La diversidad sustentable
Mercedes Garzón Maceda
No hay paz sin justicia, no hay justicia sin equidad, no hay equidad sin desarrollo, no hay desarrollo sin democracia, no hay democracia sin respeto a la identidad y dignidad de las culturas y los pueblos.
—Rigoberta Menchú
Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a un homenaje a Martin Luther King, en Houston, con un debate sobre el tema «Del movimiento de derechos civiles a la lucha por la justicia ambiental», en el que se presentaron las condiciones ambientales en las que se desarrollan las comunidades menos favorecidas, especialmente afrodescendientes y latinas. A partir de aquellas reflexiones me pareció interesante tratar en este artículo el derecho al acceso a la cultura, y la valoración de la diversidad cultural, como componentes fundamentales para la sostenibilidad del patrimonio cultural.
Lo que entendemos hoy por sostenibilidad fue presentado en 1987 en el informe «Nuestro Futuro Común» o Informe Brundtland, de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo. En el mismo se define al desarrollo sostenible como un proceso que busca satisfacer las necesidades de la actual generación, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Es incompatible con la degradación del patrimonio cultural y de los recursos naturales, y también con la violación de la dignidad y la libertad de las personas; con la pobreza; con la falta de reconocimiento de los derechos y de la igualdad de oportunidades.
Por otro lado, el texto «Nuestra diversidad creativa», de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de la UNESCO, dice que «La cultura es todo el complejo de rasgos distintivos espirituales, materiales, intelectuales y emocionales que caracterizan a una sociedad o grupo. Incluye expresiones creativas, prácticas comunitarias y materiales o formas construidas».
La cultura es un fenómeno de producción continua que refleja la evolución del espíritu humano socialmente situado. Es sin duda, un componente de la calidad de vida, y el acceso a la misma debe ser un derecho y no un privilegio; las políticas y planes de salvaguarda del patrimonio cultural, para ser sostenibles, deben garantizar el acceso a la cultura de todos los integrantes de la sociedad. No se trata sólo de acceder a la cultura, sino especialmente de tener oportunidades de participar en la generación de hechos culturales, en un marco de libertad de expresión cultural en todas sus dimensiones —lengua, religión, creencias, entre otras— evitando prácticas que violen los derechos humanos.
A finales del siglo XX, los documentos y cartas internacionales acentuaron el vínculo entre cultura y desarrollo, valorando las diversas identidades y las sociedades plurales y multiculturales, sin dejar de alertar acerca del riesgo de conflictos en sociedades fragmentadas por diferencias culturales, étnicas y religiosas, entre otras. En 2004, el PNUD publicó el Informe para el Desarrollo Humano titulado «Libertad Cultural en un mundo diverso», en el que se señala que, para erradicar la pobreza, primero se deben construir sociedades culturalmente diversas e inclusivas.
La Convención de UNESCO sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales (2005), afirma que «la diversidad cultural es una característica esencial de la humanidad, crea un mundo rico y variado que acrecienta la gama de posibilidades y nutre las capacidades y los valores humanos, y constituye, por lo tanto, uno de los principales motores del desarrollo sostenible de las comunidades, los pueblos y las naciones».
La diversidad cultural, en cuanto resultado de intercambios entre sujetos, grupos sociales e instituciones, aporta un alto grado de complejidad a la gestión, con sus desigualdades, diferencias, desequilibrios y conflictos. Aún así, los programas culturales adecuados, pensados teniéndola en cuenta, son reconocidos como factores de cohesión social, equilibrando las desigualdades sociales y económicas.
En el marco de una valoración de la diversidad cultural, la participación ciudadana adquiere un rol relevante, poniendo en evidencia los desequilibrios y contradicciones entre los intereses privados y públicos, y entre los intereses de los distintos sectores de la comunidad. En muchos casos las personas no participan, y esto no se debe solo a la falta de compromiso sino, también, a la desinformación sobre cuestiones ambientales, patrimoniales y culturales, así como a la no comprensión de lo que significa la participación ciudadana y el derecho a ser copartícipes en la gestión cultural.
Para que la ciudadanía se involucre es fundamental el sentimiento de pertenencia a un grupo, comunidad o lugar; y en tiempos de globalización cultural la noción y percepción de «ser parte», de «integrar», quizás pierda relevancia. En las comunidades tradicionales, portadoras de conocimientos y saberes transmitidos de una generación a otra, este sentido de pertenencia es más fuerte y claro. Esto refleja que la participación es más probable cuando las personas se sienten reconocidas como parte integral de un todo, y que las acciones de salvaguarda permitirán la continuidad de la vida de la comunidad local como tal.
El concepto de patrimonio cultural se amplió en los últimos años. Ya no comprende sólo el conjunto de bienes materiales de una comunidad, sino, como lo expresa la UNESCO, «al patrimonio cultural lo integran las prácticas, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas junto con los instrumentos, objetos, artefactos y lugares culturales asociados con ellos, que las comunidades, los grupos y, en algunos casos, los individuos reconocen como una parte integral de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por comunidades y grupos debido a su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, generando un sentido de identidad y continuidad y, por lo tanto, contribuyendo a promover el respeto por la diversidad cultural y la creatividad humana».
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU establece que el patrimonio cultural inmaterial puede contribuir eficazmente al desarrollo sostenible de las comunidades en función de tres dimensiones: social, ambiental y económica; ya que, por ejemplo, muchas comunidades han desarrollado formas de vida y prácticas que están estrechamente vinculadas a la naturaleza y que respetan el medio ambiente. El conocimiento, las habilidades y las prácticas mantenidas y mejoradas de generación en generación, proporcionan medios de subsistencia para muchas personas. El patrimonio cultural inmaterial puede generar ingresos y dar empleo a una amplia gama de personas, incluidos los grupos más pobres y vulnerables.
La cuestión de la sustentabilidad de la cultura se aborda muy frecuentemente en términos económicos, especialmente en función de su contribución al desarrollo de la economía local como generadora de empleo y renta. Sin embargo, la cultura debe ser vista como un fin en sí misma y no como un medio para el desarrollo económico y humano que no serán completos sin una cultura sustentable.
El rol del patrimonio cultural en el desarrollo sostenible tiene que ser confirmado en la práctica, demostrando los beneficios de su salvaguarda integral. Para ello, un plan de gestión y salvaguarda debe incluir indicadores efectivos que destaquen no sólo los aspectos económicos, sino especialmente los que se refieren a las dimensiones sociales y ambientales, demostrando a los actores privados, públicos y sociales que se trata de una inversión y no de un costo, presentando al valor social del patrimonio como un recurso estratégico para el desarrollo sostenible de las comunidades.
El desarrollo sostenible de las sociedades está en riesgo cuando la distribución de sus beneficios y costos es extremadamente injusta, y cuando parte de la población está sujeta a un estado de pobreza debilitante y crónico; y por su parte, la sostenibilidad cultural sólo es posible en un marco de sostenibilidad ambiental, por lo que se debe proteger el medio natural que da sentido a la existencia de la comunidad, y que sirve de base para su desarrollo tanto material como espiritual.