Buenos Aires como escenario para cazar relatos visuales

Facundo de Zuviría

jueves, 19 de septiembre de 2019  |   

Los guiños a la historia personal en el marco de una ciudad en permanente cambio.


Fotografiar el paisaje urbano podría ser la definición de mi trabajo de estas últimas décadas, pero creo que esta suerte de empresa nace de una búsqueda de mi propia identidad en esas calles céntricas o barriales que recorro desde hace años. Es este paisaje, Buenos Aires, donde encuentro permanentes guiños a mi propia historia, lugares que sugieren recuerdos de situaciones vividas hace mucho y que fueron construyendo mi fotografía.

Buenos Aires es la protagonista silenciosa de cada momento, el marco referencial donde transcurre todo, la excusa sobre la cual fui construyendo mi propia imagen. Fotografié siempre los barrios, sus calles con casas bajas, simples y austeras y, en esas calles, los frentes —una arquitectura anónima y popular—, las vidrieras con sus mercancías y entre ellas maniquíes, sombras, reflejos. También el centro con su arquitectura y afán cosmopolita. La gente está presente detrás de todo eso, sugerida en signos, cruzando este escenario urbano, por lo general en su propio anonimato.

De Zuviría, Facundo. El ciudadano. Alem y Viamonte, 1988. La foto integra la colección permanente del Museo Nacional de Bellas Artes. Buenos Aires es una ciudad en permanente cambio, el paisaje se modifica, sucesivas capas se van incorporando y conforman esta urbe de cuño clásico, con buena arquitectura de inspiración europea, enriquecida por sucesivas migraciones y poblada de signos que conforman un verdadero enjambre visual, con pocos silencios.

En este paisaje puedo moverme como un cazador que busca aquellos elementos con los cuales construir un relato, un texto visual que articula detalles constructivos con otros que devienen símbolos de una supuesta argentinidad porteña subyacente en cada imagen. La cámara —y la mirada que la conduce— permite relacionar aspectos dispersos en este entorno y establecer diálogos que solo suceden en el rectángulo fotográfico, diálogos cuyas palabras son justamente las representaciones de objetos, texturas, luces y sombras que pasan a expresar algo diferente, que cambian su significado —aunque no su esencia— según el lugar que ocupan en una imagen.