Turismo cultural
Pedro Delheye, Gabriela Santibañez
Algunas notas para contribuir a un desarrollo sostenible
En 2019, se cumplieron veinte años de la redacción de la Carta Internacional sobre Turismo Cultural de ICOMOS, documento adoptado durante la 12ª Asamblea General de México celebrada en octubre de 1999. El tiempo transcurrido nos invita a reflexionar sobre la actualidad de este texto doctrinario y sobre el contexto social y económico de fines del siglo pasado y su comparación con el actual.
Dicha carta modificó un documento anterior: la Carta de ICOMOS de 1976. La actualización aceptada en Bruselas, Bélgica, en el Seminario Internacional de Turismo Contemporáneo y Humanismo, respondió al cambio de perspectiva en relación al desarrollo establecido pocos años antes. La sostenibilidad, adoptada formalmente en Río de Janeiro en 1992, había llegado para quedarse e impregnar con su criterio ético al turismo, entre otras disciplinas. Varios documentos internacionales se modificaron a la luz del nuevo paradigma que promovió, desde entonces, la profunda relación entre el desarrollo económico, el enfoque humano del mismo y el cuidado del ambiente.
Por otro lado, el derrumbe del concepto del patrimonio cultural, asociado exclusivamente a las expresiones de la alta cultura y a los hechos significativos de la historia oficial, ocurrido en las últimas décadas y propiciada por las Ciencias Sociales, dio lugar a procesos de reconocimiento y valoración de saberes y prácticas no institucionales. De esta forma, la simplificación del patrimonio como objeto, tesoro histórico y estético perdió relevancia, y el concepto se volcó hacia una visión más amplia que incluye el contexto físico, social y cultural y el reconocimiento del valor de uso del patrimonio en los planes de desarrollo. Todo ello como referente y comprensión del sentido de pertenencia y de identidades de una comunidad.
En el nuevo paradigma, el patrimonio se aparta cada vez más de las definiciones que lo vinculan a acervos y herencias, es decir bienes materiales escasos a los que se considera valiosos. Además, se incorpora a la propia comunidad en el proceso de patrimonialización, desde el reconocimiento de las prácticas y bienes que merecen ser protegidos hasta el compromiso con su gestión, uso y conservación. Esta visión contemporánea aleja al Estado como único activador patrimonial y permite incorporar a otros agentes e integrar distintas voces, no exclusivamente surgidas de los ámbitos académicos o institucionales, en el debate sobre el patrimonio.
Es el territorio, por lo tanto, el escenario donde se desarrollan nuevas lecturas y estrategias de uso social de los recursos culturales y naturales, que deben ser vehiculizadas a través de planes de desarrollo participativos. Así, las distintas posibilidades que permiten los recursos patrimoniales y culturales nos obligan a pensar nuevos modelos de uso social de los mismos, siempre sobre criterios de sostenibilidad: el patrimonio es un recurso no renovable, sensible a ser trasformado o modificado por desidia, explotación o uso indebido del mismo.
El turismo cultural constituye una práctica que, como tal, posee entidad desde hace relativamente pocos años. Tradicionalmente, los campos de la cultura y del turismo han constituido disciplinas diferenciadas que no siempre se relacionaban. Mientras que la cultura se ha visto asociada a la historia del arte, la antropología, la sociología y la arqueología, reservada más al conocimiento y la educación, el turismo se ha referido a la geografía, la economía, el marketing, las comunicaciones y a los prestadores de servicios. Esta visión sesgada comenzó a transformarse a fines del siglo XX: la industria turística tradicional encontró rápidamente en las costumbres locales, el patrimonio material e inmaterial y en la cultura urbana, una alternativa que permitía salir del encierro estacional del turismo de sol y playa.
En las últimas décadas el turismo cultural ha experimentado un crecimiento exponencial, por lo que constituye un factor que puede afectar el delicado equilibrio entre las culturas locales y la masiva invasión de quienes buscan nuevos destinos y ofertas. Algunas consecuencias empiezan a evidenciarse en los procesos de gentrificación que sufren los centros históricos, el avance del comercio que promueve la venta de objetos industrializados en sitios históricos, la abrumadora invasión de turistas que transforman el territorio y saturan las ciudades, originando fenómenos como el overtourism o la turismofobia.
La turismofobia e incluso la turistificación se originan en la tensa relación entre la comunidad local y la visitante, sostenida por serios factores que no han sido atendidos aún con la profundidad que se requiere. La privatización de los servicios turísticos en grandes grupos económicos no beneficia a la población de acogida, quedando la misma exenta del beneficio económico que posibilitaría el desarrollo local. De igual manera, la congestión del espacio público en sitios históricos, la temporalidad del excursionista sujeto a altas o bajas temporadas y la acumulación que conlleva al aumento de los precios de la vivienda y el fenómeno AirBnB (aumento de viviendas e inmuebles para uso turístico), provoca la pérdida del poder adquisitivo por parte de los residentes en los destinos.
En este sentido, es conveniente la articulación de políticas generales que aborden exhaustivamente la relación del turismo cultural con el patrimonio y la propia comunidad, entendiendo que asegurar su equilibrio constituye un importante factor para el desarrollo sostenible. Sin embargo, los organismos del Estado que tienen como misión el desarrollo turístico en el país, y el control sobre el crecimiento inapropiado, aún se vinculan exclusivamente con los prestadores de servicios y no abordan la temática de manera integral.
La relación entre el patrimonio y el turismo cultural requiere un abordaje integral, comprometido y urgente. El problema no excluye geografías. A modo de ejemplo, en Europa, Barcelona y Venecia son casos de ciudades en las que ese frágil equilibrio se ha deteriorado. En América Latina, es recurrente el rumor de cierre de la ciudadela de Machu Picchu, asediada por miles de turistas, o que existan ciudades como Quito, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978, cuya población local ha prácticamente abandonado el centro histórico. En nuestro país, la Quebrada de Humahuaca fue incluida en la Lista de Patrimonio Mundial en 2003, factor que impulsó un notable incremento turístico. Desde entonces, los poblados históricos luchan por mantener el equilibrio entre la conservación de su identidad, su paisaje natural y la oferta turística.
Sin embargo, el tratamiento de la temática del turismo cultural está vigente en nuestro medio, dando lugar a diferentes encuentros científicos. En el pasado mes de septiembre de 2019, la Universidad Nacional de Cuyo realizó en Mendoza el Congreso Internacional de Investigación en Turismo e Identidad. El encuentro propuso generar aportes para la construcción de una mirada interdisciplinaria y científica.
Asimismo, en la ciudad de Salta, a principios de octubre, ICOMOS Argentina, junto a la Universidad Católica de Salta y al Colegio de Arquitectos de Salta, convocó al Seminario Internacional de Patrimonio, Desarrollo y Turismo Cultural, con el objetivo de intercambiar conocimientos y experiencias en torno al patrimonio y al turismo cultural. El encuentro constituyó, además, una nueva oportunidad para incorporar diversas miradas, ya que se realizó conjuntamente el VI Foro de Estudiantes y Jóvenes Profesionales, consolidando de esta forma un espacio emergente que ICOMOS Argentina impulsa desde hace más de un lustro.
A modo de síntesis, como aporte a los objetivos planteados en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, podemos expresar que el desarrollo turístico debe tener un trato respetuoso y cuidadoso de las expresiones culturales, preservando su autenticidad y su integridad; los beneficios de las actividades turísticas deben contribuir a la conservación y salvaguarda de las expresiones culturales, tanto materiales como inmateriales y la planificación de las políticas públicas en turismo debe incluir la participación de todos los sectores de la comunidad.