Ciudades desiertas
Teresa Chiurazzi
Pompeya y el espacio urbano deshabitado: cómo imaginar el día después.
No hay ninguna duda: está deshabitada. Las huellas, más o menos legibles, permiten vislumbrar algunos usos, jerarquías y relaciones. Pero algo resulta evidente: la traza de la calle, lo vehicular y lo peatonal.
Estuvo muerta y enterrada. Su origen data del siglo VI a. C. Eran tres: Herculano, Pompeya y Estabia. En el 59 d. C. hubo grandes disturbios, con muertos, heridos y represalias. En el año 62, un fuerte terremoto generó destrucciones que estaban siendo restauradas al momento de la erupción del 79. Fueron lentamente olvidadas por siglos. Un amplio sector de Herculano y Estabia aun hoy están bajo un manto de 28 a 30 metros de cenizas; Pompeya emergió de un manto similar, en un largo proceso que se inició en 1592 hasta que fue finalmente re descubierta en 1748 y en 1860 abierta al público.[1]
Muchas ciudades están sepultadas por aire transparente, incoloro, inodoro, más limpio que antes y más peligroso que nunca. Estuvieron desiertas como Pompeya y, en lugar de turistas, solo quedaron los nómades sin techo ni derecho al suelo, habitándolo. El valor del suelo arrasó el derecho al suelo.
La vivienda no es un problema. Se ha resuelto completamente o bien se ha dejado totalmente al azar. En el primer caso es legal, en el segundo “ilegal”. En el primer caso son torres o habitualmente bloques, en el segundo una corteza de casuchas improvisadas. Una solución consume el cielo, la otra el terreno. Resulta extraño que quienes tienen menos dinero habiten el artículo más caro (la tierra) y los que pagan habiten lo que es gratis (el aire).
— Rem Koolhaas, La ciudad genérica
En 1860 encontraron cadáveres fosilizados que conservaban las posiciones en que fueron sorprendidos. Sus gestos demuestran pánico, desesperación; hay mujeres y hombres, niños/as y adolescentes; están distanciados/as, sus brazos parecen querer tocarse, pero la lava los/as alejó. Por eso pudieron hacerse los contra moldes, colando yeso en la distancia que los separaba.
En muchas ciudades, ahora (algunos) comenzaron a caminar; (algunos de esos algunos) conservan distancia física; otros (algunos de esos otros) conservan distancia social.
Estamos al borde de un precipicio. Miramos el abismo, sentimos malestar y vértigo. Nuestro primer impulso es retroceder ante el peligro. Inexplicablemente, nos quedamos. (…) Y porque nuestra razón nos aparta violentamente del abismo, por eso nos acercamos a él con más ímpetu. No hay en la naturaleza pasión de una impaciencia tan demoníaca como la del que, estremecido al borde de un precipicio, piensa arrojarse en él. Aceptar por un instante cualquier atisbo de pensamiento significa la perdición inevitable, pues la reflexión no hace sino apremiarnos para que no lo hagamos, y justamente por eso, digo, no podemos hacerlo.
— Edgar Allan Poe, El demonio de la perversidad
Resulta difícil imaginar a Pompeya con algunos pocos turistas caminando en una dirección obligatoria, tal como indican los protocolos de algunos museos. Será una restricción la imposibilidad del libre recorrido, la de volver sobre nuestros pasos para el reencuentro con la obra seleccionada, el lugar que más nos ha llamado la atención o conmovido.
La densidad de las ciudades ahora es diferente a la densidad a. P. (antes de la Pandemia). Se trata de otro modo de heterogeneidad, la temporal. La reducción de densidad también aplica a los usos esporádicos y a los espectadores. Para los visitantes de Pompeya tal vez el protocolo resulte favorable en relación con el modo de la visitas de los hitos turísticos a. P. [2]
Algunos sectores (de usos dominantes no residenciales) de algunas ciudades continúan desiertos como desde el inicio de la pandemia, casi desde el inicio de este 2020. Vacíos de trabajadores de oficinas, estudios y bancos, de algunos servicios y de algunos comercios. Ocupados por nómades, con su clandestinidad desplazada de las recovas y umbrales que sobrevivían a. P. a los bordes, contra los muros.
Un tipo muy especial de soledad. Supongo que el cambio que intento definir tiene que ver con el ciudadano como habitante de una ciudad y que ahora se está convirtiendo ya sea en un cliente —es decir alguien que compra, consume— o en alguien que no tiene los medios para ser cliente. Esta es una nueva clase de pobreza y, en esa situación, la ciudad se torna un campo de batalla entre ricos y pobres.
— John Berger, Boulevard central.
Las ciudades comenzaron a desconfinarse por desconfianza, omnipotencia, temor, por oposición a la ciencia y a algunas decisiones políticas. La presencia de personas no modifica lo desértico, no es suficiente; porque no se trata de cuántas personas ni de la distancia entre ellas, se trata de las acciones de la vida que se despliegan en el espacio público, del intercambio y el conflicto, la disputa y la movilidad. Lo desértico no se altera por la mera presencia. Trasladarse no es desplazarse, estacionar no es estar.
Habitar significa en primer lugar investir un lugar, apropiárselo. A las dimensiones puramente métricas de un volumen edificado se adjuntan las dimensiones afectivas que construyen las vivencias de los habitantes: el uso cualifica el espacio y no a la inversa.
— Paul Virilio, La inseguridad del territorio.
En 1903, Wilhelm Jensen escribió una obra que narra la historia de Norbert Hanold, un joven arqueólogo obsesionado por la efigie de un bajorrelieve, a la cual le da el nombre de Gradiva (del latín, «la que camina»), título también del libro. La particularidad de ese bajorrelieve descubierto en una colección de antigüedades en Roma representa a una joven «en tren de andar». Gracias a su vestido levemente recogido se le ven sus pies calzados en sandalias, uno posado sobre el piso y el otro despegándose para seguirlo. El texto repercutió en diferentes campos del pensamiento del siglo XX: Sigmund Freud lo analizó en su obra El delirio y los sueños en la «Gradiva» de W. Jensen y André Breton denominó a su galería de arte Gradiva, diciendo en su presentación: «Qui peut bien être ‘celle qui avance’ sinon la beauté de demain» [¿Quién puede ser ‘la que avanza’ sino la belleza del mañana?]
Resulta difícil recordar la ciudad a. P., al ritmo de la urgencia de lo que resultó postergable. Resulta dificil imaginar qué ciudad re habitada será la que avance. Si hubiera reacción, resistencia y lucha tal vez podríamos pensar en la ciudad que reinventada sea capaz de albergar la belleza del mañana.
[1] Piero Guzzo y Antonio d'Ambrosio. Pompeii. Oxford University Press, p. 3 y 28.
[2] «Los hitos arquitectónicos que ya no se discuten (…) transformadas, más evidentemente, en mercancías, son visitadas casi desde la obligación de ser admiradas, aceptadas, elogiadas. Frente a ellas, está la necesidad de fotografiarlas, registrar la presencia personal, antes que de ser experimentadas. Ese peregrinaje turístico obligado funciona de un modo inverso a la vivencia escolar, ya que el contacto temporal es breve, tan instantáneo como la toma fotográfica». Teresa Chiurazzi en Frigerio, Diker (comps.). Educar: (sobre)impresiones estéticas. Buenos Aires, Del estante editorial, 2007, p 102, 103.