Sinergia urbano-rural
Graciela Aguilar, Andrea Morello
La ciudad está en todas partes a través de personas, información y economías que se desplazan en forma constante e inmediata, motorizadas por la tecnología que ha resignificado y/o modificado muchos conceptos que pocos años atrás se creían acabados, entre ellos la tradicional división entre la ciudad y el campo.[1]
En la actualidad más de la mitad de la población vive en centros urbanos. La población urbana alcanza los 3,7 millones de habitantes y se espera que ese número se duplique hacia la década del 2050. En el mañana inmediato, llegado el año 2030, se espera que el 60% de la población mundial viva en zonas urbanas.
En Argentina, el 92% de la población, según datos del último censo del año 2010, habita en las ciudades, con los desequilibrios que esto genera en términos de pérdida de valores ambientales e identitarios, consumo energético, pobreza, marginalidad, economía. Estos desequilibrios ambientales empiezan a ser una constante no sólo en ciudades de gran escala, sino también en las ciudades de escala intermedia y pueblos vinculados a la producción agropecuaria.
Las Naciones Unidas ya analizaban en el año 1996 los vínculos entre los ecosistemas rurales y urbanos de una región como base para proyectar su desarrollo sostenible. En este sentido, la temática de los asentamientos pequeños ha cobrado cada vez más relevancia en la agenda internacional, basándose en el reconocimiento de su capital social y cultural.
Por su parte, el Banco Mundial reconoció que las inversiones en patrimonio cultural son una solución para reducir las emisiones de dióxido de carbono y el cambio climático a través de actividades vinculadas a él, representando un modelo intrínsecamente más sostenible de uso, consumo y producción. Por ejemplo, enfrentando el desafío del cambio climático «a través de la protección y revitalización de los edificios históricos» gracias a la reutilización adaptativa, permitiendo «mantener vivo» el recurso físico y maximizar un potencial económico respetando su identidad.[2]
Los criterios relativos a cómo se identifican, valoran y gestionan los recursos del patrimonio cultural han avanzado hacia una mirada holística. Los paisajes culturales se interpretan como una red de relaciones entre las comunidades locales, su idiosincrasia, su historia, su patrimonio cultural, y el entorno físico-natural donde se implantan. Sobre la base de esta plataforma, las ciudades pequeñas y los poblados rurales representan una alternativa para la sostenibilidad ambiental.
El trabajo en el territorio nos ha llevado a detectar, a través de un abanico de casos de intervención, problemáticas comunes: desertización económica, desarticulación de las políticas públicas, fragmentación de las acciones gubernamentales, limitados logros de las inversiones públicas, falta de reconocimiento de los patrones ambientales y pérdida del patrimonio cultural.
De ahí, la necesidad de vincular la situación de los poblados rurales a las decisiones políticas, económicas y productivas que repercuten en el territorio en diversas escalas.
Por su parte, los cambios tecnológicos impusieron una nueva relación entre el hombre y lo que produce. Según datos del censo del año 2010, la población aumentó en las ciudades en comparación con los valores del año 1991; las cifras muestran el despoblamiento de las áreas rurales y la pérdida de puestos de trabajo en momentos de plena euforia de la producción sojera.[3]
Asimismo, la desaparición de pueblos producto de la desactivación del ferrocarril continuó su marcha. El país tiene aproximadamente en la actualidad 2000 pueblos, 800 de los cuales están en una situación crítica producto de su proceso de despoblamiento vinculado directamente a la falta de horizontes.
Un trabajo realizado en aldeas de alemanes del Volga en la provincia de Entre Ríos nos permitió verificar patrones de conservación de su identidad vinculados a su cercanía a centros urbanos de escala media, su capital cultural y su grado de permeabilidad. En este caso, las corrientes de inmigrantes con un origen común, generaron colonias con características específicas, agrupadas en aldeas siguiendo los modelos adoptados por sus antepasados a orillas del río Volga. Estas colonias dieron lugar a la configuración de un paisaje de características particulares, centradas en el equilibrio entre la naturaleza y el hombre, donde la conformación urbana conjugada con el trabajo de la tierra construyó un paisaje sostenido por los valores culturales, resguardando las prácticas sociales y costumbres transmitidas de generación en generación.
Hacia los años 2005-2006, el municipio de Chascomús emprendió un proceso de planificación estratégica territorial. En el marco de un equipo interdisciplinario realizamos el reconocimiento, la identificación, las propuestas normativas, de implementación de acciones, difusión y formación de agentes locales. Del reconocimiento de las lógicas emergentes de la historia de construcción del territorio resultaron una sumatoria de patrones ambientales y culturales, de distinta escala, que permitieron no sólo reconocer sus valores, sino su estado de conservación y sus potencialidades en miras de la concreción del Proyecto de Planificación Estratégica.[4]
Este territorio posee una significativa riqueza y heterogeneidad de recursos patrimoniales, tanto naturales como culturales, de escala urbana y rural. Se destaca la conservación de su biodiversidad y las características paisajísticas; un patrimonio natural que se estructura a través de sus recursos hídricos, los ríos Samborombón y Salado, el área costera del río de la Plata y el sistema de las Lagunas Encadenadas. Desde lo cultural se destaca la importancia como pueblo de frontera y la ocupación de los territorios que constituyeron la ocupación española del siglo XVIII; el patrimonio rural conformado por un sinnúmero de estancias pioneras en adelantos productivos; poblados rurales y un sistema ferroviario que se constituyó en el pilar de la economía.
La localización privilegiada de la ciudad genera a su vez una rica interacción con la naturaleza, con perspectivas abiertas al recurso hídrico. Pueden reconocerse en ella patrones de la ciudad pampeana, con la superposición de los siglos XVIII, XIX y XX y su continuidad en el siglo XXI.
En el año 2014 en el marco de un proyecto subvencionado por el Consejo Federal de Inversiones, junto a un equipo interdisciplinario, se trabajó en el municipio de Adolfo Alsina. Desastres naturales provocados por decisiones inapropiadas del hombre en diversas escalas habían generado un fuerte impacto en la población. No obstante, un inmenso potencial de recursos naturales, culturales y capital social se descubrían a través de la calidad de vida, evidenciando el surgimiento de emprendedores que reconocieron el valor de estos recursos para generar marcas ancladas a la identidad territorial. Momento donde la economía circular asume un rol protagónico, con una naturaleza intrínsecamente restauradora y regenerativa, vinculada a la conservación y regeneración del valor de uso; permitiendo conservar vivo un símbolo de identidad comunitaria, aumentar la productividad económica, reducir el consumo de recursos y producir empleo.[5]
El camino así iniciado se basa en la responsabilidad de reducir nuestra huella ecológica, reconociendo que toda acción humana debe ser entendida en tres dimensiones: la económica, la social y la ambiental, para generar efectivamente desarrollo, en el marco del cumplimiento de los Objetivos 2030 de Desarrollo Sostenible.
Sin duda, los vínculos urbanos y rurales son complementarios y sinérgicos. La asociación urbano-rural es y será central para alcanzar la sostenibilidad desde el respeto de las identidades y el compromiso con el hombre y el territorio que habita. Para ello es imprescindible aunar esfuerzos para construir un porvenir, un espacio para las utopías y el sueño de un mundo mejor. Hagámoslo posible.
[1] Giulio Verdini. «La cultura como herramienta para un desarrollo territorial equilibrado». En Cultura: futuro urbano. Informe Mundial sobre la Cultura para el desarrollo sostenible. Cap. 10 «Vínculos reforzados entre el medio rural y urbano». UNESCO, 2016.
[2] Francesca Nocca. «The Role of Cultural Heritage in Sustainable Development: Multidimensional Indicators as Decision-Making Tool» [El papel del patrimonio cultural en el desarrollo sostenible: indicadores multidimensionales como herramienta para la toma de decisiones]. En: Sustainability, MDPI, 2017.
[3] «El gran éxodo: el campo se vacía y huye a ciudades hacinadas». En: La Nación, 15/06/2015.
[4] Andrea Morello y Graciela Aguilar. «Chascomús y los desafíos que plantea la conservación de su patrimonio». Septiembre 2008.
[5] Francesca Nocca, ob. cit.