1Y1: libertad y restricción
Enrique Talenton
Junto al ejercicio profesional, la actividad académica e institucional, desde los catorce años hago fotografías. Paradójicamente, esto me ha llevado a indagar sobre el orden no visible de las cosas.
Nuestra disciplina le asigna a la imagen impresa un valor consagratorio, casi de fetiche. Sin embargo, mis preocupaciones estéticas me han llevado a fotografiar algo que no está allí.
Las series de obras de gran dimensión (100cm x 100cm) que ilustran este número de la revista son resultado de un método de captura riguroso y una composición severa, dentro de un formato signado por la restricción. Esta suerte de dogma, este universo diminuto en recursos compositivos, tiene por objeto engrandecer el drama de luces y sombras que habitamos. Y devolvernos la oportunidad de percibir una nota de color como un toque de comedia.
También es una forma de rebelión ante las imágenes que podemos capturar con el celular que llevamos en el bolsillo y la ficticia sensación de libertad que eso nos produce. Es mi manera de procurar un tiempo de contemplación de la imagen, para preguntarme qué soy capaz de ver cuando todo ha sido visto y registrado.
Hoy, encerrados ante un peligro invisible, estas fotografías se ven resignificadas a causa de la pandemia, de obediencia incuestionada a líderes globales altamente cuestionables. Resultan una buena excusa para revisar nuestra noción gregaria de los conceptos de libertad, orden, derechos y responsabilidades.
Walter Gropius a comienzos del siglo pasado tenía la visión de romper con el cliché del artista como un bohemio libre de toda convención social. En sus escritos fundacionales de la escuela Bauhaus definía claramente el valor que la producción creativa aporta: «La sociedad está enferma y el arte puede sanarla. Pero el arte de esa sociedad también lo está. Por esto, primero debemos sanar el arte por medio de la razón».
Esta definición sigue siendo revolucionaria en tiempos de sobrevaloración del fragmento, de lo disruptivo o de lo explícito. La densidad del universo visual que nos rodea se ha vuelto viral, y el tiempo disponible para la contemplación reflexiva se ve fraccionado en instantes cada vez más pequeños ante un cociente de oferta sensorial que aumenta en forma exponencial.
Los bienes simbólicos contemporáneos en general, según los define Pierre Bordieux, y la fotografía como arte en particular, están enfermos de inmediatez, de superficialidad, de satisfacción instantánea. La libertad creativa se diluye ante de la demanda voraz de ¡más! ¡Más intenso! ¡Ya!
Las series 1Y1 no tienen un objetivo documental. Ensamblan un conjunto de ensayos sobre el inconfesable deseo de poseer el orden. Surgen de una oscuridad primordial (incluso en pleno mediodía) para desvelar el sistema de símbolos primitivos que habita en la periferia de nuestra visión.
Se caracterizan por una muy detallada descripción de algo no completamente explícito. El nivel de detalle importa no tanto por lo que se muestra, sino por la curiosidad que despierta en aquel que ve la obra. Es una suerte de incitación para que quien mira tenga el derecho de seguir descubriendo, seguir indagando, seguir preguntándose.
Hoy la tecnología fotográfica nos permite llevar nuevamente la atención al fondo de la escena y no solo al protagonista. Los datos del fondo son importantes, la calidad del detalle es lo que permite tener un contexto intensamente cargado de información donde todas las presencias cuentan. Es la era del big data. La masa ya no es textural o estadística, cada píxel tiene nombre, historial y está geolocalizado. Es un momento en el cual se pueden analizar, ver y registrar todas las singularidades individuales, no solamente la articulación de conjuntos. Es una circunstancia con aspectos tan alentadores como ominosos. En ella conviven el empoderamiento del individuo y el reconocimiento facial en lugares públicos, y ambos fenómenos colisionan en un mismo y conflictivo espacio de derecho.
Desde la restricción de un formato cuadrado, de un metro por un metro, con el eje Y como árbitro de la mirada, subvierto el equilibrio simétrico para imprimir cierto dinamismo a lo que debería ser estático. Mediante una reducción de elementos, no minimalista, busco aislar los misterios cotidianos de los espacios que habitamos. Es un proceso de mirar, detenerme, volver atrás, tratar de interpretar y, eventualmente, apretar el obturador para iniciar una dinámica entre esa obra y el derecho del espectador a entender algo que, quizás, yo no sabía que estaba allí.