Buenos Aires: una lectura integral del territorio

Diego Garay

martes, 24 de septiembre de 2019  |   

Los guiños a la historia personal en el marco de una ciudad en permanente cambio.


Los diversos estudios sobre la noción de paisaje no han logrado arribar aún a esa tan ansiada definición que suele tranquilizarnos por un tiempo, aunque sepamos que es provisoria. En efecto, las aproximaciones actuales ya no ubican la noción de paisaje en el mismo lugar que nos habíamos acostumbrado, aquella alojada solo en el campo de la estética. La cuestión se viene abriendo a otros interrogantes y conceptos, como los de integralidad y sistemas complejos. En esta dirección, hace ya un tiempo, han aparecido términos que funcionan como sinónimos, como el de territorialidad planteado por Dematteis (2006), la idea de territorio como palimpsesto de Corboz (1983) o la interpretación de Soja (2008) sobre regionalidad.  La utilización de la UNESCO, en 1992, de una remozada, aunque algo vetusta, noción de paisaje cultural (Schlüter, 1906), a pesar de lo redundante del término, o la Carta Europea del Paisaje del 2000, confirman en todos los casos un uso del concepto “paisaje” que da cuenta de una lectura integral del territorio, de su complejidad, de una vinculación entre escalas espaciales y temporales heterogéneas.

Paseo familiar. Río Reconquista. Foto: Diego Garay, 2010

Claramente estas nuevas interpretaciones nos permiten sumergirnos en un mundo diverso, donde las expresiones de las relaciones entre los elementos de ese sistema complejo son los nodos problemáticos de mayor riqueza, que remiten a aquella relación eco-tecno-simbólica que indicó Berque, cuando explicó la ecúmene como “la relación de la humanidad respecto a la extensión terrestre”(1996). En esa dirección podríamos bosquejar que la noción de paisaje se dirige decisivamente al abordaje y comprensión de esa relación.

¿Cómo sería entonces la expresión de esa relación en Buenos Aires? ¿Cuál es su paisaje? Deberíamos ir a la búsqueda de esos nodos temporales y espaciales, y seguramente encontraríamos claridad y zonas oscuras. Carl Sauer, quien trabajó la noción de paisaje cultural en 1925, planteaba que en el tiempo la cultura se modifica, es cambiante, y esto define las fases del paisaje, su desarrollo y fin, como así también, el rejuvenecimiento, o por el contrario, la gestación de un nuevo paisaje, que se sobre impone a los remanentes del anterior al recibir otra cultura externa.

Por caso, la Boca o Avellaneda junto al Riachuelo, no eran ya ámbitos de los querandíes ni de los saladeros cuando fueron la naciente del tango, y hoy ya no son los arrabales de la ciudad. Palermo no es un barrio de orilleros próximo al arroyo Maldonado, el río Reconquista no es el río «de las Conchas», pero fragmentos urbanos, piezas arquitectónicas, literatura, música, pintura, fotografía, documentos técnicos, expresiones idiomáticas, flora e inclusive fauna, son algunos de los recursos que podemos utilizar para la reconstrucción de aquel paisaje.

Si hablamos de continuidad nos referimos a la existencia de persistencias, que a su vez dan cabida a transformaciones, adaptaciones, cambios, que no invalidan las permanencias. Se trata, de alguna manera de lo que en el arte cinematográfico se denomina raccord, aquello que garantiza la secuencia, mantiene la cualidad de no ser interrumpido. En el Buenos Aires actual, hay problemas con el raccord.

Leemos con claridad el paisaje de épocas pasadas y no el actual, ¿nos hace falta la carga temporal para leer paisaje? ¿Será por ello la angustia de algunos al presenciar la perdida de «nuestro patrimonio», de «nuestra identidad», la desazón frente a la destrucción de las referencias? Seguramente, más allá de las superficiales crónicas mediáticas, prestar atención a lo que expresan quienes se angustian y quienes destruyen, nos ayudaría a explicar el por qué de la discontinuidad, y de la intencionalidad de algunos en que así sea.

La búsqueda de la relación «eco» nos ha llevado de nuevo a los ríos, relación ancestral en los humanos. Desde una visión prospectiva, para algunos parece posible que la ciudad sea junto «con» sus ríos y no a costa de ellos. ¿Volverá el río a ser un elemento generador del paisaje de la pampa ondulada, de Buenos Aires?

La ciudad metropolitana ha tratado de destruir sus ríos, ¿cómo se resolverá el problema de la continuidad, del raccord, si están muertos? 


Bibliografía

- Berque, Augustín. Être humains sur la Terre, Principes d´éthique de l´écoumène [Ser humanos en la Tierra. Principios de ética de la ecúmene]. París, Gallimard, 1996.
- Corboz, A. Orden Disperso. Buenos Aires, UNQ, 2015
- Dematteis, G. «En la encrucijada de la Territorialidad Urbana». En Revista Bitácora, vol. 1, Nº 10, Colombia, 2006.
- Sauer, Carl O. «La morfología del paisaje». En Polis. Revista de la Universidad Bolivariana, vol. 5, núm. 15, Universidad de Los Lagos, Santiago, Chile, 2006.
- Soja, Edward. Postmetrópolis. Madrid, Traficantes de Sueños, 2008.