El equilibrio de las fuerzas
Victoria Falcón, Nicolás Pinto da Mota
El tema de nuestro proyecto Casa Esquina definió una característica muy diferente: trabajar con la ausencia del comitente. No nos preocupó específicamente este escenario; habíamos escuchado casos de grandes arquitectos que describen que trabajar sin comitente es como trabajar en el vacío, sin un sentido real, y definen a la arquitectura como un servicio, ligado a esos usuarios. Pero para nosotros éste no fue el escenario; por el contrario, entendemos a la arquitectura más bien como un servicio que no tiene por qué reflejar los deseos, las demandas y las preocupaciones de un comitente especifico. Y aquí surge nuestro primer tema: el significado de la forma y hacia quién está orientado.
Si hay algo consustancial a la arquitectura, esto es su forma y su capacidad de construir un cuerpo significativo, ambos temas manejados desde un equilibrio, entre el estéril enmudecimiento significativo y el absurdo del regocijo formal por sí mismo. Buscar la coherencia para evitar la arbitrariedad es un horizonte que encamina muchas de nuestras decisiones. El desafío de la significación formal consiste en dominar los procedimientos que, de manera coherente, acaban dando forma a ideas que se entrelazan; en el caso de Casa Esquina: socavar para luego ahuecar un teórico sólido de ladrillos, son las dos grandes operaciones que generan lo característico de los espacios. Estos procedimientos: yuxtaponer, ahuecar, socavar, compartimentar, etc., son nuestra guía, ya que nos interesa partir de una forma desconocida y que cada proyecto encuentre su propio camino, manejando su pertinencia a través de estas operaciones.
El reto y desafío de nuestra arquitectura es dar consistencia a un relato significativo que, por principio, debe estar fuertemente ligado a la sociedad y al tiempo que sirve. Por eso, nuestras formas y sus mecanismos de representación están más ligadas a lo coherente-constructivo, que al mal manejo de imágenes predefinidas o impuestas. En este sentido, la sinceridad de nuestra arquitectura aflora en respuesta a múltiples personas y no a un usuario especifico (casi en ningún caso de todas nuestras obras) porque, finalmente, el sentido último de los espacios se debe a múltiples personas, aunque sí debe dar respuesta a un único y específico lugar.
En este sentido, nos interesa pensar los espacios como contenedores de la vida, soportes que conceptualmente están pensados como algo esencial y eterno, ligado a lo austero y útil. Espacios que, por su calibre en el manejo de la luz, el control de la escala y el uso de materiales antiguos utilizados con técnicas contemporáneas, buscan definir lugares que sean apropiados y utilizados con múltiples propósitos. No nos interesa pensar el espacio como una entidad abstracta, siempre está presente la escala humana (usuario) y sus posibilidades infinitas de utilización. El caso de Casa Esquina propone ampliar la superficie de contacto con el exterior, para relacionarse de forma más fluida con el parque vecino: esto es lo que da sentido a toda la propuesta y, en esos espacios, se puede descansar, contemplar, trabajar y jugar, dependiendo de quién los ocupe. Es una estructura espacial precisa, pero abierta al uso de múltiples individuos.
Como último tema, señalamos un punto, un instante, en el cual las cosas están inscriptas en su momento y en su sitio, pero sin ser ni miméticas ni artificiosas: esto es la naturalidad, una palabra que ha desaparecido del lenguaje de la arquitectura, siendo sustituida por economía o sustentabilidad, en el mejor de los casos. La naturalidad es la descripción de fuerzas que no se oponen, que sobrepasan esta confrontación simplista entre lo natural y lo artificial. Y es aquí donde aparece lo que para nosotros es un equilibrio necesario entre la espontaneidad de la oferta vs. la manipulación de la demanda. Rafael Iglesias explica que le gusta el hecho de pensar una idea de arquitectura como un juego de generala servida, en el cual «si no sale servida, levantas todos los dados y tiras nuevamente». Adherimos a este concepto porque entendemos que las buenas ideas de arquitectura deben tener la suficiente lealtad que su creación define, y éstas no aceptan indebidas manipulaciones, generalmente proveniente de los comitentes-usuarios.
Por esto, la «autenticidad matérica»: en este caso el ladrillo que atraviesa todo el volumen, sucede de una manera sencilla, homogénea, tal como «la autenticidad ambiental», ya que el volumen está delante de un parque, y no se sabe bien si el parque da a la casa o la casa se abre al parque. Todo el trabajo realizado sobre el volumen persigue aumentar la percepción del perímetro de los espacios, pequeñas intervenciones para reforzar la idea de la arquitectura.
Lo que anhelamos conseguir es hacer una arquitectura muy contemporánea, que no olvida ni el modernismo, ni la realidad local y artesanal. Y consideramos que esto debería responder a cualquier usuario contemporáneo.