Enseñar la práctica de la arquitectura
Nader Tehrani
La educación del arquitecto se ha transformado radicalmente desde hace unos pocos años. Si la estrechez de miras y la santidad de la academia ofrecían un enclave protegido capaz de contener una Escuela de Pensamiento, el advenimiento de internet y la comunicación online han permitido que los flujos de la cultura se infiltren en las instituciones, arrasando el tiempo y el espacio de una manera que es, al mismo tiempo, liberadora y peligrosa. Liberadora, porque abre el mundo de la arquitectura a una audiencia mucho mayor, haciéndola aún más relevante; peligrosa porque el medio a través del cual se transmite no siempre posee la paciencia y la disciplina requerida para una práctica sostenida en el tiempo. Por supuesto que no se debe culpar a la velocidad por esto: algunas de las ideas más destacadas son el resultado de corridas, descubrimientos momentáneos y bosquejos rápidos, pero la paciencia que se requiere para descubrir un trabajo de arquitectura de manera integral necesita de un nivel de concentración que es inaccesible para ciertas “Insta-plataformas”. Con la influencia de nuevos modos de análisis, estudio e investigación, el estudiante tiene a su disposición una diversidad mucho mayor de herramientas que él o ella necesitan dominar: desde inteligencia artificial hasta tecnologías interactivas, desde Instagram hasta Photoshop. Y no solo deben familiarizarse con estos medios, sino ser lo suficientemente hábiles en su manejo como para formar ideas a través de ellos, un involucramiento crítico, y un contrapunto efectivo con ellos: en otras palabras, para mostrar la instrumentalidad de un medio en su capacidad para dar forma a la manera en que vemos.
La pregunta es ¿nuestra responsabilidad institucional nos obliga a comprometernos con la realidad? Claramente, lo que asume esta pregunta es que existe una realidad “ahí afuera”, más allá del ámbito de la institución, y que ésta posee prioridad por encima del contenido impartido en las Escuelas. En este sentido, éstas se convierten en un mero servicio a la práctica, un espejo de sus aspiraciones y actos con una actitud deferente. En contraste, si consideramos que las responsabilidades conceptuales de la institución están enfocadas en educar mentes jóvenes para el advenimiento del cambio, del compromiso crítico y del pensamiento analítico, entonces significa que ya hemos entendido que la realidad, tal como está hoy en día, es momentánea, convencional y sujeta a transformación. Muchas formas de la práctica han probado ser obsoletas con el paso del tiempo, y por esta razón, si pudiésemos imaginar que nuestro deber en el contexto de las Escuelas es pedirle a los estudiantes que imaginen nuevas formas de ejercicio profesional, entonces la realidad que está ahí afuera tendrá todavía espacio para desarrollarse, criticarse a sí misma, y comprometerse con las urgencias de su tiempo.
Naturalmente, para calibrar la relevancia de la arquitectura, debemos también identificar la escena en la cual tiene una voz protagónica dentro de las prácticas culturales, ya sea en la escala de planeamiento, urbanismo, arquitectura, o diseño de artefactos. En la medida en que la especificación formal, espacial y material se mantiene como una parte central de la intervención del arquitecto, entonces también define el terreno político e intelectual a través del cual operan, y se hacen escuchar. Sin embargo, dado el sinnúmero de disciplinas que nacieron en las últimas décadas, y las consultorías que colaboran y forman parte de las practica de la arquitectura, el rol de arquitecto, como director y supervisor de una narrativa que es mayor que la suma de las partes interdisciplinarias, es también una parte crítica de la tarea pedagógica: además de la colaboración, se debe enseñar el arte de construir consenso, comprometiéndose con un proceso democrático, siendo esto tan importante como comprender el poder de ciertas ideas de contener a otras—es decir, asegurar que el proceso colectivo de diseño no se convierta en la relativismo de múltiples subjetividades, sino más bien para resumir a una idea más amplia sobre a un compromiso cívico, como puede manifestarse a través de la arquitectura. Así, el rol diplomático del arquitecto de integrador de ideas, es una parte latente de la misión educacional.
El rol de Latinoamérica en el contexto de las prácticas globales debería ser visto como una oportunidad. De repente, con una rica y profunda historia más allá de su pasado colonial, tiene un rango de tradiciones que radicalizaron el pensamiento Modernista en el siglo XX, tomando ciertos principios y confrontándolos con diferentes contextos geográficos, culturales y meteorológicos. Hoy, aun estando íntimamente conectada con las prácticas globales, la variedad de prácticas locales en diferentes países han hecho posible imaginar realidades alternativas que no serían posibles en Norteamérica. Y así también, ciertas prácticas de trabajo permiten un rango de invenciones que el mercado no toleraría en otras latitudes. Es por esta razón que mucha de la riqueza de la arquitectura en sus prácticas actuales surge de su habilidad para trasladar el potencial de las tecnologías, colaboraciones y prácticas hacia nuevas modalidades.