Utopías del Molino

Rubén Guillermo García

miércoles, 1 de abril de 2020  |   

El edificio del Molino se encuentra emplazado en la Ciudad de Buenos Aires, en la esquina de la Avenida Callao y Rivadavia. Con un siglo de historia, la Confitería, obra del arquitecto Francisco Gianotti, nacido en Italia en 1881 y llegado a nuestro país en 1909, es uno de los hitos patrimoniales de la arquitectura argentina. Para los tiempos en que Gianotti diseñó el Molino ya había creado, en 1913, otro edificio icónico: la Galería Güemes, el primer rascacielos argentino. 

Edificio del Molino. Foto: Guadalupe Alonso.Dotado de una fachada de características únicas y de una torre que lo corona, el edificio es una pieza destacada del art nouveau en Argentina y fue declarado de utilidad pública mediante la Ley N°27.009. Una vez culminado el trámite de expropiación, su dominio fue transferido por el Poder Ejecutivo Nacional al Congreso de la Nación, en cuyo ámbito se instituyó la Comisión Administradora del Edificio del Molino, que fue la que determinó que sea sometido a un abordaje multidisciplinario, según las pautas establecidas por el arte de la preservación patrimonial. El proyecto considera una variedad de usos: la reapertura de la Confiteri´a, que será concesionada y devuelta a su antiguo esplendor, incluida su carta gastronómica, un museo que dé cuenta de la historia del edificio y de las prácticas sociales y políticas que cobijó, y un centro cultural.

El Molino esta´ ubicado en la esquina noroeste del llamado eje cívico, que une la Casa de Gobierno Nacional con el Congreso de la Nación a través de la Avenida de Mayo, y de este modo, junto con el Palacio Legislativo, configuran el remate. La Avenida de Mayo había sido concebida por Torcuato de Alvear e inaugurada en 1894, en consonancia con los nuevos vientos que transformaban a la antigua ciudad colonial, convertida ya en 1880 en Capital de la República. Una ciudad moderna y «a la europea» que, a fines del siglo XIX, sería la ciudad más importante de América Latina. 

En este contexto de grandes mutaciones, dos pasteleros llegados con la ola inmigratoria desde Italia, Cayetano Brenna y Constantino Rossi, fundan en 1868 una panadería y confitería, aprovechando sus destrezas culinarias, en la esquina de las calles Federacio´n y Garanti´as (hoy Av. Rivadavia y Rodri´guez Pen~a), donde ya se hallaba funcionando un establecimiento del mismo rubro, conocido como «Confiteri´a del Centro». Brenna y Rossi llaman a su negocio «Antigua Confitería El Molino», tomando, aparentemente, el nombre del molino a vapor de Lorea, considerado el primer molino harinero instalado en la Ciudad de Buenos Aires. De esta forma, y con la sola herencia de las tradicionales recetas europeas y una firme vocación de ser el mejor comercio en su rubro, Brenna y Rossi ponen en marcha una producción de calidad. El propio Brenna volcaría, de su puño y letra, en la «Gui´a del Trabajo» de la Confiteri´a, la organización y objetivos de su empresa. Con este espíritu, el comercio funcionaría hasta el 15 de diciembre de 1903, año en el que, con motivo de la construcción de la Plaza del Congreso, los socios deben trasladarse a la esquina de Callao y Federación —o sea Rivadavia—, iniciando Brenna un proceso de adquisiciones de solares contiguos a la esquina. 

Edificio del Molino. Foto: Guadalupe Alonso.En 1916, Gianotti se volcó de lleno a la construcción de la Confitería del Molino por encargo del empresario italiano Cayetano Brenna. Lo hizo en muy breve tiempo y sin interrumpir las tareas de producción y expendio, tal como se lo solicitaron. Del encuentro de un empresario pujante y visionario con su paisano arquitecto, ya famoso, surge la aventura arquitectónica, que hace realidad la utopía de ambos. Así, el 9 de julio de 1916, se inaugura «La Nueva Confiteri´a del Molino», en conmemoración del Centenario de la Independencia. 

A lo largo de toda su historia de trabajo y hasta 1997, el Edificio del Molino abrió sus puertas primero a clientes de la clase alta porteña, para pasar luego a atender a todo tipo de parroquianos. Alrededor de sus mesas se reunieron famosos habitués, tanto del mundo político como de la cultura: figuras de las letras, del cine, la radio y el teatro, de la ópera y del tango. Buenos Aires, una ciudad cosmopolita, llevaba al Molino a sus visitantes ilustres, entre los que no faltaron príncipes y estadistas que compartían exquisiteces con las familias porteñas tradicionales de nuestra ciudad, que celebraban sus reuniones en el primer piso. Con el paso del tiempo, la naciente clase media argentina concurriría a esos mismos salones para «las fiestas de quince» y de casamiento. 

En 1992, el inmueble de la Confitería pasó a integrar el Catálogo de Edificios de Valor Patrimonial de la Ciudad de Buenos Aires, dentro del Área de Protección Histórica I, con grado de Protección Estructural. Y en 1997 fue declarado Monumento Histórico Nacional. A estas protecciones se suma la del Área de Protección Histórica 50.

El 2 de julio de 2018 la Comisión Administradora recibe el edificio histórico —luego de más de dos décadas de abandono— y comienza una nueva epopeya: recuperar el emblemático edificio del estado de ruina en el que se encontraba. Para ello, y con los antecedentes del plan rector del Congreso (PRIE), se desarrolla el plan rector integral para el Edificio del Molino (RIEM) que incorpora especialistas multidisciplinarios propios, convenios con universidades y convenios interjurisdiccionales con otros organismos del estado, con el fin de aplicar rigurosamente las técnicas de restauro, de gestión y actualización tecnológica, que permitan dar un nuevo ciclo de vida al edificio en sus componentes patrimoniales, tanto materiales como inmateriales.

Por pertenecer al Congreso Nacional, fue vital el acuerdo de los representantes de diversas fuerzas para garantizar la consecución de la obra como política de estado. Y a la vez relacionar la obra con la comunidad a través de redes sociales y medios de comunicación en general. De esta forma se apela a la sinergia que significa la devolución de la comunidad de datos materiales e inmateriales que permiten, junto con un plan de lectura del edificio —que incorpora la arqueología urbana entre sus especialidades—  recuperar los valores identitarios del monumento. Y garantizar su conservación y sustentabilidad para las generaciones futuras.