La arquitectura residencial del siglo XX como oportunidad

Verónica Benedet

martes, 31 de marzo de 2020  |   

El siglo XX ha sido un siglo lleno de contrastes y grandes contradicciones que nos ha dejado una herencia edificatoria enorme y fascinante. A diferencia de los siglos anteriores, este legado difiere en cantidad, tipologías y diversidad. También ha sido un siglo importante de conquistas sociales y políticas. Podría parecer que esta apertura a puntos de vista más inclusivos sería suficiente para garantizar el interés por la conservación de las viviendas obreras o de clase media: lamentablemente esto no ha sido así. 

Tal y como vienen denunciando grupos como la Association of Critical Heritage Studies, el enfoque monumentalista y elitista sobre el patrimonio cultural ha terminado imponiendo un único «Discurso Autorizado» que, en lo que a nuestro tema se refiere, ha ignorado sistemáticamente la arquitectura residencial cotidiana de nuestras ciudades, por considerarla menor, excesivamente próxima en el tiempo y por carecer de los valores materiales y formales, y de singularidad y excepcionalidad que la mirada occidental ha convertido en irrenunciables.

Casa Colectiva de Flores de Fermín Bereterbide. Foto: Carolina Quiroga.Sin embargo, estos edificios residenciales a los que nos estamos refiriendo, conforman más del 90% del conjunto edificatorio de la mayoría de las principales ciudades mundiales y por supuesto, la Ciudad de Buenos Aires no queda exenta. Como menciona Zaida Muxí en su libro Mujeres, casas y ciudades[1], los edificios de viviendas forman «el elemento constitutivo de los tejidos urbanos» de nuestras urbes. Albergan en su interior los espacios privados y cotidianos de las personas, y es quizás aquí donde radica uno de sus puntos de máxima vulnerabilidad. Su asociación y vinculación al mundo doméstico y de los cuidados —generalmente asociado a los espacios de la mujer— y su pertenencia a la clase media y trabajadora, los deja sin protección y sin valoración con alteraciones irreversibles y perdidas irrecuperables.

La paradoja de esta sociedad contemporánea es que mientras se reconstruyen obras desaparecidas o que nunca llegaron a construirse de los grandes arquitectos del siglo pasado, al mismo tiempo nos «manifestamos incapaces de conservar la arquitectura heredada de aquellos tiempos», citando a Asunción Hernández Martínez[2].

¿Por qué es importante conservar este patrimonio residencial del siglo XX? ¿Cuáles son las características únicas por las que vale la pena su protección? 

Afortunadamente, desde finales del siglo pasado y especialmente a lo largo de estas dos primeras décadas del XXI, la visión conservadora representada por el «Discurso autorizado u oficial del patrimonio» ha comenzado definitivamente a resquebrajarse. Documentos como la Carta de Nara (1994) ya incidían en la importancia de la combinación de los valores materiales e inmateriales (sociales, paisajísticos y de sostenibilidad). 

En esta dirección, el Plan Nacional de Patrimonio Industrial (Madrid, 2011) señala que, «todos y cada uno de los bienes integrantes del patrimonio poseen unos valores inherentes que no son únicamente históricos, documentales, artísticos o constructivos. Los valores de uso, función, evocación y autoestima son valores inmateriales que no deben desgajarse del resto y que no deben obviarse a la hora de concebir las intervenciones, ya sean de restauración o de puesta en valor».

Cada vez resulta más evidente que, frente a la idea tradicional del patrimonio edificado como reflejo de una elite, hoy en día crece la convicción de que debe reivindicarse una memoria socialmente más equitativa y democrática. Y es en este contexto en que los espacios «cotidiano» u «ordinarios», como elementos fundamentales de los paisajes urbanos, están adquiriendo una relevancia extraordinaria.

¿Pero qué mecanismos concretos podemos cambiar para hacer frente a la situación de vulnerabilidad de este legado reciente?

Los actuales criterios de identificación para la inscripción de bienes en los catálogos patrimoniales, y los regímenes jurídicos de protección asociados a ellos, siguen miméticamente el «Discurso Autorizado del Patrimonio» que, por desgracia, ignora por completo el reconocimiento legislativo del patrimonio urbano contemporáneo. Por lo tanto, resulta imprescindible modernizar los instrumentos normativos. Es evidente que queda muchísimo por hacer: no olvidemos que solo se protege lo que se conoce.

Además de la renovación de los criterios de identificación del patrimonio construido del siglo XX, es necesario buscar nuevos argumentos y nuevas herramientas. Por fortuna, vienen aflorando nuevas tendencias urbanísticas en contra del discurso hegemónico, apoyadas en principios como la perspectiva de género, la inclusión y la participación social, la reversibilidad, la economía de recursos, la sostenibilidad, la flexibilidad, la capacidad creativa, entre otros. 

Lamentablemente, hoy en día existen sectores importantes que cuestionan y denuncian los movimientos conservacionistas, defendiendo por el contrario la renovación permanente del tejido urbano en aras de un cambio necesario que encubren de progreso, crecimiento y desarrollo. 

De lo que sí no caben dudas es que no se puede seguir sosteniendo un crecimiento urbano sin fin en un planeta finito. En este contexto indiscutible de crisis climática, resulta vital volver hacia los centros de las ciudades, hacia lo construido, y reivindicar su reutilización, su revitalización, su conservación; en definitiva, la sostenibilidad como la única opción viable. No podemos seguir avanzando sobre el territorio de manera especulativa y sin límites. 

Como recogía el reciente manifiesto de OMA, la conservación del patrimonio residencial urbano del siglo XX puede ser «una oportunidad y un refugio desde el que repensar la arquitectura … una oportunidad para crear una nueva forma de trabajar y una nueva actitud en la que lo más llamativo sea su profundo respeto por lo previo».[3] Esta responsabilidad con la conservación del patrimonio, es finalmente un compromiso ineludible con la sostenibilidad de nuestro planeta, con sus habitantes y su futuro. 


[1] Zaida Muxí. Mujeres, casas y ciudades. Más allá del umbral. Editorial DPR, Barcelona, 2018
[2] Asunción Hernández Martínez. «La arquitectura del Movimiento Moderno: entre la desaparición y la reconstrucción. Un impacto cultural de larga proyección». En Apuntes, vol. 21, Nº2, pp.156-179.
[3] Rem Koolhaas y Jorge Otero-Pailos. Preservation is overtaking us [La preservación nos está sobrepasando]. Columbia University Press, 2014.