¿Y ahora qué?
Zaida Muxi Martínez
Imaginemos una ciudad vivible.
Quiero dedicar este texto para proponerles que pensemos y que imaginemos cómo podrían ser los barrios, las ciudades y los territorios en los que la vida se sitúe en el centro; en las experiencias y necesidades de quienes los habitamos cotidianamente.
Aunque en estos días de pandemia se haga difícil pensar en una vida cotidiana tranquila, sin restricciones ni miedos, tal vez por ello también es un buen momento para repensar nuestros espacios urbanos.
Yo les voy a hablar desde una perspectiva de género y feminista. ¿Qué quiero decir con ello? Por un lado, la perspectiva de género es una metodología analítica que nos hace observar las diferencias, muchas veces desigualdades, que toleramos debido a esa asignación socio-cultural de ser hombre o mujer, y su consiguiente rol asignado en el uso de la ciudad, en los tiempos, los trabajos, las maneras que nos movemos, la seguridad y el acceso a recursos y oportunidades. Por otro lado, el feminismo es una posición política y filosófica, que de manera sintética y simplificada lo podemos resumir en que «Es la idea radical que las mujeres somos personas», según una propuesta de definición acuñada por Marie Shear en 1986.
¿Y cómo se relaciona con las ciudades? Como base, reconociendo que nuestras ciudades (desde el territorio al barrio, tanto la gran ciudad como el pueblo) han sido pensadas desde una supuesta lógica y experiencia neutral y universal; sin embargo, lejos de ser así, esa universalidad y neutralidad han escondido una experiencia exclusiva y excluyente de hombres, de clases privilegiadas, que han entendido que su saber y su experiencia era válida para todas las circunstancias que atraviesan a las diferentes personas que habitamos un territorio.
Esa experiencia parcial, reforzada por la invisibilidad que desde el género masculino se ha generado hacia las tareas y necesidades del género femenino, ha resultado en ciudades en las que se hace muy difícil, cuando no imposible, poder cumplir con las tareas de la reproducción y la producción a la vez, o lo que es lo mismo las tareas asignadas al género femenino y al masculino respectivamente. Se hace difícil, para hombres y mujeres (aunque más a las mujeres por las cargas de tareas que se nos asignan), una vida plena en las cuatro esferas que deberíamos desarrollarnos: la esfera propia, la esfera comunitaria (asociativa de todo tipo), la esfera reproductiva o de los cuidados o de la labor y la esfera de la producción o el trabajo remunerado.
Por ello mi propuesta, que hemos ido construyendo colectivamente en diversas ciudades, es repensar, revisar, revelar cómo es nuestra vida en el territorio, en la ciudad y en el barrio. Entender nuestro día a día, nuestras tareas, por qué y cómo nos movemos, a quién acompañamos, con qué dificultades o apoyos nos encontramos en esa cotidianeidad. Se trata de un trabajo que nos permita entender nuestros entornos en función de las necesidades cotidianas, y para ello se tiene que ahondar en aquellas características vistas y entendidas desde el hetero-patriarcado como menores: ¿hay espacio adecuado para caminar, para llevar carritos de bebé, de la compra o sillas de ruedas? ¿Los espacios que recorro tienen infraestructuras cotidianas de soporte, como pueden ser bancos, lavabos, cambiadores para infantes…? ¿Son los recorridos seguros, están iluminados, hay actividades diversas a pie de calle…? ¿Hay gente que me acompañe con su presencia haciendo que me sienta segura o lo contrario? ¿Cambio el recorrido más corto por otro más largo y seguro? ¿El transporte público es efectivo y eficiente para mis necesidades y de personas dependientes? ¿Y sus horarios? ¿Los equipamientos y servicios dan apoyo a mis necesidades cotidianas en horarios y funciones? Si realizamos estas preguntas en encuentros con otras mujeres y hacemos caminatas colectivas podemos construir un cuerpo de conocimiento basado en la experiencia múltiple y variada que se hace imprescindible para reformar y mejorar nuestras ciudades para las personas que las habitamos.
No hay razones de menores o menos importantes. Ello nos lleva otra reflexión general, más abstracta, que tendríamos que hacer como sociedad y como civilización: hemos construido unos valores y unas prioridades alejadas de la vida, separados de las nociones imprescindibles de interdependencia y ecodependencia.
Nuestras sociedades son estructuras piramidales, jerárquicas y destructivas; en la cima el macho de la especie humana y abajo en la pirámide las mujeres, la naturaleza, y la tierra. Pirámide basada en la falsa creencia del crecimiento y la extracción de recursos (que son las capacidades naturales, tanto humanas como animales, minerales y vegetales). Por ello tenemos que trabajar en la reestructuración de esa concepción piramidal en una estructura en red, circular, en la que todos y todas tenemos los derechos y responsabilidades.
Los seres humanos, como otros seres vivos, somos ecodependientes, lo que quiere decir que dependemos del medio que nos alberga para vivir, no somos y nunca seremos autónomos, dependemos de nuestra casa que es la tierra y el conjunto de relaciones que posibilitan nuestra vida. A su vez, somos interdependientes, dependemos de otros seres humanos, y esto es especialmente evidente en la primera infancia y en la vejez, pero no solamente en esos períodos de vida, ya que diariamente necesitamos cuidados de diversa índole (de nuestros cuerpos, de nuestra alimentación, de nuestro espacio…).
Poner la vida, las vidas, en el centro no solo es posible sino deseable y necesario. Construir ciudades en que la naturaleza sea parte de ellas, una naturaleza respetada, con sus espacios y tiempos, y no constreñida a ser los restos inhóspitos de nuestros entornos. Necesitamos la naturaleza, no puede ser un lujo.
Podemos imaginar otras ciudades posibles en las que la vida de las personas, y todos los seres vivos, anteceda al lucro y la ganancia. Las ciudades son reflejo de nuestros intereses y pugnas como sociedad, aunque también nos condicionan mental, simbólica y físicamente.
Podemos imaginar y transformar nuestras ciudades, ¿lo hacemos?