La arquitectura y el ambiente como productores patrimoniales en la cultura
Colectivo Sudestada
Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos.
—Las Ciudades Invisibles, Ítalo Calvino
Interpretamos el patrimonio como un conjunto dinámico de elementos físicos y simbólicos que transitan, perduran, se fortalecen o desaparecen en el tiempo y son capaces de generar valor para una sociedad; elementos que, al discurrir el paso del tiempo, se conviertes en hitos que configuran entornos culturales, cumpliendo el rol de brindar testimonio de situaciones, hechos, y costumbres perdurables; como transmisores de todos de estos atributos, como un mensaje en el tiempo.
Dentro del concepto así interpretado está incluida la sustentabilidad. Es una situación de hecho, donde dimensiones físicas e intangibles bregan por dar una continuidad a la permanencia con solo estar presente, como algo infiltrado entre los materiales, las tecnologías, los objetos y, en interacción con personas, las percepciones, la identidad y la memoria.
Es por eso que es importante fomentar procesos que activen indicadores para seleccionar qué o cuáles de esos elementos son valiosos, para así configurar un proceso de identidad y crear otros que permitan incorporar la sustentabilidad como atributo fundamental en la generación, conservación y gestión cultural de bienes patrimoniales —la arquitectura, sus materiales y tecnologías, sus entornos ambientales y los hábitos sociales emergentes.
En tanto, y sumado a esta configuración, el paisaje está implicado en la formación de las culturas locales y es un componente fundamental del patrimonio natural y cultural. Contribuye al bienestar y a la consolidación de las identidades, como capital social, tecnológico, económico, medioambiental y ecológico para el desarrollo sostenible de nuevos lugares que expresan sus culturas y bienes visibles e invisibles, los cuales deben ser gestionados racionalmente para establecer adecuados equilibrios entre el medio natural y el humano. El paisaje es un recurso irremplazable, un capital territorial.
En los paisajes sostenibles, identitarios, desligados de los paisajes homogeneizantes de la globalidad, la arquitectura y la ciudad son partícipes conformadores: logran que los espacios —y las prácticas de apropiación derivadas de los hábitos sociales del ser humano— sean propios y singulares, donde los individuos en colectividad se ven situados no ya como sujetos de masas, sino como actores que conviven en sociedad, tanto en contextos urbanos o rurales.
Por otro lado, es necesario tener en cuenta el rol de las disciplinas involucradas y los procesos de patrimonialización cultural emergentes; operando sobre el patrimonio de manera consciente con el medio, interrelacionando variables de manera tal que pueda constituirse como un solo objeto, contextualizando entornos físicos y culturales. Esto impone identificar y colectar información y datos concretos que excedan ampliamente cuestiones espaciales —y puede tomarse esto casi como un indicador de éxito: la cultura está íntimamente ligada a las transformaciones territoriales, y es en ésta desde donde deberíamos tomar esos datos verdaderos que, visible o invisiblemente, sostienen el paisaje patrimonial. Solo así se podrá después tomar decisiones que conduzcan a resultados que sean valorables tanto para las personas, como para el ambiente y la sociedad como sistema que en comunión conviven.
También es fundamental que el contexto histórico, visto en retrospectiva, sea el conductor de la toma de decisiones para poder identificar qué es lo valorable, qué ha sido perjudicial y qué es fundante, para así poder construir futuros, en una suerte de visión prospectiva de la sociedad. Con estas identificaciones es posible luego decidir hacia adelante, decidir qué queremos mejorar, qué queremos valorar o hacer perdurar y cómo afianzar como soporte y testimonio a la arquitectura, la naturaleza, las tecnologías y esa espléndida conjunción de todo ello, el paisaje y la cultura.
En este sentido debemos pensar que dentro de estas ideas hay latentes diferentes indicadores a ponderar: pequeñas arquitecturas, lugares que van quedando olvidados dentro de la ciudad, cursos de agua, especies animales y vegetales, ambientes, actores sociales, acciones culturales, modos de habitar, todos ellos con enorme valor. Un gran conjunto de componentes que por lo general son invisibilizados por una cultura tendiente a homogeneizar y enfatizar unas pocas directrices que responden, en líneas generales, a ideas de mercado o que favorecen a pequeños sectores de las burguesías centrales (centralidad cultural) o a instituciones ligadas al poder.
La sustentabilidad reside en el hacer con lo que hay al alcance y en las lógicas de producción y consumo. En esto se encuentra una valoración fundamental: en los medios de producción se expresa la cultura, que algunas veces es milenaria y otras consiste en nuevas maneras que empujan el ritmo de la renovación identitaria: siempre la cultura ha resuelto las formas y las materialidades, respondiendo a necesidades concretas. Hay patrimonio e identidad en las formas de hacer: lo que vemos construido tiene detrás un proceso al que muchas veces le gana una mirada de tipo objetual y morfológicamente esteticista.
Muelle de los Elevadores en Ingeniero White
Este proyecto de rehabilitación patrimonial condensa las premisas mencionadas: en el marco de un territorio complejo, portuario, ferroviario e industrial, sin ser abordado como un evento patrimonial tradicional, se le da significación y valor al desarrollar un giro propositivo que genera una experiencia integral de intervención proyectual inter escalar. Incluye desde su génesis la idea de valorar, reforzar y remediar la condición ambiental y funcional, y también todo lo referido al paisaje patrimonial pos industrial, arquitectónico y cultural.