Del idealismo concursero al hiperrealismo participativo
Miguel Altuna, Matías Beccar Varela
Crónica del proyecto de viviendas para la Villa 20
En la Ciudad de Buenos Aires las villas y asentamientos representan el único segmento con crecimiento demográfico de los últimos decenios. Según datos censales, entre 2001 y 2010 hubo un incremento del 52,3% en su población, situación que contrasta fuertemente con la realidad general de la ciudad, que se mantiene estable en los tres millones de habitantes desde hace más de medio siglo. En este contexto, la Villa 20 de Lugano es una de las más grandes de Buenos Aires y su origen se remonta a los años setenta, para alcanzar hoy una población de aproximadamente treinta mil personas.
El gran predio con el que la Villa 20 limita en su lado sur estuvo vacante por décadas —contaminado con metales pesados— y fue hace pocos años escenario de una toma por parte de 500 familias, en su mayoría vecinos de la propia villa. Al año siguiente, y luego de un violento desalojo, el Gobierno de la Ciudad encaró el saneamiento del terreno y promulgó finalmente un concurso para el diseño de mil viviendas, a realizarse en cinco rondas. Cada ronda debía definir un proyecto distinto para cada una de las manzanas, que juntas se integraban en un master plan con grandes espacios verdes, infraestructura, equipamiento y apertura de calles. Nuestro proyecto resultó ganador de la segunda ronda del concurso, ronda que sin embargo fue la última: en 2016 el gobierno le otorgó el control de la urbanización al Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) y desde allí se descartó tanto el master plan como los concursos en los que se venía trabajando.
Como parte de sus atribuciones, el IVC organizó las llamadas Mesas de Gestión Participativa, lugar desde el que se registraron nuevas demandas para el proceso de urbanización. Ubicar la mayor cantidad de viviendas posible pasó a ser prioridad sin atenuantes, incluso frente a la posibilidad de perder equipamiento público y recreativo. Aparecía allí una idea novedosa para la idiosincrasia de los arquitectos: los espacios verdes eran rechazados por los habitantes de la villa ya que se percibían como zonas de conflicto, inseguridad y riesgo de usurpación.
El plan del IVC comenzó entonces con una etapa de licitación de 600 viviendas proyectadas según un prototipo de diseño in-house, ya probado en otras ubicaciones. Pero un cambio de autoridades dentro del instituto volvió a frenar los avances, y mientras estos bloques se construían sobre la Avenida Fernández de la Cruz, la nueva cúpula decidió hacer un convenio de trabajo con FADU, UBA. El convenio encuadró las urbanizaciones de la Villa 20, Rodrigo Bueno y Fraga. Dentro de este nuevo proceso, la facultad nos convocó con la idea de utilizar el proyecto original ganador del concurso como insumo de tejido para la nueva trama del Plan para la Villa 20. En un escasísimo tiempo de trabajo debíamos adaptar el conjunto habitacional original al formato de las nuevas manzanas, lidiar con el nuevo problema de la repetición en gran escala y conformar situaciones de urbanidad en una trama rígida ya aprobada por ley.
El nuevo contexto requería como principal novedad incorporar al proyecto la voz del usuario a través de las Mesas de Gestión Participativa. Rápidamente nos sumamos a esos encuentros, con decenas de vecinos en el centro escolar del barrio, o en reuniones más íntimas en las casas de alguno de los representantes. Además de funcionarios y técnicos del IVC asistían a estas mesas actores del ámbito académico disciplinar con independencia política y cierta autoridad bien ganada entre los vecinos.
A partir de este proceso de trabajo desarrollado a comienzos de 2017 se modificaron muchos aspectos del proyecto original. Por ejemplo, la escala de los consorcios debió ser reducida a la mitad y, en consecuencia, se duplicó la cantidad de núcleos de escalera. La definición de los nuevos consorcios debía ser clara, sin zonas de administración ambiguas: los edificios que originalmente eran grandes bloques con patios interconectados pasaron a conformarse por fragmentos de funcionamiento aislado. Las rejas aparecieron no sólo como elemento indispensable en las viviendas, sino también en los accesos generales de cada bloque. El proyecto fue adoptando, de a poco, características comunes al resto de la ciudad.
Por otro lado, nuestra injerencia parecía estar cada vez menos en la composición misma de los bloques y cada vez más en su articulación urbana. La tensión entre la cantidad de viviendas y los espacios públicos fue uno de los grandes temas que acompañó todo el proceso. Gracias al excedente de viviendas que logramos como premisa, nuestro trabajo puso el foco en la conformación de unos pequeños recintos públicos —40x30 m— que llamamos Plazas Cívicas. Frente a ellas, y dotándolas del carácter que les confería su nombre, propusimos unos bloques edilicios singulares, cuya principal característica era la materialidad ladrillera y un basamento de locales institucionales de escala barrial. Consensuamos con los futuros usuarios que esos espacios públicos bien contenidos sirvieran como lugar de esparcimiento para los niños y jóvenes: a diferencia de los grandes vacíos verdes cercanos, como el Parque Indoamericano, las Plazas Cívicas pertenecerían al barrio y resultarían más seguras por la propia proximidad de los vecinos.
Con estas piezas urbanas destacadas el proyecto general encontró también un ritmo distinto y de mayores proporciones, intentando dar respuesta al problema de la iteración descontrolada. A su vez, pequeñas alteraciones fueron apareciendo en la configuración misma de los bloques de viviendas, dotando al conjunto de una textura más compleja y de cierto carácter heterogéneo.
Finalmente, acercándonos hoy al final del proceso de construcción y luego de un largo derrotero de puesta en común con la realidad, podemos entrever en la materia construida que felizmente persisten algunas de las intenciones de aquel primer proyecto para el concurso. Significativamente: la apertura de los grandes patios en su lado norte, en la configuración de un conjunto urbano que propone al mismo tiempo un frente edificado regular en línea con la tradición urbanística local y una respuesta diferenciada hacia la buena orientación. A esto se le suma la visible fragmentación del bloque de manzana en unidades volumétricas menores, en una operación que logra reducir la escala general de la intervención, alejándola de su siempre latente potencialidad estigmatizante, y aproximándola morfológicamente a la composición de pequeños volúmenes, típica del tejido preexistente vecino. De esta manera, y sumándose al «esponjamiento» en curso y a la apertura de calles estratégicas dentro del barrio, pareciera que se configura una transición equilibrada entre las distintas partes de lo que, al fin y al cabo, debe ser nada menos que un pedazo más de la ciudad.
Autores de Proyecto Villa 20, Barrio Papa Francisco
Anteproyecto Manzana Concurso 2016: Miguel Altuna, Matías Beccar Varela y Asociados
Anteproyecto Ampliado para el Plan de Viviendas 2017: IVC + Convenio FADU, UBA (Miguel Altuna, Matías Beccar Varela)