Sinfonía de requerimientos y programas

Daniel Becker

lunes, 9 de diciembre de 2019  |   

El Centro Cultural Kirchner (CCK) es el resultado de una obra monumental para múltiples comitentes. Cuando en 2006 ganamos el primer premio del Concurso Internacional (junto a los arquitectos Enrique Bares, Federico Bares, Nicolás Bares, Florencia Schnack y Claudio Ferrari) nuestro primer comitente fue el Estado. Pero hasta el final de la obra, en 2015, atravesamos distintas etapas con distintos actores. El programa partió de la necesidad concreta del Estado de contar con una sala sinfónica, ya que la Ciudad de Buenos Aires carecía de esta tipología. Durante muchísimos años la Sinfónica Nacional ensayó en el Auditorio de Belgrano, una sala que no cumplía con las expectativas acústicas requeridas.

Sala Sinfónica. Responde a los estándares acústicos internacionales. Foto: Gentileza CCK.

En este sentido también contemplamos requisitos de los músicos y, además, sumamos normativas ignífugas que aún no estaban reglamentadas en el país. ¿Cuál es el comitente? ¿La sociedad, la Sinfónica Nacional? ¿Dónde está el cliente? Surgen muchas preguntas al reflexionar sobre el proceso, que tuvo un camino largo y sinuoso.

La Ballena. Resuelta en hormigón, y los conectores metálicos vinculan el tabique con la malla que la envuelve. Foto: Gentileza CCK.El programa del proyecto que ganó el concurso se diseñó para el Centro Cultural del Bicentenario, con el foco puesto en la música, las salas de cámara sinfónica y salas de ensayo. Surgió como una necesidad general de la sociedad a través de las organizaciones intermedias que llamaron a concurso para definir el programa preciso. Otra necesidad detectada fue la cultural, donde el comitente marcó el carácter histórico del conjunto y advirtió sobre su prohibición de demoler, ya que las fachadas contaban con protección estructural. Surge entonces la posibilidad de construir un gran volumen de 16 mil metros cúbicos de aire para la sala sinfónica. El comitente planteó la obligatoriedad de preservación de las áreas de protección estructural de edificio, al tiempo que pidió una cantidad de salas de ensayo con determinados requisitos acústicos. Para la sala sinfónica, se solicitó inicialmente 8 metros cúbicos por persona, que luego fueron aumentados a 10. Por eso, la «Ballena» se infló durante el proyecto ejecutivo, en relación al concurso.

También contemplamos las necesidades concretas de los músicos. Y sumamos comitentes: el Estado que administró el proceso y controló gastos y funcionamiento, la Ciudad que tenía injerencia en la envolvente.

 

Nos manejamos, además, con distintas administraciones y nuevos códigos en cuanto a normativas de incendios que aún no estaban definidas en Buenos Aires. Tomamos las normas americanas de referencia porque eran las más estrictas.

Estructura vidriada. El Chandelier funciona como fachada interior. Foto: Gentileza CCK.Las necesidades concretas de los músicos resultaron igual de relevantes. Las reuniones con el maestro Pedro Ignacio Calderón, Director de la Sinfónica en 2007, para escuchar sus pedidos concretos fueron muy ricas en ese sentido.

Recuerdo los últimos seis meses como una locura de acontecimientos. Nos pidieron cambios para que bailara Iñaki Urlezaga en la inauguración. Pero el proyecto no contemplaba fosa de orquesta, no fue diseñado para ese tipo de espectáculos. Y nos vimos en la obligación de explicar y sostener el no. Se sucedieron cuestiones que estaban al límite y que se prestaban a distintas interpretaciones. La Comisión Nacional de Monumentos Históricos, por ejemplo, aceptó el proyecto en un principio, que implicaba la instalación de la cúpula de vidrio. El equipo se enfrentó con divisiones internas propias y ajenas. Al tiempo, las distintas voces de los comitentes decidieron dejar de lado la cúpula de vidrio, y plantearon otra opción: la cúpula de restauro. A los proyectistas nos parecía que se tenía que respetar la cúpula y mostrar un conjunto contemporáneo, pero sin sacralizarlo. La propuesta intermedia, finalmente, consistió en una cúpula que se abría y se cerraba a través de un sistema de lamas hidráulicos.

El comitente, entonces, implica al poder, a quien decide. Cuanto mejores atributos sustente, mejor resultará el proyecto, en todo sentido.

Finalmente, las otras voces a escuchar y contemplar fueron el usuario final, el público, el artista y el personal de mantenimiento. Los proyectistas, y nuestros arquitectos internos también formaron parte de ese grupo, con nuestras ideologías y conceptos. La coyuntura política y económica no se quedó atrás y las limitaciones a las importaciones de ese momento cobraron su peso. La malla del revestimiento de la Ballena, los encofrados o el órgano alemán diseñado especialmente por la firma Orgelbau Klais, están entre los ejemplos de insumos que demandó el proyecto.

También se puede mencionar como comitente a los ingenieros y empresas constructoras que participaron. Y un comitente invisible, pero de gran peso, fueron los aspectos acústicos de las salas y sus estrictas condiciones. Los tiempos de trabajo, las licitaciones, los cateos y trabajos que se realizaron en un edificio que estaba en uso se sumaron a la cantidad de actores que tuvo en cuenta el proceso. Complejo y de escala, un concierto de comitentes buscando la tonalidad exacta para satisfacer pedidos, sueños y requisitos. 


Autores de Proyecto Centro Cultural Kirchner Enrique Bares, Federico Bares, Nicolás Bares, Florencia Schnack, Daniel Becker y Claudio Ferrari.

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