El sueño de Prometeo y el palán-palán
Carlos Reboratti
La discusión sobre qué es la naturaleza es larga, compleja y pocas veces conduce a un acuerdo. Para la mayor parte de nosotros la naturaleza es lo que nos rodea. Pero seguramente dudamos de incluir en ella al hombre y mucho más a sus obras, fácil y «lógicamente» catalogables como piezas «artificiales» o, por lo menos, «no naturales».
Pero que estemos separados de la naturaleza no significa que no solo se la pueda representar, sino también diseñar, modificar y construir, como forma de apropiarnos de ella. Esa idea vino de la mano de la Ilustración y el abandono de la idea de la intangibilidad de la naturaleza y la consecuente búsqueda de sus leyes y el análisis fragmentado de sus elementos componentes.
La noción de que el hombre genera con sus obras una segunda naturaleza da lugar a la posibilidad de «construirla» y allí es donde aparece la arquitectura paisajística con su idea de «domarla» y hacerla (obligarla) a ser agradable y placentera. En esa construcción de jardines los elementos naturales —árboles, plantas, relieve— son los dominantes pero están fuertemente controlados. Generan un esfuerzo notable y constante, como se puede observar en cualquiera de los parques de Buenos Aires. Pero el hombre fue más allá y comenzó a diseñar y construir su propio paisaje, ya desconectado totalmente de la naturaleza. Esa desconexión aumentó la clásica separación entre paisaje natural y cultural, como por ejemplo en la idea anglosajona del cityscape, donde ¡todo es cultural!
¿Y dónde quedó la naturaleza? Se transformó en un adorno forzado por una cierta vergüenza del olvido, que lleva a que lo verde (una especie de reducción minimalista de lo natural) «debe estar». Pero ese debe estar es hipócrita y mentiroso, porque es la ciudad la que trata de integrar lo verde y no la naturaleza la que acepta la ciudad, dando por sentado la superioridad de lo artificial. La visión etnocéntrica de la naturaleza nos hace olvidar con qué perseverancia actúa, cuántas escalas espaciales y temporales reconoce, desde lo geológico hasta la microfauna. Y, en el fondo, cuán inmanejable se torna en el largo plazo. Seguramente si dejáramos de tratar de controlarla, la naturaleza se apropiará de la ciudad. Lo vemos en pequeña escala con las casas abandonadas donde las enredaderas crecen salvajemente en los muros y el palán palán (Nicotiana glauca) surge de las grietas de las paredes resquebrajadas.
Para desgracia de los constructores el paisaje cultural se fuga de su voluntad y comienza a cambiar una vez que está construido. Si esto es así, ¿no deberíamos tal vez abandonar el sueño de Prometeo de controlar la naturaleza y pasar a convivir con ella?