El precio justo
Paula Lestard
Medir, ponderar, evaluar, contrastar, poner en la balanza.
El interés en el trabajo a realizar, la demanda de recursos humanos y materiales, los gastos directos e indirectos, los plazos, la coyuntura particular en que se encuentre el estudio, el tipo de cliente, la escala de la encomienda, el alcance de las tareas.
Todo esto entra en juego en el momento de evaluar el precio justo.
En nuestro caso, uno de los socios plantea el tema, y los tres pensamos cuáles serían los honorarios adecuados del trabajo a realizar. Como las escalas de trabajo pueden ser muy diferentes, siempre hacemos el cálculo en base a los porcentuales planteados en el Arancel sugerido del CPAU , nos basamos en experiencias similares que hemos tenido, y realizamos consultas con colegas que hayan trabajado en temas comparables. Cuando no tenemos experiencia en algún tema, hacemos incluso una consulta al CPAU para que nos ayude a orientarnos y nos dé una base para la posterior conversación con el comitente.
Ponderar los honorarios según un análisis de gastos minucioso, que incluye gastos directos e indirectos, carga impositiva, beneficio. Definir las inclusiones y exclusiones, establecer el criterio de cómputo sobre el que se aplican los valores, establecer posibles alcances.
Es un trabajo ponerle precio al trabajo. Y luego defenderlo en la negociación con el posible cliente.
Estamos insertos en un mundo muy dinámico: las condiciones y los modos de producción cambian muy rápido. Por eso es fundamental que desarrollemos una capacidad de adaptación constante, plantear nuevas formas de trabajo y por consiguiente distintas maneras de cobrarlo, siempre poniendo en valor nuestra labor como arquitectos.
Las maneras pueden ser múltiples: establecer un porcentual sobre el costo de obra, fijar ese porcentual y traducirlo a un monto indexable según el índice de construcción correspondiente al mes de cobro, cobrar un monto fijo por visita de obra. Las modalidades pueden ser diferentes en tanto y en cuanto los tipos de trabajo a realizarse dentro de la práctica profesional son diversos.
Si bien cada colega, cada estudio, cada unión transitoria de arquitectos tendrá su forma de evaluar el precio justo, es responsabilidad de nuestro colectivo sostener el valor de nuestro trabajo, que es el resultado de la suma de los gastos directos, los gastos indirectos y el valor intelectual de nuestra tarea.
Tener un arancel mínimo obligatorio para las distintas escalas de intervención es imperativo para asegurar ese mínimo digno y mejorar las posibilidades de los estudios de menor escala o con menor experiencia para poder realizar las tareas, sin verse obligados a anular el componente del valor intelectual o a prestar menor calidad de la que el servicio requiere.
Una ley de aranceles que plantee un honorario mínimo actuaría como un elemento nivelador, capaz de generar equidad en las oportunidades. Establecería un nivel de referencia, un piso mínimo para una tarea determinada. Actualmente los aranceles profesionales mantienen su vigencia solamente como norma supletoria (de referencia), no imperativa.
Desde la desregulación que se produjo en 1991, momento en que se derogaron las normas legales que reconocían a los aranceles de honorarios de los arquitectos, comitentes y profesionales pueden convenir libremente el monto de sus honorarios sin la existencia de una retribución mínima obligatoria.
Probablemente la regulación por ley no sea suficiente para cobrar el honorario más justo, porque es el arquitecto quien debe defender ante el comitente su recompensa a través del honorario, pero creo que establecer un nivel de referencia mínimo legal nos deja menos solos frente a esa tarea.
Apuntar a que la competencia se centre en la calidad del servicio a prestar, en la experiencia, en las cualidades y fortalezas del profesional, inducir a que el plus a generar sobre un mínimo digno establecido, lo genere y lo defienda luego cada profesional o grupo de profesionales según sus posibilidades.
En la actualidad hay muchas formas de ejercer la profesión. Nuestra tarea implica, la mayor parte de las veces, mucha responsabilidad; el servicio que prestamos conlleva unas obligaciones profesionales durante un tiempo mayor al dedicado al realizarlo, moviliza muchísimos recursos, materiales y humanos.
Honorario, en latín honorarius, es aquello que sirve para honrar a alguien. Cuando el concepto se emplea en plural, se vincula a la remuneración que recibe un profesional liberal por su trabajo, por el tipo de servicio que presta. Recuperar el honor del honorario es una responsabilidad de nuestro grupo como colectivo, para que este no siga siendo nuestro talón de Aquiles y refleje el precio justo de la práctica profesional, para que pueda realizarse con la calidad y dedicación que merece.