Construir la inclusión
Zaida Muxi Martínez
Una reflexión sobre educación y arquitectura.
El ejercicio de la profesión de la arquitectura tiene, lógicamente, desafíos correspondientes a la época que nos toca vivir, que resumiría en el incremento de desigualdades urbanas y territoriales (sociales, económicas, por origen y por sexo-género); la sostenibilidad o insostenibilidad de nuestros modelos de crecimiento; y los avances constantes en las tecnologías de conocimiento y de construcción. Estos desafíos se traspasan a la enseñanza de la profesión de manera directa, debido a que en Argentina, al igual que en España, la universidad otorga títulos habilitantes, es decir, que de la universidad se sale con la capacidad de ejercer la profesión en toda su amplitud.
Por otro lado está claro que el aprendizaje no se circunscribe a un período cerrado y determinado de nuestra vida, sino que cada vez más el continuo aprendizaje es imprescindible para aumentar nuestra capacidad de reacción y propuesta frente a la realidad compleja y cambiante.
Una característica de la enseñanza de la Arquitectura es el amplio espectro de los conocimientos que se trabajan. Y esta característica nos prepara para ser capaces de actuar en contextos y realidades diferentes. La base educativa de la profesión nos prepara para ser resilientes, siendo esta una característica necesaria para enfrentar los cambios que se producirán (y se están produciendo) por los efectos del cambio climático, las migraciones masivas y la acumulación de poder y riqueza en cada vez menos agentes sociales. Otro de los aspectos positivos de la formación es el trabajo en equipo, aunque no todo el profesorado entienda o abogue por esta práctica. Sin embargo, nuevamente ante las dificultades y desafíos que nos enfrentamos, es cada vez más necesario poder trabajar colaborativamente, en estructuras horizontales que entretejan confianzas y conocimientos específicos diversos. Trabajar colectivamente durante la formación académica nos construye solidarios y autocríticos, nos ayuda a enfrentar y resolver conflictos de relación y a aunar capacidades.
Se trata de una formación generalista, lo que considero una virtud, porque permite construir relaciones entre situaciones diversas imprescindibles en el mundo complejo; aunque no deja de ser un problema porque es imposible saber sobre todo. Y en esta última cuestión radica una de las claves de la formación universitaria: fomentar el espíritu crítico, el cuestionamiento constante, descubrir desde la observación directa y conocer a fondo las bases culturales-académicas para encontrar caminos de resolución a los problemas y/o necesidades detectadas. Cuestiones que refuerzan la necesidad del aprendizaje continuo.
Las nuevas técnicas de la comunicación, ya no tan nuevas, presentan un gran desafío para el día a día de la docencia, ¿cómo captar la atención de jóvenes que se han criado con una comunicación de mensajes cortos y multicanal? No tengo la solución, pero sí me atrevo a decir que se han de modificar los formatos lectivos, haciendo clases más híbridas y cambiantes, en las que se desdibuje emisor y receptor, en el que todas las personas puedan aportar. Las modificaciones y cambios permanentes nos desafían a sumar y no a que lo reciente sustituya a lo anterior, ya que esto significa claramente una pérdida.
Siempre he considerado imprescindible incorporar en la enseñanza el conocimiento directo y el compromiso con la realidad (social, ecológica, barrial, cultural, tecnológica, de género y sexual, etc.), y más aún si es en instituciones públicas. No hay un único camino, la realidad es múltiple y con ello las maneras de aproximarse y trabajar.
He dejado por último una deuda pendiente en la academia: la igualdad de representación, presencia y oportunidades para las mujeres respecto a los hombres. La enseñanza actual sigue siendo androcéntrica, los contenidos académicos no se han revisado (o lo han hecho en contadas excepciones) y es necesario por justicia histórica, así como para que las mujeres que estudian arquitectura tengan referentes y espejos en los que mirarse. Y es importante, también, que los hombres conozcan y reconozcan las capacidades de ellas. La profesión se sigue viendo y contando mayoritariamente como masculina y de esta manera no se puede construir una formación igualitaria, y por ende difícilmente pueda derivar en una práctica profesional inclusiva.
Incorporar los aportes de las mujeres a la arquitectura nos permitirá desarrollar otros valores en la formación y en la profesión, que enriquecerán, sin duda, el futuro de la enseñanza y la práctica.