Reflexiones sobre arquitectura
José Nun
Va de suyo que reflexionar sobre la arquitectura supone delimitar antes el objeto al cual nos referimos. Y sabemos que el significado de una palabra no se debe buscar en el diccionario sino en el uso que hacemos de ella. En este caso, no se trata entonces de preguntarse qué es la arquitectura sino cómo se ha usado y se usa la palabra arquitectura. Y ciertamente, los usos del término han variado mucho desde su origen etimológico en griego: arquitectura viene dearché (jefe, guía) y de technos (construcción, obra). El arquitecto sería así el jefe de una obra, de una construcción.
Pero esto no da cuenta, ni siquiera históricamente, del empleo de la palabra arquitecto: desde el comienzo, la estética jugó aquí un papel central. En el siglo XVI, Leonardo decía ya que el arquitecto debe ser un individuo que domine todos los conocimientos científicos y artísticos de su época – y esto no se espera de un jefe de obra. Después, en pleno siglo XX, Le Corbusier llamó a la arquitectura “el arte en su sentido más elevado” y, más aun, la consideró una de las siete bellas artes. Esto nos coloca ante un doble problema: comprender cómo se delimitó durante varios siglos el campo de la arquitectura y ver cómo se lo delimita hoy.
Tradicionalmente, la arquitectura estaba referida al proyecto y construcción de museos y edificios conmemorativos. Recién a mediados del siglo XIX empieza a entrar dentro de las competencias del arquitecto ocuparse de las viviendas y de su habitabilidad e higiene. Hay una evolución interesante en la polisemia misma de la palabra arquitectura, sobre la que avanzaré muy rápido.
Ocurre que a mediados del siglo XX comienza, por una parte, una revalorización de los museos que va a tener un desemboque importante en los años setenta. Por otro lado, también el problema habitacional resurge con mucha fuerza y con respecto a esto la política de los arquitectos se plantea sobre todo en términos cuantitativos: levantar monoblocks, simplificar al máximo el uso de los materiales, etc…
Resulta importante señalar que la línea de quiebre en esta evolución, que se puede situar entre los años setenta y ochenta, va a revelar coincidencias notables entre la revalorización de los museos y el desarrollo de la vivienda. En el caso de los museos, empieza a advertirse que no basta con la renovación edilicia ni con la restauración de los edificios y que tampoco alcanza con la incorporación de nuevas colecciones, ni aun con el acceso del gran público a los museos: se trata de que éstos se interroguen sobre los lineamientos de la política cultural en un sentido general y procuren insertarse de este modo en una estrategia cultural de alcance amplio. Al mismo tiempo, en el plano de la vivienda, se advierte que las políticas cuantitativas han llevado a edificios monótonos, homogéneos, y con una escala que no tiene medida humana. Estas críticas conducen a postular una política más cualitativa de la vivienda, que a su vez coloca también el tema de la vivienda y por lo tanto de la arquitectura como una expresión importante de la cultura. Es decir que se produce una convergencia entre lo que estaba ocurriendo con los museos y los edificios conmemorativos y lo que pasaba a la vez en el plano habitacional.
Ahora, ahí es también cuando se inician los problemas para el arquitecto. Para decirlo sucintamente, pasa que, salvo excepciones, la arquitectura como disciplina nunca movilizó a los políticos. Éstos se han preocupado de laacción cultural (pienso en André Malraux creando en Francia el primer Ministerio de Cultura y apostando a un amplio desarrollo de Casas de la Cultura) o de laanimación cultural (tal como la concibió Jacques Duhamel, sucesor y crítico de Malraux). En un caso, se trata de conducir al pueblo a la cultura; en el otro, de fomentar la expresión de las iniciativas culturales del pueblo mismo. Pero en ambas situaciones el encuadre trasciende la posición del arquitecto. Pero no sólo esto sino que el arquitecto se ve ahora obligado a considerar lado su libertad profesional y de creación pero tomando en cuenta el papel crucial del control administrativo, que no está a cargo de arquitectos sino de burócratas, encargados de vigilar el gasto público; y todo esto sin perder de vista la participación que les cabe a los propios usuarios. Surgen así riesgos de todo tipo: el riesgo de dogmatismo por parte de los arquitectos, el riesgo de autoritarismo por parte de los burócratas y el riesgo de demagogia por parte de quienes enfatizan la accesibilidad del público.
Lo cual me conduce a una reflexión más abarcativa, particularmente relevante para países como el nuestro. Como se desprende de lo anterior, en este replanteo cultural del papel del arquitecto no está en juego solamente la calidad de la arquitectura sino también la calidad de la burocracia pública. Si en esta burocracia crecen los bolsones de corrupción y de incompetencia, el arquitecto se va a ver en graves problemas y debe optar por adaptarse o no, dada la conexión muy directa que hoy existe entre la arquitectura y la política pública.
Ciertamente, un rol del arquitecto será movilizar políticas públicas genuinas, aunque comparativamente sus fuerzas para hacerlo en soledad son muy débiles. Aunque el Consejo Profesional haga declaraciones, si bastara con eso para cambiar la política pública o para combatir la corrupción, estaríamos en la gloria. Es claro que esto no debe leerse como una invitación al repliegue sino todo lo contrario. Se trata de que profesionales tan calificados como los arquitectos tomen conciencia de la necesidad de que se impliquen y participen con intensidad en la cuestión pública, justamente por su interés en los aspectos mencionados.
Un punto conectado con lo anterior y que me parece decisivo es que la concepción del trabajo de los arquitectos, sea volcado al patrimonio, sea volcado a la vivienda, debe tener muy en cuenta no solamente la producción de obras o viviendas sino la recepción de las mismas. Es preciso considerar los públicos a los que se dirige su trabajo y en este sentido la segmentación de los públicos es fundamental. Yo recuerdo haber colaborado en un plan muy interesante que desarrolló hace muchos años un arquitecto amigo, destinado a hacer viviendas económicas basadas en un gran ahorro de materiales. Era un proyecto muy simple, solo que el techo era plano y el público al que estaba dirigido, que era un público de clase media-baja, soñaba con la casita con techo de tejas. Nadie quería el proyecto y los que lo adoptaron hicieron un adefesio porque le pusieron techo a dos aguas. Me acuerdo que mi amigo estaba muy desanimado porque se desvirtuaba totalmente lo que había pensado. Es decir: las interpretaciones sociales también hacen a la complejidad del trabajo del arquitecto en el plano cultural y en el plano político.
¿Cuáles son actualmente las incumbencias del arquitecto? Cuando uno se pone a reflexionar sobre la arquitectura, ¿en qué profesional está pensando?
Para ir cerrando, vuelvo a mis señalamientos iniciales: ¿cuáles son actualmente las incumbencias del arquitecto? Cuando uno se pone a reflexionar sobre la arquitectura, ¿en qué profesional está pensando? Es una cuestión tan compleja que aquí sólo he podido rozarla y esto muy parcialmente. Hoy en día es obvia la enorme diversidad de campos que abarca el término arquitectura. De la estadística realizada por el Consejo Profesional surge que el 23% de la matrícula, es decir uno de cada 4 ó 5 arquitectos, se ocupa específicamente de obras, de proyecto y dirección. Pero después están los que se especializan en el patrimonio o en cuestiones urbanas, desde el paisajismo hasta el trazado de las ciudades. Y también han adquirido relevancia la publicidad y el diseño. En todo eso intervienen los arquitectos, así que pensar sobre los arquitectos es más difícil incluso que pensar sobre los médicos, porque al menos en el caso de los médicos están los generalistas, pero esto no ocurre con los arquitectos.
Una reflexión final: mirando las currículas de algunas facultades de arquitectura del país, me quedé impresionado por lo ambiciosas que suenan hoy sus propuestas (iba a decir lo pretensioso). Anoté, por vía de ejemplo, la de la Universidad Nacional del Litoral, porque uno de los dos puntos centrales que fija como tarea del arquitecto consiste, nada más y nada menos, que en “interpretar con juicio crítico, desde una sólida formación integral, las problemáticas sociopolíticas contemporáneas, a los efectos de operar en sus distintos niveles de intervención”. Menuda tarea.