Arquitectura y voluntariado

Mario Sespede

martes, 22 de junio de 2021  |   

Llegué a la Villa 21-24, de Barracas, en marzo de 1997. Antes había transitado otros lugares populares con un rol marcadamente profesional, haciendo veredas y reparaciones de espacios comunitarios, y también había participado tangencialmente en una experiencia de autoconstrucción a través del arquitecto Roberto Frangella, un maestro a seguir. Pero sentía que ese recorrido, paralelo al desarrollo de mi estudio, no alcanzaba… sabía que algo más era posible, y la 21-24 me permitió conocerlo.

Comencé a trabajar como voluntario en la parroquia de Caacupé en 1997, justo al inicio de la llegada del Padre José María de Paola (el Padre Pepe). Tuvimos una primera charla en la que me aclaró que lo importante era «salvar vidas» y darle un nuevo sentido… Mucho no entendí, pero a partir de allí entregué cada sábado a esa búsqueda. Y lentamente el compromiso se hizo mayor: me abrió la cabeza.

El primer lugar en el que trabajé fue el sector de Tres Rosas. La villa, con una superficie de 60 ha y aproximadamente 60 mil habitantes (en ese momento, ahora son muchos más), requería una acción profunda y cercana. La política de trabajo creada por Pepe era llegar a cada sector con una ermita, capilla o centro misionero, respetando las características propias de cada sector con distintas nacionalidades de origen. Las líneas de acción eran las propias de una parroquia, pero sumaban apoyo escolar, actividades ligadas al arte, la recreación para niños y adolescentes, grupo de mujeres y de hombres y una escuela de fútbol. Además, estaba la actividad de exploradores, ligada a la vida de campamentos, en la que se intentaba que fuera dirigida por jóvenes del barrio, con el objetivo de construir «líderes positivos» de la propia comunidad, que puedan mostrar el otro plato de la balanza. Y, sobre todo, enfrentando al mundo de la droga que era, y es aún, uno de los mayores flagelos de toda la comunidad. La misma situación se dio naturalmente en los grupos de hombres y de mujeres, de donde surgirían también líderes adultos que llevan adelante las distintas actividades y hoy son referentes de todos.

Una de cal y una de arena
Ser voluntario lleva inevitablemente a vivir momentos difíciles. 

Te lleva a ver cómo la droga se llevó David, un pibe de 14 años. Y tristemente, existen muchos otros David.

Te lleva también a ser el padrino de último momento de una beba cuya madre abandonó en el mismo bautismo, para ir a drogarse a la bailanta. Recuerdo que esa vez me enojé mucho, y quise dejar todo, pero, cuando llegué a casa, ver a mis tres hijos durmiendo en sus camas limpias me hizo recapacitar, y darme cuenta que no podía huir, que solo se trataba de brindar oportunidades. El lugar de nacimiento no debe castigar a nadie.

Y me llevó también a vivir el incendio en un terrible enero que dejó gran parte del sector sin absolutamente nada de nada. Recuerdo el llanto de una de las chicas, Epi, por haber perdido la única foto de su mamá, pero también recuerdo la solidaridad de toda la comunidad: ahí estaban los curas villeros, los voluntarios para acompañar, para gestar lugares apropiados, abastecer de comida y de ropa. Estar, acompañar, escuchar; ésa es la premisa. Y allí, más tarde, se construiría la Escuela de Box y Circo, con el diseño de Clorindo Testa y Jorge Mazzinghi (estudio Mazzinghi-Sánchez): nosotros hicimos red para que eso ocurra.

Pero también pude ver resultados de lo que es el trabajo voluntario. Había en ese momento jóvenes, niños y niñas ¿viviendo? cerca a los volquetes de basura, y la misión era darles un hogar digno, alimentos, escolaridad y, sobre todo, familia. Así surgió el Hogar de adolescentes y el Hogar Hermana Pilar para niños sin familia o con padres ausentes.

La actividad de apoyo escolar es fundamental en sí misma y, con su merienda, fue el punto de partida de una organización que se extendió a toda la villa, ya más perfeccionada por gente formada para ese fin y jóvenes voluntarios/as: Ana y Vick, voluntarias entregadas a la educación coordinando, dando su tiempo y saber. Fue el germen de los futuros jardines de infantes, escuelas primarias, secundaria y el centro de formación profesional que construimos más adelante.

La religiosidad popular era la base de muchas otras acciones que fortalecieron la educación y el trabajo. La radio, la escuela de música, el taller de velas fueron el inicio de algunos despertares de vocaciones. Los espacios para llevarlas adelante eran una parte, «la obra» era la acción. Tengo especial aprecio por el trabajo en equipo del grupo de hombres, porque cada sábado o domingo trabajaban voluntariamente para construir la casa de los/as abuelos/as, o el hogar de adolescentes, donde viven jóvenes con serios problemas familiares de abandono y allí tienen su hogar y la posibilidad de continuar estudiando. También las granjas por adicciones se llevaron muchos fines de semana, y repararon «la casa social», donde desarrollaban sus actividades los/as trabajadores/as sociales, abogados/as, médicos/as, psicólogos/as.

Recorrí en todo este tiempo otros sectores, como Tierra Amarilla, Caacupé, San Blas; cada uno con su carácter distintivo. Hubo muchas alegrías y también dolor… a veces «comprender» era muy duro.

Un arquitecto en la villa
Era necesario que contara todas estas cosas, que para mí son anteriores a mi ser arquitecto, porque así es como entendí lo que Pepe me decía, «salvar vidas». La villa enseña a silenciar el ego, enseña a escuchar y a ver qué significa ser un eslabón de comunicación para esas urgencias. Estas vivencias son las que me permitieron, muchos años después, volver a ser un arquitecto en la villa.

Siempre pusimos «chapas nuevas», hicimos pisos, llevamos agua, construimos veredas y ermitas. Construimos espacios donde reunirse a pensar, crear y abrazar futuros; pero antes era necesario tomar distancia, ver y escuchar para poder entender/comprender en esencia a ese «otro/a» que tiene urgencias realmente importantes. Y sólo era posible hacerlo con un «nosotros/as».

Hoy, en el centro de formación se aprenden oficios: carpintería de madera, escultura en mármol, electricidad, mecánica general, motores, enfermería (que están colaborando en la pandemia), computación, etc. El grupo de hombres es hoy un lugar de formación y capacitación donde pueden convertirse en constructores y tener una salida laboral. Ya han pasado varios grupos que se han independizado. 

La escuela secundaria creció en tamaño y turnos. Hay dos jardines de infantes y dos escuelas primarias. Para que funcionen se debió trabajar mucho, conseguir fondos, colaboración del Estado, adaptarnos a normas —algo que muchas veces se hizo difícil por los espacios con que contamos—, presentaciones en diferentes organizaciones del mundo. Para que todo eso ocurra han trabajado los curas del barrio, trabajadores/as sociales, contadores/as y muchos, muchos voluntarios/as. Ahí volví a ser arquitecto.

Tal vez hoy el/la arquitecto/a pueda ser ese voluntario/a que a la par de su actividad acompañe estas gestiones, o tal vez seamos capaces de crear las condiciones para que otros/as profesionales puedan dedicarse a tiempo completo a esta hermosa actividad, con la remuneración y condiciones que corresponden, ya sea desde diferentes organizaciones o desde el Estado.

Transito este camino como un escalón, solamente para que el duro mientras tanto sea apenas un poco mejor. Necesitamos estar dispuestos/as a ver, a escuchar, y a trabajar en equipo: la «obra» es el espacio, la oportunidad y el futuro para que ese mientras tanto se convierta en un hoy sólido y fraterno.
 

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