Construir educación
Juliana Mombelli
Si estás oculta, ¿cómo sabré quién eres?
El imaginario que históricamente está asociado a los territorios informales o villas puede verse reflejado en las concepciones de la sociedad argentina como un enclave oculto y violento, en el cual nadie se atrevería a adentrarse.
No hay un punto exacto en el cual estas subjetividades colectivas me llevaron al deseo de revelar la Ciudad Oculta, como se llama comúnmente a la Villa 15, y explorar otros escenarios alternativos para hacer arquitectura.
Este vecindario se encuentra localizado en Villa Lugano, CABA. Allí viven cerca de treinta mil habitantes, y los principales problemas para sus residentes son la falta de acceso a servicios, empleo, salud, y educación, y las situaciones de precariedad y riesgo edilicio.
Vieja exclusión, nueva respuesta
El acceso a la enseñanza es un elemento clave para combatir la pobreza y la desigualdad. A través de ella no sólo se logra el aprendizaje de las competencias básicas, sino también los valores y actitudes positivas para el desarrollo personal y comunitario.
Hasta el año 2017 inclusive, habían pasado treinta y cinco años desde la última inauguración de una escuela pública. Por esta razón, los vecinos del barrio, liderados por el Padre Damián Reynoso y el Párroco Sebastián Sury, impulsaron una campaña para edificar la primera escuela primaria de Ciudad Oculta.
El proceso de transformación comunitaria
Para la creación del establecimiento educativo, la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE) donó un terreno que inicialmente había sido usurpado en la toma del Parque Indoamericano, lo cual generó una serie de discrepancias entre los vecinos.
Al no contar con la figura de un arquitecto que los asesorara, se lanzaron a comenzar la construcción de manera espontánea. El abordaje de la obra se llevó a cabo del mismo modo que la auto construcción de viviendas, en la que los obreros se hacen cargo de la edificación.
Y entonces recibí una notificación desde el grupo de tutores de la Fundación Integrar, donde informaban sobre una campaña para la recaudación de fondos de la primera escuela de Ciudad Oculta, y cuando accedí a la página para ver las fotos de la obra, inmediatamente llamó mi atención que no había ningún arquitecto, sólo estaban los obreros y los curas villeros. Les envié un mensaje para ofrecerles mi ayuda y el Padre Damián Reynoso, quien me citó al día siguiente, me dejó inmediatamente a cargo de la dirección de obra.
El diseño como arte social Se trata de un complejo en forma de «L», donde se ubican tanto las aulas y locales de apoyo, como también las viviendas precarias de los vecinos del barrio en torno a un patio central donde ventilan. El proyecto se desarrolla a partir de un núcleo de acceso jerarquizado con hall principal, del cual se desprenden dos cuerpos importantes en planta baja y primer piso; en uno se concentra el área destinada para el uso educativo y en otro el uso deportivo/cultural. En el primero se desarrolla el área pedagógica compuesta por aulas, administración, espacios de uso común, núcleos sanitarios y verticales, mientras que el segundo está compuesto por una cancha semicubierta, vestuarios, administración, salón comedor con cocina, núcleos verticales, biblioteca, microcine, capilla y sala de música; además posee un acceso secundario para que pueda ser utilizado por la comunidad en general. La iluminación natural inunda el espacio, y genera un contraste con la oscuridad que suelen tener los hogares de los niños y niñas que habitan en el barrio. Construcción de espacios de convivencia Hubo que solucionar la falta de cumplimiento de la presentación de los planos, adaptar el proyecto al terreno, al Código de Edificación y a los requerimientos de los vecinos. Tanto el crecimiento de las viviendas como la construcción de la escuela se desarrollaron en etapas supeditadas al avance de obra cuyo ritmo dependía de los recursos y necesidades del barrio. La urgencia del entorno requería el inicio del ciclo lectivo antes de que el edificio estuviera cien por ciento finalizado, para hacer frente a una deserción escolar cercana al 40%. Esto derivó en la convivencia entre la cotidianeidad de las aulas y la realización de la obra. En el año 2017, al momento de la inauguración, la escuela contaba con la dirección, patio descubierto, dos aulas y una batería de baños; y una vivienda que se hallaba en el terreno, y que pronto se terminaría por demoler, funcionaba provisoriamente como cocina. Responsabilidad social del arquitecto Al ingresar al barrio, mi profesión fue impregnada por la Ciudad Oculta que duerme envuelta en redes clandestinas de electricidad, cuya existencia desencadena cortocircuitos, provocando que el vecindario se halle a oscuras gran parte del tiempo. La heterogeneidad espacial interna compuesta por laberintos de tierra, el recorrido interceptado por escaleras en espiral utilizadas como una salida de emergencia habitacional ante la carencia de territorio, el agua estancada, el barro, el aroma que desprenden los guisos que se cocinan en los pasillos, los ruidos de algunos disparos que se amalgaman con el sonido de cumbia, y el color naranja que subyace en la imagen de las edificaciones, me revelaron los signos indiscutibles de la pobreza. El desafío en estos contextos de desigualdad implica reconocer las problemáticas que los atraviesan. Es aquí donde asumo mi compromiso con la comunidad. ¿Por qué trabajo ad honorem para esta construcción? Mi formación se la debo a la educación pública, que abarca desde el jardín de infantes hasta mi paso por la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Tecnológica Nacional; desde mi lugar, trato de devolverle a la Argentina algo de lo mucho que me brindó. Y eso no significa fomentar la precarización profesional, porque las condiciones laborales obedecen a que el presupuesto es escaso. Tener entre mis manos la oportunidad de construir una escuela en un contexto de profunda pauperización, que habilite repensar el rol del arquitecto, me llevó a concebir la disciplina como un instrumento para el cambio de la desigualdad social. Al traspasar el cerco perimetral de la obra para ingresar al edificio educativo donde guardaba los planos, y encontrarme con niños que solo comen si lo hacen en la escuela, padres que esperan los restos de comida en la puerta, docentes que enseñan desde el amor, maestras que cosen los guardapolvos de sus alumnos, el equipo directivo que brinda contención al llanto de las madres y exhiben en la dirección, como obras de arte, los dibujos que los niños le regalan diariamente, sacerdotes que acompañan a las familias, los chicos que me abrazan pidiéndome que les explique el contenido de los planos, despertando así su curiosidad en la arquitectura, la infancia del barrio que ríe, juega y saluda a sus papás que del otro lado del cerco construyen con sus manos el espacio para que sus hijos y las siguientes generaciones puedan crecer con más oportunidades. Edificar una escuela más justa o menos inequitativa daba sentido a mi tarea cotidiana durante la obra. Hay quienes ante la histórica desigualdad se lanzan a construir castillos en el aire, pues les dijeron que la realidad siempre fue así y que no vale la pena tratar de cambiarla. Se hace necesario deconstruir prejuicios sobre los contextos de desigualdad y los límites de nuestra profesión, para que con nuestros conocimientos podamos construir los cimientos que sostienen los sueños comunitarios y hacer realidad los castillos en el aire. Prioricemos que la arquitectura llegue a todos los estratos sociales y sea una disciplina al servicio de la equidad y del bienestar de las personas. Los invito a transformar la realidad. |