De la restauración del sistema hídrico de Buenos Aires
Paulina Espinosa
O de cómo escribir de una ciudad que me encanta pero que sólo he disfrutado desde la mirada del turista. Ahí mi confesión, ahora al tema.
¿Qué ocurriría si se propone un plan de restauración del sistema hídrico de Buenos Aires? En este caso, cuando hablo de restauración me refiero a la eliminación de los impactos que afectan la vida de un elemento natural, llámense fuentes contaminantes o barreras físicas, algo muy difícil en medios altamente antropizados, por lo que en adelante usaremos el concepto de rehabilitación que es más realista para entornos urbanos.
Mirar Buenos Aires bajo el lente de la rehabilitación del sistema hídrico que cruza la ciudad implica un acto optimista apelando al entendimiento, recuperación y respeto de un elemento crucial y estructurante del paisaje, abriendo la posibilidad al establecimiento de una nueva relación agua y ciudad.
En contextos de crisis climática y de pérdida de biodiversidad, rehabilitar un elemento natural puede ser un problema moral que automáticamente dota de relevancia, pertinencia y sentido a esa acción. También puede ser un problema conceptual que nos invita a imaginar nuevas espacialidades dentro de nuestras ciudades. Nos invita a pasar de la conquista de la naturaleza de Blackburn (2006) a la racionalidad ecológica de Vigano (2012). La racionalidad ecológica se despega de la mirada antropocéntrica y pone el foco en las dinámicas naturales, como hacía McHarg en los sesentas, pero esta vez con tal fuerza como para lograr un cambio de paradigma donde se incorporan las incertezas y el cambio constante de dichas dinámicas. Si lo miramos así, las nuevas espacialidades dentro de nuestras ciudades estarán definidas por la continuidad ecológica de la vegetación, pero también de los flujos de líquidos y sedimentos orgánicos e inorgánicos. Los sedimentos son un invitado incómodo por lo difícil de su gestión, pero no así por su valor y trascendencia. Muy bien lo saben en Los Angeles, USA, donde SCAPE propone un proyecto llamado Public Sediments en el que reasignan el valor que tienen esos sedimentos en cuanto a su capacidad de generación de vida. Es en este entendimiento cuando comenzamos a abrir la puerta a la definición de espacios de lo híbrido entre la naturaleza y lo antrópico, con todas las “incomodidades” que eso implique. Consecuentemente, estas nuevas espacialidades deberán considerar el desplazamiento o eliminación de las barreras e impedimentos que limitan los cauces para permitir el movimiento lateral y longitudinal de los ríos. Sin duda una labor compleja y sin fecha de término conocido, con una necesaria participación activa de personal para monitorizar y facilitar los flujos (como quien mantiene un jardín). Esta primera acción busca poner en funcionamiento el sistema hídrico y mantenerlo con vida (como cuando decimos que los niños necesitan moverse para desarrollarse sanos, pues así) estableciendo a su vez el sustrato para esa vida (qué está primero, el huevo o la gallina). Si el río renace nos devuelve posibilidades perdidas como base para economías alternativas (sí, antropocéntrico nuevamente es una deformación) como la producción y recolección de alimentos, producción de material vegetal para fines ecológicos o comerciales, el mantenimiento de lugares para la biodiversidad y el turismo o también la protección de las funciones de producción y absorción de agua, cuestiones fundamentales por estos días. Expresiones asociadas a esta espacialidad serán los tejidos urbanos permeables, vivienda adaptada a flujos estacionales, el desentubamiento de riachuelos y esteros invisibilizados, parques inundables, entre muchas otras. Esta reprogramación del territorio fluvial se transforma en un territorio fértil (nunca mejor dicho) para acoger prácticas sociales nuevas o tradicionales, dialogando con el activismo socioambiental que busca conseguir nuevas soberanías y gobernanzas de cara al futuro. En el fondo es un paisaje sanado que puede determinar luchas, prácticas y dinámicas propias ya sea para incorporarlo como espacio público o productivo alejado de lógicas extractivistas. No debemos perder de vista que estamos hablando de un sistema, que por definición arrastra cuestiones técnicas relevantes, como por ejemplo que la escala del elemento natural se saldrá del límite de la mancha urbana y de sus definiciones administrativas y que la escala de tiempo en la que debemos pensar seguirá más allá de la vida de una generación, por lo que no se trata de proyectos terminados, sino que simplemente de proyectos que constantemente van construyendo un futuro diferente (Zizek, 2008) en una lógica de cuidado, mantenimiento y adaptación a las condiciones del clima… insisto, como mantener un jardín… pero con dinámicas un tanto diferentes. Evidentemente la rehabilitación será imposible en algunas áreas y se puede solventar con soluciones de bioingeniería, pero lo que se gane, en lugares donde es posible, será el inicio de ese futuro diferente. En fin, no hablaré más de Buenos Aires (¡es que no he hablado de Buenos Aires!) y envío mis saludos y respetos a los profesores que sí se dedican día a día a estudiar esta fantástica ciudad, Silvestri, Williams, Kozak, Ríos... entre muchos otros y aquí se queda una mirada posible que espera sumar a las tantas ya previstas y soñadas y que encuentran en el Matanza Riachuelo (a su paso por Ezeiza o Virrey del Pino) y el río Reconquista (pasando por Churruca y la Escuela Militar de Equitación) espacios e intersticios donde comenzar a liberar cauces para re-esculpir el territorio fluvial propio del Buenos Aires del futuro. Referencias |