Un perfil profesional elitista
Clara Mansueto
Desigualdad de género e interseccionalidad en el debate sobre la producción de Arquitectura.
La lucha feminista sostenida durante más de cuarenta años en nuestro país ha avanzado enormemente en la visibilización de la opresión sobre el género femenino y los cuerpos feminizados que ejerce el sistema productivo imperante. El debate en torno al género encuentra hoy un creciente interés en los/as profesionales de la Arquitectura y el Urbanismo, que postulan su tratamiento en instituciones como las universidades, colegios y consejos que los reúne, hecho que significa un momento clave en la revisión crítica de la profesión.
En este sentido, este artículo pretende ahondar en el intersticio abierto por el debate en torno al género, incorporando otras formas de desigualdad que actúan reunidas, para fortalecer el sentido transformador en el debate sobre la producción de Arquitectura. La reunión de la lucha de los movimientos sociales y las organizaciones feministas encuentra en la crisis del 2001 un momento de cambio profundo. Con la incorporación de las piqueteras, trabajadoras de fábricas recuperadas, cooperativistas y las mujeres de los movimientos de desocupados a los encuentros nacionales de mujeres, se pone en evidencia la desigual e injusta carga de trabajo que recae en las mujeres y cuerpos feminizados de los barrios populares subrayando la interseccionalidad entre el género, la clase, la etnia y la orientación sexual. Precisar en este concepto favorece una lectura de la desigualdad en su complejidad, de la manifestación que tiene en cada ámbito, del sistema de reglas que la sostienen y del papel que jugamos los/as profesionales. En la experiencia de Proyecto Habitar desarrollando procesos de mejoramiento habitacional en barrios populares, hemos visto a las mujeres constantemente ocupadas por tareas urgentes que refieren a la salud de las personas, tales como la preparación y entrega de alimentos, la distribución de medicamentos y la promoción de salud, el acompañamiento en los trámites para acceder a subsidios, la entrega de materiales escolares y vestimenta, el acompañamiento a mujeres y personas trans frente a situaciones de violencia, el acompañamiento a jóvenes con adicciones, entre otras. Esta práctica cotidiana se lleva el tiempo de vida de sus protagonistas y concentra la preocupación en las condiciones materiales que posibilitan la reproducción, dejando poco margen para la reflexión crítica y la proyección creativa de acciones que transformen el espacio (Jaime y Torrents, 2021). Es por tanto un aspecto sustancial para el desarrollo de procesos participativos de elaboración de proyectos de mejoramiento del hábitat en barrios populares. A su vez, en el ámbito universitario, también se observa la escasa participación de mujeres y diversidades en los espacios de decisión, junto con la marginalidad que se les asigna a las propuestas de formación de profesionales con perspectiva de trasformación de la desigualdad social. Las estructuras de poder que se han consolidado a través del tiempo sostienen un perfil profesional elitista, y que excluye de sus incumbencias la resolución de los problemas de quienes no poseen los recursos suficientes para ser considerados clientes. En este contexto, los espacios de enseñanza-aprendizaje que promueven acciones de trasformación territorial para acceder a derechos humanos no son considerados como necesarios en la formación de grado, sino como prácticas de extensión, de investigación o como materia optativa. En un sistema de reglas que favorece el crecimiento individual, que valora la cantidad de metros cuadrados construidos y las repercusiones formalistas en el mercado, se está destinando a la irregularidad a las producciones con perspectiva social, colectivas y diversas (en géneros, edades y experiencias). Donde no se abren concursos, los recursos son escasos y asignados de manera discrecional, y no existe el reconocimiento académico y laboral para los docentes. Esta desigualdad no escapa a los consejos y colegios que regulan la profesión estrechamente asociados al perfil profesional que se promueve en las universidades. Allí tampoco encuentran sitio formal quienes desarrollan una práctica en condiciones de precariedad por tratarse de poblaciones con escasos recursos o por tratarse de territorios catalogados como informales. Finalmente, sin un debate profundo que visibilice las dificultades que atraviesa el género femenino y diversidades para desarrollar su vida, como habitantes, como estudiantes, como docentes, como profesionales, corremos el riesgo de orientar la acción hacia instrumentos que operen en una redistribución de los espacios de poder entre los géneros al tiempo que se reproduce la opresión en las otras dimensiones. En el debate abierto en torno a la desigualdad de géneros, nos encontramos frente a una oportunidad histórica de revisar críticamente nuestra práctica para avanzar en formas sociales de producción y reproducción del espacio que transformen las reglas de un sistema capitalista, colonialista y patriarcal que sostienen la desigualdad interseccional. Referencias |