La clave de la modernidad

Stella Maris Casal

lunes, 30 de marzo de 2020  |   

Si entendemos por sustentabilidad la capacidad de hacer uso consciente y responsable de nuestros recursos de modo de no comprometer su disponibilidad para las generaciones futuras, resulta importante recordar que el patrimonio construido es un aporte fundamental a la sustentabilidad tanto material como cultural, porque es irremplazable en la línea evolutiva que explica nuestra concepción del hábitat humano. En ese sentido, los recursos puestos al servicio de su valorización y rehabilitación son a su vez la inversión más sustentable que podemos considerar para asegurar su legado a las generaciones futuras. El punto clave a definir es en qué y cómo se utilizan esos recursos, para obtener lo mejor que cada obra representa y aporta.

Foto: Alejandro gregoricLos edificios producto de las ideas surgidas con el movimiento moderno representan un valioso componente del patrimonio construido en muchas ciudades, entre ellas Buenos Aires. Son expresión de la búsqueda, a lo largo de gran parte del siglo XX, de proponer una arquitectura que mejorase la calidad de vida de las personas y resolviera sus necesidades de habitar y desenvolverse en entornos más saludables, más funcionales y construidos racionalmente con los nuevos recursos que la industria aportaba. El reconocimiento de su valor patrimonial es relativamente reciente y tal vez es más difícil de comprenderlo con respecto a otras arquitecturas históricas por la poca perspectiva temporal y cultural que aún tenemos, y porque todavía prima la lectura estético-formal sobre la material-tecnológica y especialmente la de su ética social. 

La arquitectura del movimiento moderno tiene la sustentabilidad en su génesis: es un hecho que podemos comprobar cuando observamos, sobre todo en ciertos programas arquitectónicos, cómo tomó los recursos disponibles y generó los edificios requeridos en el momento requerido y por el tiempo requerido. Este es el caso de los hospitales para enfermedades que se suponía desaparecerían en un tiempo y con ello la utilidad de las obras, como el sanatorio de Zonnestraal, en los Países Bajos (Jan Duiker y Bernard Bijvoet, 1925-1931) o los pabellones de exposiciones, como el de Alemania en Barcelona (Mies van der Rohe, 1929). En el caso de Zonnestraal, la obra sobrevivió a su función y adquirió un valor patrimonial que llevó a su designación como monumento histórico holandés en 1987 y a encarar una excelente rehabilitación que mereció reconocimiento internacional (Hubert-Jan Henket y Wessel de Jonge, 2009-2010). Por otro lado, el pabellón de Barcelona fue desarmado al acabar el evento que le dio origen, tal cual estaba pautado, pero permaneció en la memoria y el reconocimiento hasta forzar de alguna forma su polémica reconstrucción (Ignasi de Solà-Morales et al., 1983-1986). En el otro extremo de la idea de temporalidad se generaron proyectos con flexibilidad a futuro, con plantas libres y estructuras resistentes a los cambios que fueran necesarios para asegurar y prolongar su uso eficiente. Es el caso del edificio Nordiska en Buenos Aires (Antonio U. Vilar, 1935), calculado para recibir más niveles en un momento posterior, extendiendo y flexibilizando el uso en el tiempo. No menos importante y más fácilmente reconocible, la modernidad incorporó la idea de funcionalidad, confort y calidad ambiental al proponer áreas de contacto con el exterior (plantas bajas abiertas, grandes aventanamientos, terraza jardín). Por supuesto que esta arquitectura tiene muchas otras lecturas y también muchos cuestionamientos, pero no debe menospreciarse su respuesta eficiente a los desafíos de su tiempo, y a incorporar de forma integral en el proyecto el concepto de durabilidad/caducidad de las obras como variable de diseño.

En los últimos años algunos edificios modernos, pasada la etapa útil contemplada en su programa, han igualmente adquirido valores patrimoniales y son parte importante de la identidad de los sitios en los que están insertos. Algunos de ellos han sido o están siendo intervenidos para rehabilitarlos y ponerlos en valor, para extender su vida útil no solo en términos culturales sino además económicos. Los desafíos pasan justamente por actualizar su eficiencia sin que pierdan aquello que hizo que llegaran al presente como paradigmas. Uno de los retos más complicados es el de responder a los nuevos parámetros de confort, responder al cambio climático y a la conciencia de que los recursos naturales son cada vez más limitados. Toda propuesta debe responder con creatividad al desafío e incorporar la sustentabilidad como requerimiento clave sin alterar la identidad de la obra. En este punto no está de más recordar, una vez más, la frase atribuida a Mies van der Rohe, menos es más

¿Qué enseñanzas nos deja el camino recorrido hasta ahora? Que recuperar nuestro patrimonio moderno reporta un beneficio en términos urbanos, culturales y también económicos. Pero es un camino que debe necesariamente mejorarse. En primer lugar se debe resolver el tema del acondicionamiento sustentable, lo que constituye un desafío innegable. La mayoría de nuestros edificios modernos (y no solo los modernos) muestran fachadas con su aspecto alterado por equipos de aire acondicionado individuales, ubicados aleatoriamente, indicando soluciones puntuales a un tema que incumbe a todos. A la hora de intervenir, buscar una solución consensuada entre todos los partícipes es imprescindible. En el caso de los edificios con amplios aventanamientos o con muros cortina, que en las condiciones actuales y con las resoluciones de carpintería y materiales originales generan grandes pérdidas de acondicionamiento, respetar la imagen: la percepción que se tiene del edificio original no resulta exitosa si se cae en el facilismo de reemplazar las carpinterías por otras más eficientes energéticamente, si el resultado cambia la relación perfil/vidrio, y el paño transparente cambia la tonalidad o la propia transparencia. ¿Eficiente? Posiblemente. ¿Sustentable? Ciertamente no, ya que modifica aquello que hizo que el edificio fuera reconocido y adoptado como parte de la identidad cultural y urbana. Liberar fachadas de agregados poco oportunos, en caso de ser necesario diseñar perfilería adecuada, pensar una doble piel, investigar y evaluar alternativas menos invasivas; todo debe ser parte de un proyecto de rehabilitación integral que incluya adecuar el nuevo uso a las posibilidades concretas del espacio a intervenir. Es imprescindible partir de reconocer y respetar el mensaje intrínseco que merece preservarse, conciliar necesidades con recursos y respeto sobre los valores de la obra original. El espectro de posibilidades es tan infinito como debe ser infinita la sensibilidad y conocimientos del proyectista para con la obra, de la que va iluminar su mensaje y habilitar su permanencia.