¿Arquitectura o casa?

Norberto Cháves

miércoles, 11 de diciembre de 2019  |   

La relación del arquitecto y el cliente en el proyecto de la vivienda individual: entre el protagonismo del sistema arquitectónico y la obediencia al programa.


En una extensa carta a un cliente, Amancio Williams le exponía su concepción del quehacer del arquitecto contemporáneo y le explicaba las virtudes del proyecto que había desarrollado para su vivienda, ortodoxamente inscripto en aquella concepción. Ese cliente era Mario Williams, su hermano.

Conociendo sus resistencias a aquel proyecto, en esa misma carta le decía que esperaba que, luego de leerla, hubiera comprendido la imposibilidad para el arquitecto verdadero (sic), de plegarse a «gustos» (el entrecomillado es original) de clientes, cuando su función era buscar la expresión de su época. Una auténtica declaración de liderazgo cultural, asumido con plena convicción.

y Max Risselada. Alison y Peter Smithson. De la casa del futuro a la casa de hoy. Barcelona, COACEdiciones Polígrafa, 2007.Tal actitud se reafirmaba al finalizar la carta con la siguiente propuesta de solución alternativa: «Ya sabes, si no les gusta la casa díganlo sin vueltas. Están en la más absoluta libertad respecto a mí. Lo mismo, si quieres, te buscaré un arquitecto que tenga la habilidad para proyectar lo que habitualmente se llama gusto y que sea decente, o menos indecente que la generalidad, y que se preste a hacer la casa que ustedes quieran».

Semejante reivindicación de autonomía de una ideología arquitectónica por sobre las expectativas programáticas del usuario es comprensible en una época heroica (la carta es de 1943): el combate ideológico contra el eclecticismo finisecular exigía a los pioneros una tenaz intransigencia que hoy resultaría anacrónica.

La propia heterogeneidad cultural de la sociedad desautoriza la propuesta de un modus habitandi único y, por lo tanto, una única concepción de la arquitectura de la vivienda, no solo en lo estilístico sino también en lo funcional. La propia idea de espíritu de la época, instrumentada por Williams para fundamentar lo irrecusable de sus valores, cayó hace décadas en desuso. Y su manifestación en el estilo corrió la misma suerte.

Los estilos de época nunca fueron ecuménicos; reflejaron siempre los gustos y políticas culturales de las clases dominantes y los sectores por ellas influenciados. Hoy, tal estilo de la época no se verifica ni siquiera entre ellos, pues pueden preferir desde un racionalismo minimalista radical hasta un neo-eclecticismo desembozado. Ha sido la posmodernidad, precisamente, la que dio luz verde a la libertad estilística.

Sin duda, la época ha generado nuevos modos de habitar; pero ello no ha sustituido a los previos aún vigentes. En todo caso, han aumentado la complejidad del campo programático de la vivienda. Hay muchas maneras de vivir, todas legítimas. La validez del proyecto arquitectónico no la mide su ajuste a unos a prioris académicos sino a las exigencias de cada programa concreto, que incluyen a aquellas derivadas del estilo de vida del cliente.

En el proyecto de una vivienda, el arquitecto se enfrenta al desafío de interpretar correctamente ya no solo el encargo explícito de su cliente, sino al cliente mismo, sus expectativas latentes. O sea, no ha de incurrir en el sectarismo del maestro Williams, que hizo frustrar el proyecto y éste se quedó en los papeles. 

El concepto clave es el de interpretación en el sentido fuerte del término: saber leer entre líneas el discurso del cliente cuando verbaliza su demanda, detectar en todos sus gestos su sistema de valores relacionados con el habitar, y emitir propuestas pertinentes. Se trata de lograr la síntesis entre el programa concreto del cliente y los patrones de calidad cultural dominados por el profesional; patrones derivados de códigos sociales múltiples y heterogéneos. Eso es, precisamente, lo que el cliente espera de él, el motivo por el que lo ha convocado.

El arquitecto no es un creador autónomo sino un mediador, un intérprete del comitente, que sabe satisfacer sus expectativas mediante una obra que, a su vez, posea valores trascendentes a su usuario. Tal el desafío: optimizar sus fantasías y volverlas patrimonio. 

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