Urbanismo feminista desde la participación y acción comunitaria

Col·lectiu Punt 6

jueves, 4 de noviembre de 2021  |   

El urbanismo feminista toma la vida cotidiana como fuente de análisis y transformación, y se basa en dos pilares clave: la integración de la perspectiva de género interseccional y la participación activa y transformadora de la comunidad, y de las mujeres en particular, en los procesos urbanos y territoriales. La mirada neutral del urbanismo androcéntrico ha excluido a la mayoría de la población. 


Col·lectiu Punt 6 en acción.

La experiencia de un territorio se puede conocer solo a través de la participación activa de las personas que lo habitan, ya que son ellas las máximas expertas de su vida cotidiana.

La participación no es ni neutra ni universal, ya que puede ser definida a partir de los valores y construcciones sociales imperantes en la sociedad, y perpetuar jerarquías y roles de poder dentro de las comunidades. Por ello, es necesario aplicar la perspectiva de género interseccional[1] para fomentar la participación equitativa y equilibrada de diferentes personas y, por lo tanto, contribuir a la desjerarquización y despatriarcalización del urbanismo. 

Hay dos motivos que hacen necesario incluir la perspectiva de género interseccional en la participación urbana. Por un lado, aumentar la participación de las mujeres, que a pesar de ser el 51% de la población mundial seguimos siendo frecuentemente excluidas en la toma de decisiones. Por otro, al incorporar diversidad de experiencias de género en la participación, las dinámicas de poder se pueden transformar y el proceso participativo puede visibilizar temas antes no contemplados.

De esta manera, se permite integrar a diferentes individuos con diversidad de necesidades y experiencias, visibilizar la importancia de la esfera reproductiva, el tener un cuerpo sexuado femenino y la dimensión de la vida cotidiana; y reflexionar sobre las relaciones entre mujeres, hombres y sujetos no binarios, cómo se construye la masculinidad y la feminidad y las implicaciones del género en los roles y actitudes de las personas. Estos elementos tienen un gran impacto en la configuración de los espacios, por ejemplo, en qué servicios urbanos se priorizan, cómo se estructuran los sistemas de movilidad o en la percepción de seguridad de las personas en el espacio público. A su vez, es importante visibilizar las tareas de cuidado y evidenciar el rol imprescindible que desempeñan para el mantenimiento de cualquier sociedad. Esto lleva a tomar conciencia de que trabajar a partir de la vida cotidiana significa incluir todas las actividades que se desarrollan en el día a día y cómo las diferentes actividades, tiempos y espacios se relacionan, ya que las diferentes esferas de la vida de las personas interaccionan.

Partiendo de lo expuesto, un proceso participativo que tenga realmente la voluntad de integrar la diversidad de voces y realidades tiene que incorporar de manera consciente diferentes mecanismos y estrategias para integrar a personas que normalmente están excluidas de la toma de decisiones.

Desde la práctica del urbanismo feminista que llevamos en Col·lectiu Punt 6 desde hace más de quince años, siempre incluimos de alguna u otra manera la participación comunitaria, ya que no entendemos otra manera de hacer urbanismo. En esta participación siempre utilizamos metodologías feministas que se adaptan a las personas y contextos y pueden aplicarse desde estudios de diagnóstico urbano hasta procesos de transformación a diferentes escalas de la planificación o tipos de proyectos (espacios públicos, movilidad, equipamientos, vivienda...). Cada proyecto tendrá su particularidad pudiendo ser desde un grupo de discusión de mujeres que sean coautoras de un estudio, hasta un proceso de gran envergadura que implique a mucha más población diversa.

Una experiencia que para nosotras marcó nuestros inicios fue uno de los primeros talleres que realizamos para el Instituto Catalán de las Mujeres en 2005. Cuando explicamos que haríamos un taller sobre urbanismo y una señora mayor nos dice: «¡Ah! Pero si hubiera sabido le hubiera dicho a mi marido que venga, que es el que sabe...». Ahí entendimos que el trabajar junto con las mujeres para valorar su experiencia de la vida cotidiana y también como expertas en el urbanismo era fundamental para conseguir barrios, pueblos y ciudades más equitativos. 

Desde una perspectiva feminista consideramos imprescindible hablar de las mujeres como sujetos activos y autónomos, proporcionando espacios y oportunidades de empoderamiento, donde sus voces estén presentes en debates y decisiones sobre la configuración urbana, de los que han sido tradicional y sistemáticamente excluidas, como expertas y como usuarias.

Pero a su vez, los procesos urbanísticos participativos deben transgredir los roles de género heteropatriarcales para poder responder a las necesidades de las mujeres diversas y promover la capacidad para cuestionar estos roles y estereotipos.

Participar no debe suponer una sobrecarga de trabajo, se ha de buscar el espacio y el tiempo necesarios para que las mujeres puedan participar y para ello, se debe corresponsabilizar a la sociedad de las tareas domésticas y de cuidado, para que no sean responsabilidad exclusiva de las mujeres. La participación de las personas y en particular de las mujeres en procesos participativos no debe dejarse al voluntarismo. La participación comunitaria también debería ser compensada social o económicamente. 

Desde la óptica del urbanismo feminista, la participación de las mujeres debería estar presente en todas las fases de planificación urbana: desde la fase de empoderamiento, capacitación y definición del problema, la fase de diagnóstico participado y propositivo, la transformación y la evaluación. Sin embargo, pocas veces en los procesos participativos liderados desde las instituciones esto sucede. En múltiples ocasiones, la participación se acaba en la fase de diagnóstico propositivo, sin poder involucrarse en la transformación o la evaluación.  

En todos estos años de trabajo, el urbanismo feminista ha conseguido un empoderamiento colectivo de mujeres en múltiples territorios: locales, estatales e internacionales. En el momento actual, tanto a nivel comunitario como institucional, es cada vez más reconocida la necesidad de incluir el conocimiento de las mujeres en los procesos de transformación y mejora urbana. Hemos conseguido visibilizar el conocimiento y la aportación de las mujeres a la construcción de los barrios, pueblos y ciudades, promover el activismo y avanzar en el derecho de las mujeres a la ciudad. Y prueba de esto es el creciente número de colectivos, académicas y feministas en múltiples instituciones que están trabajando este tema. 

Sin embargo, aún estamos lejos de que estemos presentes y seamos parte decisoria central en los procesos de transformación de manera sistemática y transversal. Continúa siendo una batalla de las feministas que desde dentro o fuera de las instituciones siguen abogando por este cambio de paradigma. 


Este artículo se basa en un resumen extraído del Capítulo 4: Comunidad e interseccionalidad, de nuestro libro Urbanismo Feminista. Por una transformación radical de los espacios de vida (Col·lectiu Punt 6, 2019). Para otras referencias bibliográficas sobre el tema acceder punt6.org


[1] El concepto de interseccionalidad ha sido introducido por feministas posestructurales y poscoloniales para romper con la concepción esencialista de lo que significa ser «mujer», y examina cómo los sistemas estructurales de género, racialización, clase social, identidad sexual, diversidad funcional, origen y estado migratorio se interrelacionan, crean jerarquías de poder y privilegios y refuerzan las diferentes formas de opresión: sexismo, heteronormatividad, racismo, clasismo, homofobia, lesbofobia, transfobia. El origen del concepto de interseccionalidad se le atribuye a la feminista afroamericana Kimberlé Crenshaw, que fue quien lo acuñó para explicar la opresión vivida por las mujeres negras en el mercado laboral en Estados Unidos.