La nueva belleza de la Arquitectura

Mederico Faivre

miércoles, 3 de noviembre de 2021  |   

La crítica reflexiona sobre los límites, estamos en un periodo de credibilidad «banal», donde no se puede legitimar como éxito el capitalismo actual, por la cantidad de conflictos existentes y contradicciones que nos generan una sensación de no futuro. 
—Marina Garcés

Estamos frente a cambios de paradigma que van más allá de los gobiernos, y habrá que ir afinando nuestro accionar para tender a construir nuevos equilibrios y correlaciones de fuerzas dentro de nuestra estructura social.

Sin duda la asignación de recursos será la base de futuras disputas, y la construcción de la obra pública no escapará a esta lucha, que no puede ser azarosa, y que tendrá que incorporar mano de obra intensiva y movilizar nuestra industria, afianzando el trabajo y la producción. Pero, también, tendrá que ofrecer bienes durables en el sentido material y conceptual, alejándose de los monumentos de ocasión.


Secando adobes en El Quebracho. Foto: María José Leveratto.

Propongo analizar, como ejemplo, los espacios costeros de la ciudad de Rosario con los de la Ciudad de Buenos Aires. La evolución de unos y otros, su devolución en alegría y servicios, no pueden compararse. El generar espacios y bienes públicos opulentos que no pueden mantenerse por estar mal pensados y mal construidos solo avivará las tensiones sociales y pospondrá la inversión en educación, salud y vivienda. 

La orientación errónea que hemos seguido durante décadas se torna evidente al ver cómo envejecen las obras y los espacios públicos que configuran nuestras ciudades. Ahora, a la luz de la pandemia del COVID-19, se suma que tendremos que darle nuevos roles para adaptarlos a nuevas exigencias y para que nuestras ciudades no se empobrezcan y tuguricen. Lo que los transforma en ruinas no es solamente la falta de mantenimiento, sino la falta de conciencia con que fueron pensados, ejecutados y priorizados.

Las sociedades desequilibradas, carenciadas e injustas en donde transcurren nuestras vidas no dispondrán de excedentes suficientes para mantener lo construido e invertir simultáneamente en vivienda, salud y educación. Necesitamos acuerdos de justicia social, acuerdos con la naturaleza y su capacidad de digerir lo que producimos.

La inversión en obras públicas como solución para generar puestos de trabajo en sociedades con desocupación creciente puede transformarse en «entretenimiento» si no logramos una visión estratégica de nuestro país y sus regiones.

La mecanización y la robotización son parte del presente. Tempranamente como profesional adherí a la necesidad de generar puestos de trabajo incorporando el concepto de tecnología social, utilizando mano de obra intensiva. Ahora creo que puede usarse nuevamente esa concepción, pero por sobre todo mejorar la educación de los operarios para que no se malogre y embrutezca una generación más de trabajadores.

Cuándo podremos incorporar en nuestras universidades y facultades de arquitectura, con un sentido crítico, las consecuencias ambientales y sociales de lo que proyectamos, cuantificando su huella de carbono.

Cuándo podrá nuestra industria sincerar lo que cuesta, en términos energéticos, producir los materiales de construcción, para que colaboren en esta revolución de lo magro, de lo reversible, que es lo apropiado para construir nuestro presente.

Cuándo se antepondrá la huella ecológica a cualquier otro argumento para justificar y validar la búsqueda de innovación y de belleza. En todo caso será una «nueva belleza» que transite por paradigmas más allá de los valores visuales, que sin duda no deben dejarse de lado, porque son parte esencial de nuestro tiempo, pero no pueden ser los que justifiquen y determinen la orientación de la arquitectura como rama del conocimiento.

Sé que lo que señalo requiere cambios profundos en la organización de la sociedad, en el campo de la política, en la enseñanza, en los modos de producir y en las escalas de valores. Los desequilibrios de todo tipo están pidiendo atención para reorientar el comportamiento de nuestra sociedad. 

Es una buena tarea tornar visible lo que está oculto en esta manera actual de construir, que hipoteca el futuro: le estamos pidiendo de más a la naturaleza y a la tolerancia de los pueblos. Tenemos que buscar cómo se puede mover menos materia y menos recursos y que esto sea valorado, enseñado y festejado como un camino hacia una «nueva belleza».

¿Qué se espera de los arquitectos? La actual comprensión de la finitud planetaria nos sirve como el marco para una nueva modernidad, en el que se disminuye el nivel de entropía de la arquitectura.

Desde mi manera de ver, la arquitectura se sigue resistiendo a incorporar ciencia y metodologías pasivas, y es demasiado proclive a consumir «novedades tecnológicas irreflexivas», un reflejo directo de lo que ofrece el mercado, que la hace alejarse del concepto de niveladora social.

El mundo que rodea a la arquitectura y la construcción en general no se ha notificado que, al día de la fecha, estas utilizan el 50% de la energía mundial; un dato dramático que no parece modificar lo que se enseña, lo que se publica y lo que se festeja.

La arquitectura refleja y pone en escena nuestras miserias, virtudes y sueños, como sociedad y como especie, y actualmente deja en claro la poca visión que tenemos desde la noción de supervivencia.

La mundialización de las imágenes no está acelerando el pensamiento innovador; estamos festejando en exceso la predominancia de lo visual sin advertir que no deja conocimiento útil, y que se presta con demasiada docilidad al capitalismo consumista irreflexivo: estamos viviendo una ficción de innovación. 

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