos que no fueron educados en la gramática arquitectónica? ¿Cómo hacer para evidenciar el valor de estas ausencias en la relación con el espacio? Y más importante aún, ¿cómo podemos hacernos de esas sintomatologías producidas por lo ausente para producir una obra nueva? ¿Es posible construir sin construir?
En la propia gramática de los procesos arquitectónicos existen ejemplos en los que se cristaliza el poder rector de la ausencia. El más claro, a mi manera de verlo, es aquel que se desprende del lenguaje compositivo del hormigón, donde el encofrado se perpetúa como estructura gramatical del mismo, a través de buñas, juntas, anclajes y texturas que le dan su carácter. Estos trazos, como otrora los jeroglíficos, nos remiten a tiempos en los que fueron otros quienes domaron el espacio, en los que los artesanos carpinteros desarrollaron estructuras lógicas que definieron un espacio destinado a desaparecer. Quizás es ésta la más efímera y más natural de las arquitecturas. El encofrado es un lenguaje que explota porque se sabe finito, se desarrolla despreocupado porque lo trasciende la idea dogmática de obra. El encofrado crece, se desarrolla y brilla en manos de una cuadrilla que fue educada para desconocer su belleza.
Es la condenada ausencia del puntal, las cruces, las tablas de soporte y las cuñas que todo lo sostienen en fino equilibrio artesanal, que este trabajo busca destacar. Ese momento en el que el dominio del arquitecto sobre la obra está mermado por el conocimiento empírico y traslativo que generación en generación hacen del carpintero un maestro encofrador. Tengo extraña devoción por esas estructuras de carácter indómito que sobrepasan al proyectista y gobiernan su obra durante el efímero tiempo del curado.
Este proyecto propone una lógica proyectual en la que el lenguaje se construya a sí mismo, reduciendo planos y notaciones, manierismos y voluntades proyectivas. Este es un ensayo de construir con la ausencia, donde el hormigón deviene en una excusa para que lo efímero se transforme en permanente, lo incontrolable se haga obra y que el verdadero ausente, en este menester, sea el arquitecto.
Mecánica de la obra
El Miembro Fantasma trabaja sobre una representación a escala 1:2 del studiolo de Francesco Primero, en el Palacio Vecchio de Florencia, Italia. La idea detrás de la misma es desencadenar un proceso constructivo donde una serie de variables indómitas por el autor se transformen en obra.
Para eso se desarrollaron planos de un hormigón que nunca se va a construir, respetando de manera sintética -descontando revestimientos y ornatos- dimensiones y proporciones interiores del espacio del studiolo. El proyecto resultante podría considerarse como una cruza moderna entre aquella tipología renacentista pensada para un único habitante, con los lenguajes espaciales imperantes hoy.
Sin embargo, la factura de la obra comienza con la interpretación de los planos de hormigón por un carpintero encofrador. El mismo tendrá a su cargo la tarea de ejecutar un encofrado que permita, en un futuro inexistente, colar ese hormigón. La intención es que mediante el trabajo intuitivo del encofrador aparezca una morfología, una estructura poética, que nunca fue diseñada.
El acto traslativo de llevar a cabo este ejercicio en un museo, es el que nos permite congelar el proceso arquitectónico, y hacer del encofrado un fin en sí mismo. Se devela así la belleza de los lenguajes ausentes en la idea contemporánea de obra arquitectónica.