La pandemia, la economía argentina y el real estate
Agustín D'Attellis
El impacto económico de la llegada del coronavirus al país se dio en el peor momento posible. La economía argentina comenzó este año con una dinámica recesiva lanzada, fuerte inercia inflacionaria, un mercado interno muy deteriorado, desequilibrio en las cuentas públicas, altas tasas de interés, presión devaluatoria, bajas reservas internacionales en el Banco Central, y un muy elevado nivel de deuda, tanto con acreedores privados como con el FMI.
La deuda en cuestión tenía dos agravantes: el 75% fue contraída en divisas, y la concentración de los vencimientos se daba en el corto plazo. Esta situación planteó que la estrategia en materia económica del gobierno estuviera enfocada en dos planos; por un lado, el fortalecimiento del mercado interno, vía estímulo de la demanda, a través de recuperar el poder adquisitivo de los salarios e incrementar el consumo interno, y por otro lado, la reestructuración de la deuda, con el objetivo de despejar el horizonte de vencimientos y contar con más grados de libertad, para poder llevar adelante las necesarias políticas expansivas, evitando un evento de default.
Sin embargo, apenas iniciado este camino, el coronavirus comenzó a diseminarse con fuerza en el mundo, la OMS lo declaró una pandemia, comenzaron a aparecer casos en el país, y se tuvo que reaccionar aplicando la única vacuna existente hasta el momento, que es el aislamiento social. A partir del 20 de marzo se anunció oficialmente el aislamiento social obligatorio, restringiendo casi completamente la actividad económica. En paralelo, comenzaron a anunciarse programas de asistencia desde el Estado para intentar contener el impacto económico del freno repentino sobre los diferentes sectores afectados. De esta forma, se elaboraron programas de asistencia social, a empresas y sus trabajadores, y a provincias y municipios. Cabe destacar que, en otros países del mundo, sobre todo los desarrollados, los paquetes de asistencia alcanzaron porcentajes más altos del PBI, pero que se trata de economías con más margen de maniobra que la nuestra, y que emiten monedas más fuertes. Sin embargo, el patrón común como respuesta a la circulación del virus, es el aislamiento social para atender el frente sanitario, y las inyecciones de dinero a través de programas especiales, para enfrentar el impacto económico.
En la situación en la que se encuentra la economía argentina el problema radica en que la única fuente de financiamiento posible para llevar adelante la asistencia necesaria es la emisión monetaria. La posibilidad de endeudarse se encuentra anulada por la herencia recibida en materia de deuda, el ingreso por exportaciones se resiente por el desplome del comercio internacional, y las inversiones extranjeras, obviamente que brillan por su ausencia en esta situación de crisis.
Esta necesidad de emisión constante a un ritmo fuerte no es completamente absorbida por la demanda de dinero, dado el bajo nivel de actividad y la inexistencia estructural de demanda de pesos por reserva de valor, de manera que esto presiona sobre la brecha cambiaria, la cual ya ha alcanzado un 120% (al cierre de esta edición). El problema es que una brecha de esta magnitud y con perspectivas de mayor crecimiento, generan presión sobre los precios, que hoy no se disparan más fuerte por el freno de la economía y por los controles sobre precios regulados, pero que van tomando fuerza y que pueden estar contenidos en forma de olla a presión y saltar en un futuro próximo.
La situación descripta, desatada a partir de la circulación local del virus, modificó sustancialmente la estrategia económica en ambos planos. Por el lado de la deuda, se logró ordenar ese frente, reestructurando la deuda con acreedores privados, quedando pendiente aún le reestructuración de la deuda con el FMI. Sin embargo, el buen humor del mercado duró poco, llevando rápidamente el riesgo país al nivel actual de 1400 puntos básicos, acelerando la caída de reservas y aumentando fuertemente la brecha cambiaria. Por el lado del fortalecimiento del mercado interno, la realidad condujo al camino opuesto, el cese de actividades productivas y el cierre de comercios, puso en tensión al empleo, y condujo a aceptar recortes salariales en aras de preservar las fuentes de trabajo. En medio de esta situación se interrumpieron las negociaciones paritarias que comenzaban en marzo, y en un año donde la proyección de inflación ronda el 40%, sin paritarias, se recortaron en varios sectores un 25% los salarios nominales. Esto marca un escenario desolador para el crecimiento del consumo interno, principal componente de la demanda agregada.
Tras haber tocado mínimos históricos todas las series de actividad, durante los meses de abril y mayo, se dio un rebote natural por el aumento de la circulación con protocolos, pero que comienza a perder fuerza en las últimas mediciones. Las estimaciones de caída del PBI para este año dan cuenta de un -12%. Para tomar dimensión, la caída del PBI en 2002, luego de la explosión de la crisis de diciembre de 2001 en nuestro país, fue de -10%. Obviamente que esta caída implicaría más desempleo, más pobreza, más indigencia, y tornaría necesaria una asistencia mucho más fuerte de parte del Estado, conduciendo a la macroeconomía a una situación de mucha vulnerabilidad.
Sumado a esta situación en la economía real, el virus no cede, los contagios y las víctimas fatales aumentan día a día, y se instaló una profunda crisis de confianza sobre la economía.
El sector del real estate, por el momento, es uno de los más perjudicados, dado del freno total sobre la construcción, y la actividad comercial inmobiliaria durante muchos meses. Ambas actividades recuperaron algo de su operatoria, pero con muchas restricciones aún. El índice sintético de actividad de la construcción (ISAC) que mide el Indec arrojó una caída de -17,7% anual en el mes de agosto.
Muchos interrogantes surgen en este momento como, por ejemplo, qué va a pasar con los precios, tanto de materiales cuando se retome la actividad, como de los inmuebles, que presentan ya caídas en dólares en algunos barrios porteños.
En síntesis, el panorama luce muy complejo. La prioridad es ordenar la macroeconomía, y revertir la crisis de confianza, para lo cual es necesario un shock de ingreso de dólares. La presión devaluatoria es muy fuerte, con la brecha cambiaria en 120%. El gobierno insiste en que no acelerará el ritmo constante de minidevaluaciones que presenta desde fin de año. ¿Logrará sostenerlo mucho tiempo más sin dólares? El mercado apuesta a que no, por eso la tensión cambiaria es fuerte.
Será necesario un gran consenso económico y social, con compromiso de todas las partes, para impulsar el rebote de la actividad, recomponer la confianza, y ordenar la macroeconomía. Caso contrario, es probable que ocurra un salto cambiario desordenado con impacto en el mercado interno, en medio de una frágil situación social.